Facultad de Filosofía y Letras
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Muy en el fondo y en secreto conmigo, cargo una herida. Una gran pérdida que un día me la trague y ya. Ahí se quedó. Ni siquiera hizo ruido.
No la encuentro, aunque tampoco es como que la busque.
Tal vez se escondió entre mis tripas o entre mis pulmones, detrás del corazón, en mi estómago, en las entrañas y en mi pecho; lo que explicaría, porque últimamente me duele tanto.
Lo imagino como si me hubiera comido algo desde hace años que se está echando a perder dentro de mí y ahora está cubriendo y contagiando el resto de lo que soy de moho. Los jugos gastrointestinales no lo pudieron quemar, es más fuerte que todo mi mecanismo de defensa. Que no pude con ello. No pude tragar.
Que no pude con ello. No me deja dormir, no me deja escribir, no me deja transbordar, respirar y no me deja amar. No me deja. A veces siento que quiere salir. La quiero vomitar. La siento en el pecho y en la garganta. Tengo miedo de que salga a flote, porque lo hará. Y tengo miedo a descubrir que es.
Un día va a explotar. Voy a explotar y salpicar todo. Mancharé la alfombra y brotará de mi pecho como una escena de película de terror de los ochenta, con todos esos malos efectos visuales, donde yo soy la protagonista y me peleo con el alíen, o lo que sea que está implantado dentro de mí, y sale y lo enfrento, lucho con lo que sea que me está pudriendo desde adentro para afuera; alíen, miedo, ansiedad, nada o yo.
Tal vez cuando lo vomite, cuando deje de evadirlo con trabajo, libros o documentales de asesinos o programas de vestidos de novia, pueda creerles a las personas que me aman, que en verdad lo hacen, y dejaré de tener tanto frío todo el tiempo. Y quizás pueda volver a escribir.
Porque sé que queda algo bueno dentro de mí, solo tengo que dejar de tener miedo, hundirme en mí y buscarlo. Aunque eso me aterre.
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