En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Janet Georgina Monroy Díaz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Estudiante de Relaciones Internacionales en la FCPyS (UNAM). Apasionada de la cultura, el feminismo, la lectura y escritura, así como de las nuevas formas de interpretación epistemológica. Fiel creyente de que el sol sale para tí si aprendes a construir desde el amor, la lealtad, el respeto, la libertad y la empatía.

Amor a la Z

Número 17 / ABRIL - JUNIO 2025

Otra forma de expresar el amor o una puerta a la irresponsabilidad afectiva

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Janet Georgina Monroy Díaz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Herederos de una sociedad frenética, individualista y llena de fast fashion y fast food, nos hemos acostumbrado a dar y recibir fast love. Sufrir desde la distancia, acostumbrarnos a migajas y decidir dar unfollow está en tendencia y por extraño que parezca no podemos huir de estas peculiaridades mundiales. ¿En qué momento hacer un post de felicitación ha cobrado más peso que frecuentar a nuestros seres queridxs? ¿Cuántas veces nos hemos conformado con mantener una racha de TikTok? ¿Por qué un like en stories es “darlo todo”? 

Con el auge de las telecomunicaciones, la vida se ha transformado. Todo es más rápido, pero aun así escuchamos que no hay tiempo; todo es más rápido, pero no respondemos hasta que surge la culpa de contestar tarde porque si lo hacemos de inmediato nos veremos intensxs. Nuestros referentes más cercanos en el arte, la música y la literatura se aferran a la toxicidad, a la nostalgia, el sufrimiento y al falso desapego para demostrar que hemos superado y que como mercancías con poco o mucho valor agregado somos absolutamente reemplazables.  

Hemos reducido tácitamente al amor como una lucha de egos y nos hemos olvidado de la paciencia y la decisión que se requieren para construir relaciones más sanas. La evolución social a menudo es un reflejo del cambio en el modelo económico que nos rige. Es por ello por lo que vemos variaciones en los términos para referirnos a lo mismo dentro de un esquema de globalización, donde aumenta la competitividad, así como las presiones por avanzar a un aparente progreso “infinito” donde sólo hay un tipo ideal y éste se relaciona con la dominación y la acumulación ante un contexto que es volátil y que no tiene tiempo para la entrega a la espiritualidad o a los sentimientos, esto traducido en la definición de la fugacidad y la no entrega a una vida en colectividad.

No es casualidad la universalización de una narrativa de lo que tenía que vivirse dentro de relaciones que por supuesto son forzadas a establecerse desde la racionalidad para los sujetos dominantes (que poseen, que son libres, que “piensan” y que merecen); no se trataba del placer de los sentidos, ni la paz fecunda de la pareja, tampoco de la plenitud de la vida en sociedad, sino la pasión de sufrir y morir por un fin mayor… la ganancia dentro de un sistema económico desigual y asimétrico.

Un claro ejemplo de lo mencionado con anterioridad es la traslación a nuestro día a día de conceptos como la “energía femenina” y la “energía masculina”, prácticas que sirven únicamente para determinar nuestra posición en el mundo, la manera en que debemos construir nuestra identidad, y los estereotipos que debemos cumplir en función de nuestro sexo, puesto que los “chicos” siempre serán “chicos” y las “chicas” serán “mujeres”.

Cuidados, entrega y dolor. Cuando pienso en estas tres palabras recuerdo muchas lecturas como Calibán y la bruja de Silvia Federici, donde se trata del despojo, el amor capitalista y todas las tácticas de apropiación y despojo desde lo que conocemos como nuestro primer grupo social, es decir, la familia. Pero luego recuerdo que aún existe la idea de que, en mi generación, la generación Z, aún se cree que tu responsabilidad vital es estar todo el tiempo pendiente de que una persona se bañe correctamente, o que coma porque tú todo el tiempo le preparas algo, o que es de lo más romántico que te digan que formas parte de sus posesiones y que aquella persona que dices amar tiene la facultad de disponer de ti a como se le antoje.

Es hasta inimaginable que sigan replicándose estas ideas, pero es una realidad que estos postulados están impregnados en nuestra forma de conducirnos y de conducir nuestra sociedad. El porqué seguimos viendo el amor bajo un espectro es debido a que los movimientos sociales que han tratado de transformar y deconstruir el pensamiento y el cómo establecemos relaciones siguen apegándose a un discurso dominante que revoluciona los mismos estereotipos que garantizan el dominio y el control sobre un objeto, sobre la naturaleza y sobre el otro. 

Si bien es cierto que lo que entendemos por amor y que tiene a la conformación con un momento no es del todo nuestra culpa, es cierto que tenemos la posibilidad de escapar de la interiorización de que la irresponsabilidad afectiva y la violencia son normales, sin duda condiciones que fueron impuestas por un sector dominante que seculariza y domina otras culturas, incluyendo la nuestra. En contraparte, el amor siempre es una decisión no por el hecho de que “se elija” a una persona, sino porque desde la autenticidad, la confianza y la tranquilidad se decide abrazar a otra persona, sin quitarte el abrazo que necesitas cada mañana para ti mismx; porque desde lo más puro del sentimiento se tiene la inercia de tener responsabilidad con otra persona de lo que siente, lo que piensa, lo que puede experimentar, pero esto no implica que traicionas tu personalidad o tu tiempo… ni siquiera tu autocariño. 

Amar a una persona no significa sólo ser leal a una pareja o que sientas atracción. Amar a una persona es concientizar que, pese a las diferencias eres capaz de obtener momentos y enseñanzas que te hacen sentir cómodx con la coexistencia; que no se trata sólo de una completa monotonía o que seguimos anclados a una persona que nos hace dudar del cariño que nos tiene, del tiempo que nos dedica, de si nos tiene bajo su consideración porque es lo que hay y es lo que nos tocó. Porque sí es posible que existan otros modos de vivir, que tiendan al respeto y a la dignidad humana. 

¿Por qué estas ideas reduccionistas, poco diversificadas y simplificadas siguen dominando la escena discursiva de lo que se entiende por amor? Porque seguimos consumiendo una única manera de pensar, de vivir y de “crear”: la de Occidente, en donde no se concibe el amor como realización eufórica, plena de vida, sino que la conjugación de amor y muerte es la que podría definir la conciencia de lo que ahora llamamos “Amor a la Z” y que expresa la continuidad de un statu quo, muy reducido a la caducidad de las cosas, de los objetos y por supuesto de las personas como entes que giran alrededor de una única lógica y que poco o absolutamente nada favorece a estándares que no permiten la aplicación de ideas que perpetúan relaciones de poder.

Sin duda lo anterior nos incomoda y está bien. Nos han convencido de que sólo hay una manera de pensar nuestras relaciones, y esto no es más que un bombardeo estratégico e ideológico que nos sumerge a la precariedad de la vida. Hay otras formas de reconocer al amor y éstas no refieren a la pasión que conduce a la socavación de la persona, a la renuncia de compromisos con otras personas, por cuestiones de autoexaltación, consumismo y la vida líquida a la que nos han sometido y que nos ha orillado a caer en prácticas no satisfactorias pero que ayudan a distraer el interior mediante las fiestas, la brevedad de los momentos y a la aceptación de la irresponsabilidad afectiva.

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