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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Crédito: Esther Gómez Parra/ Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Picture of Armando Yael Arteaga Ortiz

Armando Yael Arteaga Ortiz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Armando Arteaga, escritor aficionado.

La carne de Dios

Número 11 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2023

Una extraña raíz despierta la conciencia y surgen los tormentos existenciales

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Armando Yael Arteaga Ortiz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Al inicio solo nos teníamos a nosotros, éramos seis, Abb, Chutt, Tikha, Sehk, Kahnn y yo; fuimos lanzados al mundo con la brutalidad de la naturaleza, indefensos frente a las bestias que habitaban la noche, por eso solo algunos de nosotros llegamos con vida a la edad adulta. 

Sehk era el menos conectado con la Cosa, esa que está ahí en el aire, que es como una paz extraña, una quietud que dispersa lo otro que habita en el silencio, como una marea que te lleva a donde ella quiere; siguiendo a la marea es como todos los animales sobreviven y son útiles para el mundo; pero Sehk se ahogaba, no poseía los instintos primordiales, no sentía la marea, más temprano que tarde los otros animales se aprovecharon de su vulnerabilidad, así lo quiso la Cosa. 

Caso totalmente contrario era el de mi hermano Kahnn, quien tenía el favor de la naturaleza, era más fuerte, hábil, inteligente, domaba a las bestias más salvajes y la tierra le daba frutos, pero todas las ventajas que tenía sobre nosotros no le impidieron matar a Abb. 

Todos sentían que Kahnn odiaba a Abb, lo despreciaba porque no tenía ninguna habilidad, nació como un lastre para él; desde el momento de su nacimiento parecía enfermo, su cuerpo era delgado y larguirucho, su piel pálida; cualquiera que los hubiera visto juntos diría que no eran hermanos; Kahnn parecía hasta de otra especie, su cuerpo era robusto, sus piernas ágiles y su piel del tono del barro al secarse. 

Un día salieron juntos hacia el monte, todos sabíamos qué iba a pasar, pero ninguno hizo nada, yo nunca le temí a Kahnn, no me importaba que fuera mayor, ni que fuera mejor a nosotros, pero cuando descubrí que iban hacia el monte, el sol ya había desdibujado sus siluetas del horizonte, en ese entonces no comprendía como ahora, por lo que solamente aullaba por mi hermano. 

Cuando Kahnn volvió solo del monte, ya no era el mismo, su cara era distinta, sus ojos estaban llenos de maldad, parecían los de un zorro que busca a los roedores indefensos cuando aún duermen y se ocultan del frío; fue entonces cuando le empecé a temer, más que a él, a sus ojos de fiera. Cuando llegaron las lluvias, unos días después del asesinato de Abb, escuchábamos a Kahnn en su pedazo de la cueva gruñirse a sí mismo, no pasó mucho tiempo para que nuestro miedo nos obligara a exiliarlo y dejarlo sin cobijo en las garras de la noche.

Yo era el segundo al mando, así que tomé lo que dejó atrás como mío, muchas de sus cosas me resultaban inútiles, pues no comprendía su propósito, lo único medianamente atractivo que poseía eran huesos de animales que cazó con sus propias manos y algunos frutos y raíces de sus viajes al exterior. 

Uno de estos frutos me resultó particularmente atractivo, estaba manchado de sangre y no era jugoso en su interior, tampoco tenía semillas, aparentaba ser una raíz, pero no lo era; en la naturaleza una de las cosas más valiosas que se tiene es la intuición, algo parecido a la Cosa, pero que se encuentra dentro de nosotros. Mi intuición no tenía opiniones sobre esa raíz, las mejores decisiones se toman con calma. Cuando la luna caía regresaba a mi espacio a mirar la raíz, podía verla por horas, pero estaba llena de silencio, todo lo contrario a la Cosa. 

Sentía un escalofrío que recorría mi espalda cada que miraba la sangre seca, así que intenté eliminarlos, los metí al árbol podrido donde escondía mis huesos y me alejé lo más rápido que pude. Pasaron tantas noches como piedras hay en el mundo. Mientras cazaba lo vi a lo lejos, pensé que eran ensoñaciones, pero estaba ahí, llamándome, el tronco verde del árbol que no da frutos estaba lleno de la raíz con sangre, como un cadáver infestado de larvas.

Fue hasta ese momento que funcionó el instinto, corrí lo más lejos que pude en un arrebato de terror total, como cuando se huye de los lobos, pero en algún momento en el trayecto mi cuerpo se desvió hacia el árbol podrido, mi hambre venció al miedo, clavé mis dientes en la raíz con sangre. 

Solo entonces pude comprender que aquello no era una raíz, ni una fruta, su sabor se asemejaba más a la carne, corté trozos y caminé de vuelta a la cueva, el mundo parecía distinto, podía sentir más que nunca mi cuerpo, como si estuviera desarmado y unido, cada parte era especial; llegué arrastrándome a la cueva, el mundo bajo mis pies se caía, el tiempo se desunía, sentí cómo se formaba la grieta entre el todo que ahora no significaba nada, porque empezó a existir el antes y luego se formó el ahora y después del ahora vino el yo y los otros. 

Se me cortaba la respiración, lo que palpita ahora estaba en mi cuello, estoy seguro de que tenía el gesto del que mira a la muerte, me sentía incómodo en mi propia piel, mientras me ahogaba con el aire, incluso intenté arrancármela, había enfrentado a bestias antes, pero esto era como si yo fuera la cueva del monstruo.

