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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Suliman Sallehi
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Katia Lara Vargas

Facultad de Filosofía y Letras

Soy estudiante de música y de filosofía, apasionada del arte y la política, apasionada de sentir.

La muerte de la clase media

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

La verdadera catástrofe es la costumbre de vivir como si no estuviésemos en el mundo

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Katia Lara Vargas

Facultad de Filosofía y Letras

Todo o nada, aquí o ahora, victoria o muerte: también la revolución se pensó en el siglo XX como apocalipsis, con resultados desastrosos, donde al final, el verdadero fin no nos tocaba, porque somos la clase media. Porque no hay Fin, no hay ningún final de la historia ni movimiento dialéctico al cual apelar, la pelea es interminable: la vida recomienza todo el rato, y nosotros tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas, porque somos clase media.

Proliferan por todas partes los discursos a favor de la clase media, donde se determina por el poder adquisitivo. La idea de pertenecer a la clase media era una forma de diferenciarse de la clase trabajadora, el ideal de ser parte de este estrato social generaba una ilusión de ascenso, pero en base al acceso a la formación, a la educación, al oficio. No al acceso de consumo de ropa, autos o bienes materiales infinitos e innecesarios. No estamos involucrados en el devenir de la historia y solo seremos unos simples espectadores del caos, ni pobres ni ricos, emprendedores y comprometidos, luchones y con sueños. El anuncio repetido del final de nuestra civilización (o del mundo) por una serie de catástrofes en cadena: suministros, guerras, epidemias solo hace que nos miremos más a la individualidad que vernos en el espejo de los otros.

De alguna manera la clase media reedita el “discurso de la meritocracia” donde el límite que determinará la caída de todo el sistema, ya no es interno a la dinámica del capital (crisis cíclicas cada vez más severas), sino externo: la lógica de crecimiento infinito choca con la finitud misma del planeta. Ya no nos importa el movimiento social porque estamos ajenos, no nos toca luchar porque “no estamos tan jodidos”.

¿Cuándo será el fin del sistema, la gran implosión? ¿2030, 2050?, muchos pensamos en el futuro como si viniera la destrucción, el fin de la humanidad, la revolución y la caída del sistema o al menos la noción de que algo va a cambiar, pero ¿porqué nos sentirnos clase media?

Las clases no se definen por su posición en escalas lineales de poder, prestigio o riqueza, sino por su función estructural en las relaciones de producción. Las relaciones sociales de producción, que constituyen la estructura básica de la sociedad, están definidas por el uso y la

posesión de los medios de producción, es decir, de aquellos bienes que no están destinados al consumo directo, sino que se utilizan para producir otros bienes. Somos la clase en transición para Karl Marx. Entonces la clase media sería una estructura en transición entre la burguesía y el proletariado, es decir no existe como categoría autónoma para definir una relación o la ubicación social de un grupo humano.

Hemos perdido la conciencia de clase…

La verdadera catástrofe, la que determina todas las demás, es la costumbre que hemos adquirido de vivir como si no estuviésemos en el mundo, como si nosotros no fuéramos los oprimidos, donde regulamos qué vender, a quién le vendemos, cuándo somos nuestros propios jefes. Lo que está por debajo de este pensamiento es la explotación de la propia persona, la persona autoexplotándose porque a quién le tiene que rendir cuentas es al sistema, no somos nuestros dueños, somos proletarios. Creer que cada cosa está habitada por una decisión o actividad personal implica considerar que cada una es concreta y singular, que tiene valor en sí misma y por sí misma, que nos solicita una escucha y un cuidado específicos. Cuando esa cosa singular beneficia a un grupo directo, proletariado o burgueses es porque tienen claro su lucha, porque saben lo que pueden ganar o perder y por eso lo  defienden.

La clase media diseminada por el mundo, siempre en movimiento, siempre de paso, impide que se genere una nueva conciencia revolucionaria, porque muchas veces es la parte de la sociedad que se alínea a la conveniencia, que se fragmenta, ideológicamente y polìticamente no generamos discurso político colectivo, esa fragmentación se alinean a los burgueses y los proletarios, y muchas veces a conveniencia, el botín de luchas para disputarse.

Los vínculos dejan de ser amorosos y se vuelven instrumentales. El mundo deja de estar en nosotros y nosotros en el mundo. Las cosas ya no nos tocan, no nos mueven, no nos conmueven: son objetos a acumular, recursos a explotar, experiencias a consumir, paisajes que turistear. Porque nosotros somos los que podemos disfrutar de esos beneficios pero no tener el control, la idea ilusoria que con la educación puedes llegar a ser burgués, porque le echas ganas, dentro de la clase media está una pequeña burguesía, alineada ideológicamente con la burguesía pero no poseen los medios de producción, muchas veces ideólogos de la derecha.

