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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Foto de Chevanon Photography / Pexels
Picture of Armando Yael Arteaga Ortíz

Armando Yael Arteaga Ortíz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Armando Arteaga, escritor aficionado.

Jazz Man & Blues Girl (Beth y Matt)

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

Sobre cómo el amor reúne lo mejor de la música

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Armando Yael Arteaga Ortíz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Quisiera que esta historia empezara como todas las demás, pero no me gusta mentirle a mis lectores, la primera vez que te vi ni siquiera la recuerdo, antes de conocerte yo era feliz y eras otra cara entre la gente, un fantasma acechando en la oscuridad, una barista en un café que ya no frecuento. 

Puedo empezar por la primera vez… La primera vez que te miré (oficialmente), fue irónicamente la última vez que la vi a ella = S, (S por Sade). El día que te miré por primera vez llegué a tus brazos (la cafetería) como un perro herido, con el corazón hecho pedazos, sangrando en tu alfombra (alfombra que era el tapete de bienvenida y sangre que era mi llanto), todo porque S había decidido que era hora de terminar con lo nuestro, que era un buen momento para dejar de intentarlo, que el R&B y el rock alternativo no se llevaban bien.

La cafetería era para un lugar seguro, no muy frecuentada, con buena música y un ambiente hogareño, pero ese día la cafetería decidió traicionarme; el amargo que siempre tomaba con ella por fin me supo a lo que sabe (asqueroso de muchas maneras), el lugar estaba lleno de gente, el internet fallaba y como gota que derramó el vaso empezó a sonar nuestra canción (“No Ordinary Love” de Sade), si no morí de amor fue porque en cuanto comenzó mi llanto llegaste a salvarme y me diste un abrazo. 

En ese momento no me gustaste porque solo pensaba en dejar de llorar y espantar a tus clientes; al regresar a casa, el camionero (probablemente igual de herido que yo) puso un disco de Juan Gabriel y José José o algo parecido, cada canción era una gota de limón agregada a la herida y un grito de “¡bajan!” silenciado por la desafinada voz del chofer. Ya en mi hogar repetí incalculables veces los álbumes de PXNDX (“Bonanza” especialmente), las canciones tristes de Frank Sinatra (“The world we knew” y demás) y los himnos del mariachi que se disolvían en mi café con piquete. 

“El tiempo es la mejor medicina” dijo alguna vez José Madero y yo le creo porque el tiempo me curo y no quiero preguntarme si aún estaba cicatrizando cuando te empecé a querer, pero después de unos meses cuando la vida parecía un poco menos dura y el otoño empezaba a llegar, me sonreíste y dijiste que te alegraba verme lejos del espantoso del amargo, que volver a mi vida antes de S era la mejor decisión que había tomado, ahora que aquello era cortesía y aburrimiento porque era tu único cliente, pero para un idiota como yo significo algo. 

Te invité a sentarte y tomar un café, entonces tuvimos una de esas pláticas sin rumbo, saltando de un tema a otro, todos sin relevancia, pero fue tan agradable que perdí la noción del tiempo. Al día siguiente esperaba reanudar la conversación, pero estabas super ocupada, con toda la valentía que no tengo llegue hasta el mostrador y te di mi número en una de las notas amarillas que tengo, por si querías llamarme y hablar de cualquier cosa que no tuviera relevancia; pase horas y horas esperando a que llamaras o mandaras un mensaje, pero… nada, creí que tal vez esas cosas sin sentido de las que hablamos, eran demasiado sin relevancia ni sentido para ti. 

Tenía miedo de encontrarte a la tarde siguiente, pero mi adicción al café fue más grande que mi vergüenza, entre cabizbajo y pedí lo de siempre, me entregaste mi café y dijiste: “Yo también compro el acondicionador rojo para cabello rizado” solo alcance a reír y decir “pero si eres lacia” (ocultando toda mi felicidad por haberme equivocado de nota y darte la de las compras), y no me preguntes por qué pues sinceramente fue cuestión de nervios que te invité al súper, (¡¿AL SUPER?! DIOS MÍO), y lo peor fue que aceptaste.

Ya ahí, caminamos lento por la sección de hogar como un viejo matrimonio, nos tomamos fotos en todos los espejos sucios, comimos helado y nalgueamos pechugas; todo era perfecto, caminamos y discutimos sobre si los cepillos de bambú eran una medida mediocre para reducir el impacto ambiental, cuando de pronto sonó “París” de The Chainsmokers  y dijiste que te encantaba que ya no pusieran jazz en los lugares públicos, porque el jazz era para ancianos.  

Dejé de avanzar junto con el carro de nuestras compras y me detuve a digerir tan atrevidas declaraciones, cruzaste una línea, reprimi irá en el fondo de mi alma, un “QUEEEEE!?” salió de mi boca, tu respuesta fue: “no me digas que eres uno de esos niños ancianos a los que les gusta el jazz y Pedro Infante”, no respondí pero mi silencio me delató.

No se si era porque recientemente había visto La la land y soy un idiota como Sebastián en esa película, que me ofendió muchísimo tu desprecio al jazz, no se me ocurrió nada más que intentar invalidar tus gustos, pero hasta ese entonces no habíamos hablado de música. “¿Tú que escuchas?” te pregunté en tono despectivo; hiciste una de esas sonrisitas burlonas y egocéntricas que hacen que me derrita, (sólo por el jazz me mantuve firme) y dijiste: ”Claramente el mejor genero musical jamás creado, el blues” fue tu respuesta, no te podía contrariar, lo de “el mejor” es cuestionable, pero no cabe duda que el blues es magnífico.

Al terminar las compras fuimos a tu casa a ver una película, dijiste que irías por vasos, que mientras pusiera lo que quisiera, (juro que no fue plan con maña) yo puse en una página pirata Romeo y Julieta, esa en la que sale Leonardo DiCaprio, al regresar de la cocina viniste conmigo hacia la cama entusiasmada porque al parecer era tú película favorita, me hablaste de su dirección de imagen, de la corrección de color y los planos, mientras yo te veía como un niño que admira a un sabio, una parte de tu entusiasmo me contagiaba, una parte de tu explicación me seducia. 

Ahora los dos éramos iguales, mi amor a esa película surgió por sus diálogos y la adaptación que se hace, donde se deja mucho más claro el subtexto que en la obra original y también la amaba por su soundtrack, por esa primera vez que vemos a Romeo en la playa de Verona mientras suena Radiohead (“Talk show host”); ese día reímos con la irreverencia de Mercucio, vimos las intenciones ocultas del padre, suspiramos con los versos de Romeo y lloramos la muerte de Julieta. Mientras la veíamos te miraba, a tus grandes y ojerosos ojos negros, a tu cabello con destellos morados, a tus labios rosados, tu piel palida como si hubieras muerto al ver a Julieta beber del frasco y viéndote sólo podía pensar lo mucho que me gustaría que me quitaras mis pecados con tus labios de santa.     

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Jazz Man & Blues Girl (Beth y Matt)

2 respuestas

  1. Es excelente la manera en la que cuentas está historia, me recuerdas un poco a las historias y poemas de R. Israel Miranda, gran escritor y autor independiente

  2. Un texto muy adecuado para los amantes de una fresca historia de romance, que va de los espontáneo a lo singular siendo acompañada de muy buenas recomendaciones para los melancólicos románticos.

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