Dentro de mí empezó el invierno, mis huesos estaban huecos, por ahí pasaba el gran viento del hielo, pero por fuera mi carne estaba caliente, era mi momento de morir, tenía visiones de lo que no puede estar dentro de la cueva. Aun cuando la noche había llegado el sol estaba junto a mí, y las formas de las cosas se movían formando otras nuevas, cuando sentí que eran mis últimos alientos paso, dejé de sentir a la Cosa, ya no estaba y en lugar de ella ahora había silencio, terrible silencio, tenía miedo, mucho miedo, en un intento de callar ese silencio empecé a gruñir, pero de una forma diferente a las que había escuchado.

Me volví adicto a esa carne, así como a sentir y conocer cosas nuevas para alejar al silencio, de alguna forma cada vez había más y más por conocer; entendí cómo las cosas que antes eran solo cosas, ahora tenían significado y los nuevos significados traían preguntas, que entonces no eran preguntas, pero así se sentían. 

No pasó mucho hasta que mis hermanos me consideraron amenaza como a Kahnn, pensé en pelear por lo mío y, si era necesario, matar a Chutt, pero comprendí, como seguramente también lo hizo Kahnn, que ellos se mueven por reflejo y no porque entiendan que allá afuera moriré si estoy solo; sentía lástima por ellos, pero no podía hacer nada más que intentar estar lo más atento posible, la Cosa ya no estaba para protegerme y mi instinto se volvía cada vez más pequeño, ya no era más uno con los otros, era uno en mí mismo.

Vagar por el mundo sin una manada me dejó estragos, tenía hambre, sed, me hice hermano de las bestias más pequeñas que yo, compartimos la carroña que las bestias más grandes dejaban a su paso y dormíamos juntos, aunque sé que ellos me aceptaron más por temor que por gusto. 

Mi curiosidad se acrecentó con el consumo de aquella carne, por las noches me alejaba de mis hermanas bestias y vagaba buscando cosas nuevas, todo me parecía increíble y al mismo tiempo tenía miedo, no entendía cómo sobrevivía antes de saber, cómo iba sin cautela por la vida.

En una de mis expediciones lo encontré entre la niebla, pensé que era una especie de lobo supremo o algún dios del bosque, no podía distinguir si mis ojos me engañaban, pero mi vista observaba a una clase de lobo que caminaba erguido; tentado por la curiosidad lo perseguí con una piedra en la mano, pero mientras más me acercaba lo encontraba cada vez más parecido a mí: era Kahnn, mi hermano se había convertido en aquel monstruo, que no es bestia ni es hombre.

Al perseguirlo no lo noté, pero me estaba llevando hacia una trampa, tampoco noté que parte del suelo era falsa, cuando ya había caído sobre las ramas afiladas; sufrí múltiples heridas, pero ninguna me atravesó, al escuchar mi lamento vino a rescatarme, me desmayé del dolor y por falta de alimento.

Cuando desperté estaba en una cueva artificial que Kahnn había creado para resguardarse de los otros, porque al matar a la Cosa se volvió enemigo del mundo, los animales que antes lo seguían se habían vuelto contra él, de una forma extraña servían a la Cosa, como yo mismo y mis hermanos, por eso comprendí su dolor; él no estaba en su cueva artificial, solo estaba yo con pequeños lobos y animales metidos entre varas, como prisioneros voluntarios, ninguno se quejaba, tenían comida y agua.

Cuando Kahnn regresó los animales ya no lo odiaban, él los sacó de sus prisiones, ellos no huían, le pedían comida y él les ofrecía una especie de río caliente; también me lo ofreció a mí y curó mis heridas, creí que era un espíritu o alguna clase de brujo, pero entonces se quitó sus pieles y volvió a ser hombre. Me enseñó su lenguaje y unos símbolos que a pesar de sus esfuerzos nunca comprendí, supe entonces de su necesidad de parecerse a las bestias, matarlas para envolverse en sus pieles, lo necesario para que no lo atacaran, desarrolló también instrumentos de cacería y para ser más útil.

Cuando supo que era como él, lloró durante varias semanas, había estado tan solo allá afuera, tan vacío, dice que cuando comió el hongo, potenció todo lo que ya era y la Cosa a la que él llamaba Dios le temió, yo también hubiera temido, era la bestia perfecta; mató a la Cosa y cuando vino el silencio dentro de él surgió un otro, que le hablaba en su idioma, ese otro le enseñó todo lo que sabe, a cazar, a cubrirse con las pieles de sus presas, a imitar al sol con sus propias manos, pero también le mostró la maldad y no podía negarse a hacer lo que le susurraba porque ya no tenía ni a Dios ni al instinto, por eso le temía al otro como Dios le temía a él.

Kahnn nunca odio a Abb, lo envidiaba porque tenía lo único que todo lo que era no le podía dar, ni la inteligencia, ni la fuerza podían comprar el favor de Dios y Abb sabía hablar con ella, era su favorito y tenía la suerte del mundo en su mano; Kahnn, a pesar de ser más se sentía menos, lo sagrado, lo que está por encima de los hombres lo despreciaba, entonces Kahnn mató a Abb. 

Lo mató porque quiso enseñarle como a mí, pero él lo rechazó y se negó a ser un Dios, prefirió morir, a ser como Kahnn, lo enfrentó sabiendo que no tenía oportunidad.

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