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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Mildred Isabel Flores Rosales / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 8
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Camila González López

Facultad de Filosofía y Letras

Pensar en segundo plano

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Reconocer que tantas prácticas pueden virtualizarse me aterroriza

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Camila González López

Facultad de Filosofía y Letras

Ya se ha establecido que las redes sociales no solo son un espacio para distraernos o reencontrarnos con viejas amistades, y que cada vez es más difícil contar con un espacio seguro aquí, en la red. Todo ha cambiado desde su invención, incluso los memes: ahora juegan un papel importante en las cuentas institucionales o de jóvenes emprendedores, porque es ahí, en una creación aparentemente inofensiva, en donde encontramos una carnada de simpatía con la que cada administrador se acercará a sus seguidores

En mi caso, la famosa técnica pomodoro, en la que trabajas 50 minutos y descansas 10, me resulta imposible de cumplir, especialmente desde que formo parte de un equipo de divulgación en redes y pienso en segundo plano todo el tiempo. El desarrollo de un perfil en las redes implica, por increíble que parezca, abrir paso a un nuevo ser que tiene identidad e intereses propios, pero también amistades y compromisos distintos a los míos.

Cuando abrí mi primera cuenta de Facebook tenía 7 años y la utilicé para jugar. Conforme crecí me interesó más la impresión que las otras personas tendrían si consultaban mi perfil, por lo que borré mis puntajes de Pet Society y Happy Aquarium, y mis fotos de Hello Kitty. Al menos no era la única. Muchas chicas escribieron leyendas amenazantes o amistosas dependiendo de su personalidad y de la etapa que estaban viviendo; finalmente, cada una estaba consciente de que una visita era casi como una intromisión a nuestro espacio físico, y por eso colgaban en la entrada de sus hogares: “¿Qué se te perdió, stalker?”

Con los años se volvió más importante documentar cada logro intelectual o físico, porque todas nosotras estábamos entre la pubertad y la adolescencia. Por suerte, en la preparatoria y en la universidad cada una bifurcó hacia otros horizontes: tener muchas fotos podría convertirse en un signo de popularidad, de buenas relaciones con otras personas, pero también de ser ridícula por mostrarlo todo (sin olvidar que hay un peligro inherente a ello); por otra parte, quienes no publican ninguna foto siempre son interesantes, reservadas o cuidadosas, pero no sabemos nada de ellas. ¿Qué se ve mejor? No lo sé, pero este pensamiento ronda en la mente de muchos usuarios de mi generación, independientemente de su género; y si no están conformes con su feed, borran toda su información.

La aprobación del resto de los usuarios parece un tema sin relevancia, y aunque inicialmente lo negamos, es un asunto que permanece en segundo plano la mayor parte del tiempo: ¿qué queremos mostrar y qué no? ¿Qué reacción obtendré? Las redes sociales nos dan la oportunidad de mostrarle al mundo nuestro mejor lado, por eso sólo es un perfil. No obstante, los límites de la aprobación están al borde de la razón y podrían saltar de la ciencia ficción a nuestra realidad. En “Caer en picada”, un episodio de Black Mirror (2019), observamos a una mujer que no podrá avanzar social ni económicamente sin la aprobación de las personas, que a su vez son usuarios de la red. Ya no hablamos de la organización de sus fotos, ni de las páginas a las que sigue o de los sitios que ha visitado, sino de su existencia misma que necesita agradarle al resto. Debía acumular la aprobación de todas las personas con las que interactuaba para conseguir sus objetivos. Al borde de la desesperación, una serie de actos llevaron a la protagonista a convertirse en una segregada social y, posteriormente, a estar bajo arresto.

Aunque hiciéramos un esfuerzo para retrasar los efectos de este fenómeno, el camino está trazado para llegar a un final idéntico o a uno muy parecido. A la larga no tener fotografías o elementos destacados en nuestros perfiles no mostrará todo lo que las otras personas quieren o necesitan saber de nosotros, y en muchos casos son espacios que visitan las empresas antes de contratar a sus trabajadores. Asimismo, diversas personalidades interactúan con sus lectores en las redes y esto se ha convertido en una opción para crear vínculos que difícilmente podrán sustituirse. Es muy relevante cuánto influye su actividad en las redes para formar un perfil completo del personaje público: cercano a sus seguidores, interesado en distintos aspectos que no se limitan a los que promueve o representa por sí mismo, y que se convierte en una ventana para humanizarlo (por si lo habíamos olvidado). Por si fuera poco, las redes son un área de oportunidad para los jóvenes egresados que consiguen amenizar los conocimientos de su especialidad (en sedes universitarias u otras instituciones similares), y esta experiencia tiene un peso muy importante en su currículum.

Entiéndase que, en el origen, cuando las redes eran apenas un núcleo sin mutaciones ni vicios heredados, nos servían para concebir un primer nivel del orden social (la amistad), pero con su evolución podemos realizar muchas otras actividades, incluyendo el sexo si consideramos al sexting como una opción válida, pero muchos permanecen renuentes. Reconocer que tantas prácticas pueden virtualizarse me aterroriza, especialmente porque debemos pensar para dos realidades, e incluso más si consideramos a quienes trabajan en esto. Si les soy franca, las redes sociales me causan vértigo. Se convierten en una extremidad que no podemos mutilar, ni suspender permanentemente porque todo o casi todo se hace a través de ellas, y muchas veces son un medio de información primaria. Desde hace un tiempo ejemplifico esta situación con Twitter, pues los comunicados del gobierno, las declaraciones de las celebridades, sus bienaventuranzas e infortunios, son extraídos de esta red social y figuran como la fuente principal en los noticiarios por la inmediatez con que llegan a nuestras manos. Es decir, no podemos prescindir de las redes si tenemos pendientes académicos (porque son el único medio para comunicarnos con nuestros docentes), si queremos participar en alguna iniciativa extraordinaria o si queremos llegar a distintos puntos fuera de nuestro círculo habitual con un negocio. Es cierto que podrían contradecir mi argumento con la vigencia de los periódicos y los teléfonos fijos, pero nuestra generación, además de evitar leer cualquier otra cosa que no sean mensajes de WhatsApp, evita hablar por teléfono.

Las redes sociales han tomado el control, pero no quisiera ser catastrófica; también se han convertido en una nueva fuente de empleos, de estudios y de investigación. Particularmente tengo un par de cosas que agradecerle a la virtualidad: como muchos otros, desarrollo la mayor parte de mis actividades a través de las redes sociales debido a la contingencia sanitaria. Por su parte, la aprobación virtual concentra un bien tan redituable que nos mantiene a la expectativa: ¿cuál será el siguiente paso para masificar mi negocio? Esta necesidad imperiosa requiere todas nuestras habilidades de comunicación, nuestro sentido del humor, al monstruo capitalista que vive en nuestro interior, y nuestro sentido convulso de adicción a los dispositivos móviles. Se trata de abrir las puertas de nuestro domicilio en una especie de virtuópoli y vender nuestro proyecto o vendernos a nosotros mismos. Se trata de esculpir, con extremo cuidado, un prototipo perfectible de usuario. Se trata de planear en segundo plano.

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