Facultad de Estudios Superiores Iztacala
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Mucho se habla del uso de las drogas en la sociedad. Algunos quizás mantengan posturas un tanto liberales en cuanto a su comercialización y distribución, mientras que otros, se niegan a hablar del tema y lo recubren de un cierto imaginario social del cual “no se debiera hablar”. Y por el contrario, hay quienes les confieren poderes “divinos” capaces de “curar” cualquier aflicción en los seres humanos. Sea cual sea la postura de cada persona, no podemos dejar de lado que este tema sigue siendo muy controversial y difícil de abordar, pues indudablemente, existen muchas vertientes desde donde analizar y debatir el problema.
Una de estas vertientes es su relación con el tema de la salud mental y la nula educación socioemocional que existe en nuestro país para evitar problemas como el suicido, la depresión, el estrés, o cualquier otro trastorno —que como sabemos—, deja secuelas muy graves para aquellos que no encuentran una manera saludable de poder hacer frente a los retos del día a día, por lo que muchas veces, se ven en la necesidad de recurrir a alguna sustancia con el propósito de “aliviar” (aunque sea momentáneo) y de hacer más tolerables las penas de la vida.
En este sentido, podemos preguntarnos qué pasaría si en lugar de tomar como primera opción el uso de alguna droga o psicoactivo, comenzáramos por hacer una reflexión intrapersonal en torno a la pregunta: ¿para qué la uso?
¿Para dormir mejor?, ¿para relajarme?, ¿para estar más concentrado?, ¿para dejar que mis sentimientos fluyan? ¿Cuál sería tu respuesta?
Actualmente las políticas públicas en materia de educación y de salud le restan bastante importancia a los procesos psicológicos que se hacen presentes en la toma de decisiones de los sujetos, lo que trae consigo que muchas personas, busquen un estímulo que las haga sentir “felices”, “tranquilas”, “despiertas”, “sensibles”, “emotivas”, o “sin preocupaciones”, todo ello como una forma de escape de la realidad, o inclusive, para evadir responsabilidades o situaciones que se perciben como amenazantes, (como si ya de por sí sobrevivir en esta realidad tan cambiante y catastrófica no fuera suficiente).
Quizás podamos buscar otras alternativas que nos conduzcan al mismo fin que deseamos sin necesidad de generar algún tipo de adicción que a la larga, podría ocasionar múltiples problemas a nivel físico, cognitivo y por supuesto, emocional. Esto nos conlleva a pensar: ¿qué pasaría si apostáramos por la meditación como una vía de relajación?, ¿qué pasaría si se privilegiara el deporte como una manera de canalizar nuestra energía?, ¿qué pasaría si existieran programas psicoemocionales que nos ayuden a desarrollar una mejor autoestima y a conformar una identidad más sólida?
Me pregunto: ¿qué pasaría si como sociedad, nos enseñaran a ser más empáticos y solidarios con las realidades de otras personas?, ¿y si la profesión de las y los psicólogos fuera más valorada? ¿De alguna manera todos estos cambios reducirían las cifras de violencia y de edad inicial por consumo de sustancias?
El tema en cuestión requiere de personas informadas y preparadas que analicen la problemática desde una perspectiva crítica y contemporánea, especialmente dentro del ámbito académico, por lo que si algo me queda muy claro es que el debate continúa…
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