“Las conexiones se han roto”, “los centros sensibles están muertos”. La facultad de relacionarse con el mundo de manera no instrumental radica en nuestro cuerpo, capaz de afectar y dejarse afectar, capaz de dar amor, empatía y ayuda al otro. El apocalipsis es el asesinato “del amante que hay en nuestro interior”, la sensibilidad que puede conectar con la fuerza o la virtud singulares de cada cosa, la noción del yo, de saber porque soy, como soy y que papel juego en la sociedad, opresor u oprimido, en todas las situaciones de privilegios.

Con el olvido de esto nace el individuo y el individualismo: un fragmento separado del mundo, una conciencia aislada del cuerpo, una máquina de calcular. La libertad pagana es una libertad relativa: en relación a algo, relacional. La libertad del individuo es absoluta: poder hacer lo que quiera, abstrayéndose de la materialidad de los afectos, los vínculos y los territorios. Libertad de no amar, de no vincularse, de conectar y desconectarse sólo según el interés.

Cada una de las catástrofes que nos acontecen desde la pérdida de la conciencia de clases, donde esto es sólo una réplica del primer gran terremoto: la instauración de la relación instrumental con el mundo.

El proyecto de las muertas clases medias

La modernidad capitalista retoma, acelera y extiende el proyecto de desvitalizar el mundo y convertirlo en cosa adueñable. En el corte brutal entre lo sensible y lo inteligible, lo sensible queda depreciado (es impuro, engañoso, caótico) y lo inteligible se identifica con el cálculo. La materia queda despojada de su vibración propia, de su principio inmanente de movimiento y autoorganización, de su “divinidad”. Las llamadas clases medias están en el despertar de las conciencias, la clase media ha muerto, Si convenimos que lo que hay de medio en la muerta clase media no es sino su función de mediación cabe preguntarse, a continuación, por el carácter y el alcance de tal mediación.

La violencia que estalla hoy por todas partes es el producto de esta pulsión propietaria. Una “pedagogía de la crueldad” se hace necesaria para educarnos a tratar el mundo como mercancía, como objeto adueñable (y a gozar con ello). El nuevo sueño es el del proyecto de los vínculos. No la búsqueda de una utopía o el modelo de lo que debe ser, sino la capacidad de actuar aquí y ahora, de generar la nueva conciencia de clase de todos los proletarios, proletarias y proletaries del mundo, no el principismo ideológico abstracto, sino la facultad de improvisar y atender necesidades concretas colectivas. No el tiempo apocalíptico del instante decisivo, sino el tiempo de los procesos de la vida social, como diría Marx, no somos la clase media, estamos viviendo el nacimiento de la conciencia de masas.

Reanudar, reanudarse a masa

El Fin ya fue, ahora toca “reanimar los centros sensibles”, generar un nuevo orden social entendiendo qué somos y cuál es el fin. La razón de conciencia de clase es pasión de absoluto: solución final, nuevo comienzo radical. Pero el Fin nunca llega, la catástrofe de la lucha de clase nunca es tan total como esperábamos, porque crisis al por mayor, pero no hemos tirado al capitalismo ni al patriarcado. Por eso, como decía el filósofo francés Maurice Blanchot, “el apocalipsis decepciona”. Se desilusionan sólo quienes viven de ilusiones. Pero el sueño sigue, la conciencia del proletariado es el paso al cambio, con una conciencia de la totalidad y la realidad de la producción, el destino de la revolución está ligada totalmente a la fuerza de convicciones ideológicas de las masas. La temporalidad emancipadora es la del proceso, la del continuo, la de lo interminable. Recomenzar no es repetir, porque la clase media muere, a partir de lo que hay y crear algo distinto, una nueva conciencia de clase, una nueva conciencia de masas. Toda creación es recreación. Nada de lo que fue está realmente concluido, se puede prolongar siempre.

Reanimar y reactivar las potencias del pasado, las potencias de los oprimidos, las potencias de las minorías, de las mujeres, de las infancias, los proletarios, los no hegemónicos, los explotados, los discriminados, la masa. Aprendamos de los propios fines del mundo de cada grupo sin olvidar que tenemos un mismo objetivo, donde las masas resisten, insisten, siguen existiendo.

El miedo a no lograrlo no activa, sino que disuade. La catástrofe por venir paraliza. Hay que oponer, al imaginario egoísta de echarle ganas, una lógica de la reanudación. Del recomienzo y la reconexión. El apocalipsis ya fue. Ahora es tiempo –siempre es tiempo– de reanudar con la vida. Habrá futuro por añadidura, un futuro organizado, combativo, libre y donde la muerta clase media, los proletarios del mundo, nos uniremos y seremos el cambio, el sueño, la vida.

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