Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Pido perdón por ser un mal cordero,
por mis ansias nunca saciadas,
por qué deseaba ser misionero
en nuestras tantas cruzadas.
Me flagelaré si es que hace falta,
quiero olvidar que mi carne ha errado,
volveré a ti con la moral alta
para limpiar lo que he infectado.
Pondré mi escapulario en tu frente,
te enseñaré los psalmos y los rosarios,
olvidarás tu pecado y al abrirte a la fe
introduciré el aleluya en tus labios.
Te rociaré toda del agua que es bendita,
aquel ungüento derramado en tu nombre
eliminará lo impío de otra visita,
cualquier error atribuido al Ser del hombre.
Al encontrarme en tierra santa
será inevitable arrodillarme a rezar;
no te preocupes por nada, sólo canta
que Moisés cantó después de abrir el mar.
Preparado a que llegue el diluvio que se levanta,
recibo como bendición este castigo,
espero que mi comunión impacte en tu garganta
y veas que también yo te bendigo.
Alza la cara, amor mío, Dios ya viene
y serás dichosa al presenciar su segunda venida.
Siente dentro tuyo el amor que te tiene
y el amén saldrá de ti para llenarte de vida.
Al terminar la hecatombe dormiré en tu regazo,
hallaría siempre en tu pecho al paraíso prohibido.
Por la noche te resguardaré bajo mi brazo,
nadie sabrá las blasfemias que hemos cometido.
Por: Yuliana Serrano Valdez
Si no aprendemos a ponerte freno quizá acabemos rogando consuelo
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Por: Álvaro Pérez Texco
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