La violencia ejercida contra personas migrantes en Los Ángeles, más allá de ser una iniciativa de Trump para exiliar a todos aquellos que no sean estadounidenses, está moldeando Estados Unidos para sólo los que él considera “americanos” (además de que ese término, ya sabemos, es impreciso).

La población mexicana en territorio estadounidense es inmensa a consecuencia de la historia que México y Estados Unidos comparten. Por poner sólo un ejemplo, durante la guerra de 1847 entre estos dos países, aproximadamente 100 mil mexicanos dejaron atrás las tierras natales y se convirtieron en migrantes, esto como medida de emergencia ante la batalla; después de la guerra algunos volvieron a su país de origen, pero muchos otros se quedaron haciendo una vida en el país vecino. Un año después, como medida para poner fin a la guerra, Estados Unidos se anexionó el 55% del territorio que entonces le pertenecía a la República Mexicana; dentro de ese territorio se encuentra California, ciudad que, por lo tanto, está llena de mexicanos y de latinos en general.

La comunidad latina en territorio estadounidense está repartida de manera diversa, la población se centra en los estados de Illinois, Nueva Jersey, Colorado, Florida, Nevada, Arizona, Texas, Nuevo México y California; este último tiene el 40% de los residentes latinos en Estados Unidos.

En 2017, cuando Donald Trump fue electo por primera vez, con el pretexto de proteger al país, firmó tres órdenes ejecutivas para prohibir el ingreso de ciudadanos de siete países: Siria, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen; avalando la discriminación, de modo que si un ciudadano estadounidense ejercía algún tipo de maltrato a migrantes no sería penalizado; y en 2019 inició las obras para el muro fronterizo con nuestro país. En 2025, cuando tomaba protesta como presidente por segunda vez, declaró: “Hoy firmaré una serie de órdenes ejecutivas históricas. Con estas acciones, comenzaremos la completa restauración de Estados Unidos […] Se detendrá inmediatamente toda entrada ilegal, y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de delincuentes extranjeros a los lugares de donde vinieron”.

El panorama que ofrecía era ejercer toda la fuerza del estado para moldear “una nación libre, soberana e independiente”.

Ante las medidas antiinmigrantes de Donald Trump, a inicios del pasado mes de mayo, empezó a circular un anuncio donde Kristi Noem, Secretaria de Seguridad de Estados Unidos (mostrada de una forma que imponía miedo tanto en su discurso como en su imagen), exhortaba a personas migrantes a no ir a territorio estadounidense porque de ser así serían expulsados. “El viaje es peligroso y al final los atraparemos y los enviaremos de regreso”, expresaba.

Más tarde, el ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas) iniciaría redadas en territorios donde se concentra una alta población de migrantes latinos. Finalmente, el viernes 7 de junio, la comunidad latina salió a protestar.

A pesar de ser marchas pacíficas, fueron reprimidas por el ICE con camiones blindados, gas lacrimógeno y balas de goma; como consecuencia, los manifestantes utilizaron palos y herramientas para protegerse; durante las movilizaciones vimos banderas de México y mensajes que demandaban un alto a la expulsión de migrantes.

Esto nos recuerda al nazismo, el perseguir y hostigar a personas indocumentadas –o incluso con documentos–, avalar la discriminación, el racismo, clasismo, xenofobia y, sobre todo, arrestar a personas que ejercen el derecho a manifestarse.

Los gobiernos fascistas, como el gobierno nazi, ejercieron estas prácticas ya que la autoridad tenía todo el control de las instituciones, y establecía a los ciudadanos instrucciones autoritarias del cómo vivir en sociedad; se ejerció una supremacía de la “raza”, pero para imponer estas ideologías se necesitaron medidas coercitivas, como el uso de la fuerza.

Y ahora sucede algo muy parecido en Estados Unidos: el uso de la fuerza para reprimir manifestaciones, promover todas las formas de discriminación, y expulsar no sólo a migrantes, sino incluso a la población nativa.

Ante las revueltas, en conferencia de prensa Trump afirmó: “No permitiremos que una ciudad de Estados Unidos sea invadida y conquistada por un enemigo extranjero”. Lo cual refleja esa supremacía que el presidente quiere moldear, una nación con sólo ciudadanos de ciertas características, tal como lo dictaba el nazismo.

Actualmente siguen desarrollándose protestas por la inconformidad de ciudadanos latinos no sólo en la ciudad de Los Ángeles, sino que se han sumado otros estados que poco a poco empiezan a alzar la voz ante las medidas autoritarias del gobierno estadounidense.

Como mexicano y estudiante universitario, al ver estos acontecimientos puedo percibir la valentía que tuvieron los manifestantes para defender su dignidad y su derecho como ciudadanos ante la violencia de las autoridades estadounidenses que hemos podido ver en todas las redes sociales y diarios nacionales e internacionales.

No me sorprende que exista rabia ante las medidas autoritarias para reprimir a personas migrantes, imponer impuestos a las remesas, agredir personas, lanzar spots intimidantes, separar familias, no respetar a la comunidad LGBTTIQ+, imponer, en fin, medidas inhumanas.

Ante ello, el orgullo mexicano ha respondido a todos estos ataques que seguirán afectando a mucha gente, por eso debemos apoyar desde el lugar que nos encontremos, porque los mexicanos en Estados Unidos son nuestros hermanos, mostrar solidaridad es el mejor acto que podemos hacer por nuestros paisanos, recordando siempre que nadie es ilegal en tierra robada.