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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Quang Vuong | Pexels
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Ambar Sofía Téllez Guzmán

Facultad de Filosofía y Letras

Si tuviera que elegir una frase para describirme utilizaría a Clarice Lispector con: “Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.” Nací el 28 de mayo del 2004 en la Ciudad de México. Chilanga. Soy Directora, fundadora y editora de la revista y plataforma Marjorie Revue. Feminista, mexicana, escritora y lectora apasionada desde que adquirí la habilidad de leer, tomar un lápiz y formar historias con él.

Frío

Número 11 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2023

Esa sensación se ha detenido, pero ha estado siempre presente

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Ambar Sofía Téllez Guzmán

Facultad de Filosofía y Letras

Desde que tengo memoria he tenido los pies fríos, al igual que las manos y el pecho, tanto así que, desde niña hasta ahora, mi abuela me llama “Sofía la de la pata fría”. Los tarotistas, al ver las líneas de mis manos y sacando mi carta, afirmaban que era porque había “algo” en mi pecho que cargaba y que me quitaba el calor. Aunque mi madre siempre decía que era por andar descalza.

Conforme he crecido, el significado del “frio”- la palabra “frio” como tal- ha cambiado. Tenía frío en diciembre, como todos, al igual que cuando olvidaba mi chaqueta o cuando dormía sin calcetas. Pero también tenía “frío” con cada respiración, con cada paso dado y ahorrado, escribiendo, leyendo, con cada comentario “amable y por mi bien” que hacían mis padres sobre mi habla mi cuerpo y mi existencia; “frío” de niña, de adolescente y ahora de adulta. “Frío” que no se quita fumando. Tenía “frío” en el pecho todo el tiempo, de ese “frío” que causa ruido en las entrañas, de ese que no te deja comer.

La definición de frío, según la Real Academia Española es, “que no produce calor”. La palabra frío es un adjetivo y los adjetivos describen. Creo que pasé gran parte de mi vida sintiéndome como una persona “fría”, “que no produce calor”, y que nunca lo hará. Una persona que no será el hogar de alguien, que no podrá ser un refugio contra la lluvia, porque dentro de ella misma está lloviendo todo el tiempo. Una persona que no podrá ofrecer esa calidez que entre todos vamos buscando hasta que la encontramos.

Hubo un tiempo en que me aterraba la idea de que pudiera ser contagioso y pudiera enfermar a las personas de tristeza, de “frío”. A veces me sigue dando miedo. Como si hubiera una plaga desde la raíz de todo lo que soy (si es que tengo raíces, y si es que tengo algo amarrándome a esta tierra). Como si estuviera llena de termitas y solo quedara de mí, tal como una pieza de madera, la pintura.

Conforme fue pasando el tiempo, el “frío” fue desapareciendo, no podría decir que fuera por arte de magia o que un día hubiera despertado y todo aquello que me hacía temblar desde los siete años hubiera desaparecido de la nada. Pero ese frío sí se fue diluyendo, como si tuviera un nudo dentro de mí que se iba deshaciendo con cada paso con el que transbordaba en La Raza. Es extraño ahora sentarme a hablar de cómo me sentía en cierta época de mi vida y luego hablar de cómo me siento ahora, y es más extraño perdonar lo que alguna vez fui.

A veces cuando es de madrugada, vuelvo a tener “frío”, y a veces es “frío” provocado por miedo a volver a tener “frío”, ¿me estoy dando a entender? Alguna vez leí en un libro de Dolly Alderton que hay cosas que se quedan contigo, sin importar qué tanto sanes y cuánta terapia tomes, siempre lo recordarás.  Ella lo explicaba con los trastornos alimenticios: “siempre recordarás cuántas calorías tendrá cierto alimento”. Yo todavía recuerdo qué se siente no poder respirar o salir de entre los vagones del metro por ataques de ansiedad. Yo todavía recuerdo los huecos en el estómago, las llamadas a un número del cual sé que no habrá respuesta, yo todavía recuerdo el plato a medio terminar, la lengua ardiéndome de fumar por ansiedad.

Tengo el recuerdo de una conversación con unas amigas en donde les decía que me daba miedo tener “frío” toda la vida: “tuve frío a los siete años, y tenía frío a los quince, y en este momento lo tengo, y seguramente soplaré las velas de mi pastel de cumpleaños setenta y dos con este frío encarnado con gorro de cumpleaños cantándome las mañanitas”. Como si una parte de mí siempre estuviera rota y yo tuviera que acostumbrarme a eso, a transbordar por el metro con un hueco en el pecho.

Y aunque aquel “frío” se ha detenido y lentamente se ha diluido entre todo lo que soy (una bola de nervios con botas rojas), algunas muy pocas noches, cuando todos están dormidos, miro el techo blanco, pienso, pienso y luego no puedo dormir y recuerdo que hay una parte de mí que siempre estará rota, que siempre preguntará más de tres veces las cosas, y aun así no las creerá. Pienso que habrá una parte de mí que siempre tendrá “frío”, sin importar la estación, el clima, las personas, los astros, lo que sea. Y aunque ese “frío” eterno ya no me provoque ataques de ansiedad, o noches en vela, o que no pueda comer, o que tenga una relación estrecha con Marlboro, siempre y para siempre lo recordaré muy bien y se manifestará en mí, en mis preguntas estúpidas o en el frío físico de mi pecho, de mis manos, como una maldición escrita y sacada de libros patriarcales que una lee durante su infancia, como cuando era niña y siempre tenía los pies fríos.

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