Colegio de Ciencias y Humanidad Azcapotzalco
Colegio de Ciencias y Humanidad Azcapotzalco
Como mujer, no he estado sola, la sociedad me ha incitado a sentirme así, pero no lo estoy, no lo estamos y no lo estaremos nunca más.
El mundo, desde tiempos tempranos ha estado en mi contra, me ha fallado, atacado y fue cruel desde que supo mis genitales, en mi afán personal creí que era un complejo individual para reservarme por tan solo atreverme a mencionar agresiones cometidas hacia mí sin aparente explicación, hubo un día que decidí hablar de las situaciones cotidianas que más me aquejaban, en un acto de valentía, que tenía origen de desahogo, al contar mi propia historia y escuchar a alguna compañera, logré comprender años de relego, la sociedad no solo me odiaba a mí, y no sólo me hacía odiarme a mí misma, provocaba odio hacia todas nosotras.
Desde niñas, de manera sistemática, las mujeres hemos experimentado de alguna u otra forma abuso hacia nuestros cuerpos, nuestra mente, a todo lo que envuelve a nuestro ser, hay una ola de violencia que trata de minimizarnos y hacernos minúsculas para no incomodar y colectivamente caímos en la trampa de invalidación.
Ir contra la corriente, ser antisistema, mostrar rebeldía y anarquismo refiere reconocer nuestro valor propio, pero también conjunto: todas las mujeres tenemos sueños, metas, objetivos, aspiraciones e intereses tan valiosos por el simple hecho de ser personas.
El celebrar a mujeres talentosas se ha visto desperdiciado por el interés insistente de rebajarlas en pro de la aprobación masculina, de una tóxica ilusión de lucir complacientes e insistir ser tomadas como sujetos de derecho ante aquellos individuos que se ven inmiscuidos en el constructo de su masculinidad. Por alguna razón, la positividad queda con utilidad restringida al varón, los aplausos, halagos, incluso la compasión, juegan un papel importante para restringir nuestro juicio sobre ellos, pero con las mujeres, la historia cambia.
Ante ese único modelo “válido” de mujer, rechazamos los estereotipos cayendo en muchos otros, como, por ejemplo: “no soy como las otras” o “prefiero tener amigos hombres”
Ante los ojos de la misoginia, encasilla en el rechazo o lo único “aceptable”, pero jamás en su totalidad, ya que según la lógica del sistema, a pesar de tanto intento de abandono a la personalidad e ideales, la mujer únicamente por serlo, pasa a no ser suficiente jamás, con millones de peros y miles de razones para modificar cada aspecto de su personalidad que no tiene nada de malo y, evidentemente, toda esta maroma se trata de una campaña de odio y desprestigio a aquella que nació sin “eso” que les da poder a los varones, a aquel “faltante” que fue “reemplazado” por una vulva.
El desafío radica en la introspección, muchas niñas fueron educadas con la idea de competencia, comparación, situaciones que, insisto, son calculadas técnicas de manipulación para dividirnos y silenciarnos masivamente con una inexistente rivalidad “natural”; muchas, además, cayeron, pero no por sus propias conclusiones, sino que lo escuchamos, replicamos y creímos pues nos obligaron a demeritar nuestro pensamiento desde que nos involucramos en sociedad. El propósito de separar a todas las mujeres con grandiosas cualidades, es pretender que no existimos, que no ocupamos un lugar importante, pero realmente somos pilares fundamentales en la sociedad que nos ha rechazado.
Esta hermandad femenina, la sororidad, no es una amistad permanente e inquebrantable de mujer a mujer, es, en esencia, solidaridad, la consciencia individual de entender que estoy en la misma posición que otras mujeres para que, en su mayoría, hombres, puedan violentarme –si es que aun no ha ocurrido–, es deconstruir usos y costumbres, las disputas entre féminas se reservaron a “robarse al novio”, criticarse o “usar el mismo atuendo”, ridiculeces que servían para justificar el odio inculcado a mi símil; en cambio, los hombres tienen ese pacto patriarcal que considera rolarse las fotografías íntimas de sus novias o taparse entre ellos violencias como puede ser incluso matarnos. Es trascender, sugiere la empatía de asimilar las vivencias compartidas enfáticamente en apariencias personales, debe ser vivida y practicada; una cosa es el apoyo entre mujeres ante el Estado y el machismo, y otra, venerar el perdón ante la violencia inculcada, no se necesita perdonar para avanzar, pero no podemos convenientemente hacer una selección de quién la merece y quién no, a pesar de ciertas diferencias que podamos tener, defender, reclamar y resolver entre nosotras, todas seguimos aprendiendo y deconstruyendo aptitudes que constituyen el rechazo a la autovaloración y proyecciones reflexivas a las demás.
