Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Reconocer que la educación escolarizada es un privilegio sin importar si cumple con los estándares que le imponemos, es el primer paso para remontarnos a un cuestionamiento principal: ¿el conocimiento académico es la razón por la cual asistimos a clases?
Al ser niñas y niños, éramos receptores de masiva información que carecía de un por y para qué, ante nuestros ojos, nos situaba en un entorno controlado por aparentes azares del destino que, poco a poco, se convirtió en ese lugar que fue transformando su sentido conforme pasaban los años y pudimos identificar como “escuela”.
La misión de la universidad
En México se ha tratado de introducir la educación privada a través de un ideal estadounidense, una fantasía de casilleros, laboratorios, comedor, clubs, pero en contraste, la realidad de muchos es la educación pública, donde observamos maestros mal pagados, huelgas estudiantiles, inacceso a servicios básicos, carencia de suministros para cafeterías y sanitarios, o la normalización del consumo de alcohol y drogas en las instalaciones; para el estudiante promedio, asistir al colegio no es sinónimo de estudio, sino de carencias, estrés por una mala alimentación, ansiedad por entornos escolares hostiles, depresión por la autoexigencia de calificaciones impecables, enfrascándonos únicamente en la recompensa de las notas, mas no en el ímpetu de aprendizaje.
El proceso de selección en las universidades públicas de México, como la UNAM y el IPN, se basa principalmente en exámenes de admisión que priorizan la memorización por encima del entendimiento u otras habilidades cognitivas. Esta dinámica no solo limita la evaluación integral de los aspirantes, sino que también impacta la experiencia en el aula, donde el enfoque en el aprendizaje memorístico influye en la interacción entre profesores y estudiantes, condicionando sus actitudes y el ambiente académico. En contraste, las universidades de la Ivy League de Estados Unidos han adoptado un enfoque más holístico en sus procesos de selección, valorando no solo los logros académicos, sino también las cualidades personales, actividades extracurriculares y el potencial de liderazgo. Sin embargo, a pesar de la misión humanista y compromiso con la formación integral, mantienen métodos de admisión rígidos y deshumanizantes que parecen contradecir sus ideales, reduciendo a los aspirantes a simples números en lugar de valorar su potencial completo.
¿Un fin en sí mismo o un medio para qué?
Como individuos, atravesamos por una trayectoria escolar de primaria, secundaria, preparatoria y universidad, que involucran salones, profesores, compañeros, planes de estudio, economía, alimentación, familia, en resumen, contextos variables que impactan en las vivencias personales de cada “sujeto” inseparable de su realidad. Dependientes de las circunstancias, los papeles de profesor y alumno comienzan a mantener una sinergia en el aula, en algunas ocasiones con una relación de poder autoridad-subordinado y, en otras, aprendiz-mentor, utilizando ciertas estrategias adaptativas según el momento o lugar en vista bilateral.
El valor agregado al currículo que simboliza un título, se implementa a la rutina y da una ilusión de seguridad, es decir, un objetivo a cumplir, que si no se logra en tiempo y forma, da a entender que representamos insuficiencia como seres pensantes y que hemos fracasado estrepitosamente en aquel designio diseñado para los representantes de una comunidad, a un “exclusivo” grupo beneficiado del conocimiento, el sistema fomenta la interiorización del discurso romántico que plantea a la universidad como una élite y no como una institución que promueva la pluralización del saber.
El deber del ser
Este sistema ha formado seres humanos complacientes, sumisos y con baja autoestima, víctimas de una calculada manipulación para convencer que, si cumples con cierto adoctrinamiento, el estilo de vida que decides tener a los 18 años al momento de elegir una carrera universitaria va a cumplirse instantáneamente gracias a esos múltiples diplomas, “IQ alto” y boletas con todas las asignaciones completadas, haciendo creer que el descanso es de flojos y el “6” es sinónimo de inservible. La prueba de lo obsoleto de este practicar se devela demasiado tarde, estás graduado, siendo un genio con el reconocimiento de ser el mejor de la clase, pero con la dualidad de no tener experiencia laboral, ni un oficio o contactos funcionales; lleno de teoría, pero sin práctica; y por último, un profesionista desempleado.
Vale la pena preguntarnos de dónde sacamos las enseñanzas utilitarias para el vivir cotidiano, discutir la importancia de las habilidades blandas dentro de un colegio, ¿acaso nos enseñó a tomar decisiones? ¿Fue un auxiliar para manejar nuestras finanzas? ¿Para saber del SAT? ¿Para saber del mercado inmobiliario? ¿Para adquirir un automóvil? Este diseño no se presta para la formación integral de una persona debido a que el tiempo dictaminado para este desarrollo se ve consumido por la escolaridad.
El desfase entre la responsabilidad de honrar la inversión pública en nuestra matrícula estudiantil y establecer límites saludables para la productividad genera burnout, es decir, la constante presión sin descanso que ocasiona una irrevocable fatiga, resultado de un sistema que nos está acostumbrando a la explotación laboral, a ritmos de trabajo que nadie debería tolerar ni normalizar, saltándose el cubrir las necesidades básicas, sin tener pasatiempos, y el establecer la cultura del sacrificio como irreversible y estandarizada.
Esta agenda deficiente no parece estar modificándose, lo que provoca el desertar de los jóvenes por no tener claridad ni dirección a falta de orientación. Nos encontramos desconectados de los propósitos, tenemos la noción de cumplirlos con una visión simplista basada en un procedimiento, como si la realidad estuviera únicamente compuesta de automatización. La deuda histórica que mantiene el sistema educativo con la humanidad no radica únicamente en cumplir las expectativas ajenas, sino en las propias –a veces inquebrantables–. Hay que deconstruir usos y costumbres ya que la falta del pensamiento crítico en la sociedad moderna no es casualidad. ¿Cómo vamos a obtener seres humanos conscientes si quienes les enseñan no lo son?
Por Víctor Hugo Reyes
Quiero estudiar lo que llene el alma y no solo mis bolsillos
Por Axel Vega Navarrete
El abrupto cambio de la educación tal como la conocemos
Sebastián Coronel Osnaya
¡Por una escuela progresista, de vanguardia, incluyente e innovadora!
Por Alma Angélica Cardozo Chirino
Las cualidades extraordinarias de las personas que nos aman
Por Julliete Italia Vázquez Mendoza
Worldschooling, método de enseñanza-aprendizaje sin fronteras
Una respuesta
Soy Especialista en Desarrollo Web, estudie en la FESC y sin ninguna duda puedo decir que la escuela no te prepara para nada. Es triste, pero es la realidad. Los profesores estan muy poco preparados para dar clases y la mitad de la carrera es una perdida de tiempo.