Facultad de Medicina
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Corro para alcanzarla, no quiero dejarla ir, ya no más. Parece alejarse hasta que desaparece en el horizonte, cuando llego ya no está. ¿A dónde habrá ido?, me pregunto una y otra vez.
–¿Por qué te fuiste? No quiero estar solo, por favor vuelve–, grito con todas mis fuerzas esperando una respuesta, solo escucho el eco de mi voz.
Decido caer de rodillas, poco a poco la oscuridad va llevándose la luz que existía. Se escuchan susurros del viento, una brisa pasa por mi cara, y de golpe me llegan todos los momentos que vivimos juntos. No lo puedo soportar más, las lágrimas empiezan a salir de mis ojos.
No soporto la idea de perderla, la dejé ir una vez por imbécil, pero está vez era diferente, corrí tras de ella, y al final nada de eso valió la pena, ya no estaba. Me abrazo a mí mismo y repito su nombre una y otra vez. -¿Dónde estás?- Volteó a todas partes aferrándome a la idea de que no se había marchado.
En ese preciso instante que me encontraba en medio de la nada, con toda la esperanza perdida, me di cuenta de lo diminuto e insignificante que era en este mundo. Simplemente era un astro que orbitaba alrededor de su constelación, una constelación que ahora se había extinguido. Como el sol al levantarse y la luna al ocultarse, ella era la luz y yo la sombra. Sin embargo, todo en esta vida es tan finito, y así, de la nada, solo me queda el recuerdo de una vida.
–Espero que puedas escucharme, donde quiera que estés. Lo siento, de verdad lo siento. Sé que cometí muchos errores y no quiero que me perdones, ya es demasiado tarde para eso. Solo quiero que sepas que si tuviera la oportunidad de volverte a encontrar y de vivir todos esos momentos contigo, lo haría. Gracias por todo, gracias por mostrarme el verdadero significado del amor–.
Solté un suspiro de tristeza, me sequé las últimas lágrimas que salían de mis ojos, no esperaba una respuesta. Al final decidí ponerme de pie, solo quedaban rastros de un pasado que me perseguiría toda la vida.
La luz de la luna iluminaba cada pedazo de mi propia existencia. Con las pocas fuerzas que aún tenía caminé de regreso a casa, tropecé con un campo de llenó de rosas. Jamás en mi vida había visto algo igual, rosas de todos los colores, aromas celestiales, la luz de la luna reflejándose en sus hojas, todo parecía tan perfecto. Me acerqué y al observar con atención me di cuenta de algo peculiar, no eran rosas verdaderas, eran rosas de papel. Decidí deslizar mis dedos sobre aquellos pétalos, cuando hicieron contacto con mis yemas se desvanecieron. Un aire de preocupación me invadió, sin embargo, noté algo peculiar, las rosas no desaparecían, se convertían en polvo de estrellas que se dirigía al cielo. El viento jugaba con la polvareda y mis ojos cansados contemplaron el amanecer de una nueva estrella.
Por primera vez estaba seguro de algo, al tocar aquellas rosas comprendí que se convirtieron en lo que siempre estuvieron destinadas a ser. Corrí por aquel campo y toqué todas las rosas a mi paso, al mirar al cielo me di cuenta que estaba lleno de luz y esperanza, de sueños y fantasías. El viento entonces empezó a soplar y las hojas de los árboles empezaron a danzar. Una de esas hojas llegó hasta mis manos, todo me recordaba a ella: el viento, las rosas, la luna y las estrellas. Aquellas cosas que ella tanto amaba, ahora por fin lo había comprendido, ella estando lejos se acordaba de mí. Llegaron susurros y el recuerdo de su voz, caí desmayado.
Abrí los ojos lentamente y al fijarme en la hora me di cuenta que ya era tarde. Me quedé pensativo durante un rato, tratando de procesar todo lo que acababa de soñar. Me percaté que no se había levantado, algo raro en ella, acostumbraba levantarse antes que yo. Me acerqué hasta quedar a su lado, tomé su mano y no sentí tu pulso. Su respiración se había agotado, sus ojos se habían apagado y solo quedaba el frío invierno de un corazón que ahora estaba fragmentado.
La realidad me golpeó tan fuerte. No fue un simple sueño, fue una despedida. Ya no estaba y nunca volvería a estar. Se había despedido de mí sin que yo me diera cuenta. Las lágrimas de un corazón roto por la mitad corrían por todo mi ser. No la quería dejar ir, pero tenía que hacerlo. Deslicé mi mano por su cara y mis labios tocaron los suyos. Con ese último beso dije adiós.
–Te amo y siempre lo haré, en esta vida y en la que sigue. Gracias por haberte despedido, ahora tengo que dejarte. Me duele nunca volver a verte, pero cada rosa de papel me recordará a ti, mi pequeña niña. Ahora estás descansando en el regazo de un cielo que clama tu nombre. Nunca te olvides de mí, nunca olvides que tu amor siempre vivirá en mi corazón–.
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