Los varones tienen su fraternidad simbólica, una hegemónica complicidad, pero ésta tiene funcionalidad agresiva y dañina con objeto sociocultural disonante a una tribu femenina con vía de protección frente a la violencia de género, y este conocido aquelarre pintado de morado, es tan cálido y reconfortante que, ahora entiendo el motivo de esa “eterna enemistad” de aquella mujer que supuestamente siempre iba a ser la enemiga de la otra; esas declaraciones, en realidad, son mitos y no han quedado por completo falseados, el aislamiento de redes de apoyo es el epicentro de la vulnerabilidad adquirida, pero la ira es aquella parte de nosotras que más se quiere a sí misma. El gaslighting es el elemento más provocador como comunidad, el mundo tiene tal deuda histórica de pretender que las mujeres absorbamos en silencio el mal comportamiento masculino, una interiorización silenciosa de todo lo que un hombre decida o no hacer, y es cuando, entonces, en un momento de “empoderamiento” decidimos afrontarlo y responder ante esas actitudes que vulneran nuestra dignidad y llegan a retorcer cada rasgo; esa respuesta que tenemos ante aquello que está fuera de lugar se considera el problema mismo, es decir, el nivel de discriminación es tal, que el 49,5% de la población mundial es tomada como “minoría” incapaz de dar un juicio o señalar el descarado plan de acusarnos de desestabilidad física y mental. La sororidad es una propuesta feminista que no cae en un naciente “matriarcado”, ya que tal no debería considerarse tan extremista ni insultante para caer en la comparativa de un sistema que sí que ha causado una estructura deficiente.
A los varones “funcionales” por y para el patriarcado, se les hace muy sencillo lanzar cualquier tipo de comentario u acción de manera desinteresada. ¿#NotAllMen? Desde el instante que se sabe que poseen un falo, obtienen el privilegio, son los suficientes quienes lo aprovechan para que no se sepa quién no lo hace, el sistema les quita cualquier tipo de sensibilidad a su entorno y les otorga la capacidad de deslindarse fácilmente de cualquier tipo de responsabilidad sin alguna consecuencia. Los hombres, en realidad, sí piensan diferente a las mujeres, pero ocurre lo mismo según las expectativas para cada sexo, tienen una visión limitada de una realidad fuera de su conocimiento y este análisis tiene una afirmación: “los hombres siempre serán niños ante el mundo, pero las niñas siempre deberán ser mujeres para el mundo”, debido a que las niñas tienen la necesidad de madurar pronto de forma indiscriminada, por las cargas asignadas a maternar a nuestras parejas o por las agresiones vividas desde temprana edad que nos obligan a ver el mundo de manera mas crítica, ya que sin el apoyo del sistema penal y las ausentes redes de apoyo, vivimos en convivencia de una sensación de injusticia y desamparo, que empieza desde la primera vez que nos acosaron hasta cada vez que nos rompen el corazón. Invisibilizamos al elemento crucial que nos acompaña, ignoramos a la amiga, a la hermana, a la prima, a la tía, a nuestra madre, a nuestra abuela o incluso, una desconocida que puede ser un verdadero apoyo en un momento crucial antes del despojo del miedo y prejuicios generados por el exterior para evitar que nos sintamos merecedoras de identidad.
En este mundo construido para la comodidad de los hombres, junto a todas aquellas aliadas simbólicas, logramos reconocer y aprovechar el poder abrasador de nuestras poderosas voces. ¿Y qué haremos con él? Nunca más nos soltaremos.
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