Facultad de Psicología
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Las historias tienen una fachada superpuesta con la que aparentan tener un orden lineal con un inicio, desarrollo y final; pero en realidad ninguna historia es lineal.
Las historias se transportan a través del tiempo, se convierten en ciclos y en parte de otros ciclos. Ciclos que se envuelven, se enredan, se rompen y se conectan entre sí conformando una dimensión dividida en planos que se vislumbran con una base sólida diferente a la otra: lo real y lo irreal, lo verdadero y lo falso, lo correcto y lo incorrecto, lo natural y lo sobrenatural, lo bonito y lo feo, entre otras. Pero en realidad todos esos planos tienen una base homogénea: el pensamiento, el lenguaje, la memoria, la creatividad, la imaginación y el razonamiento crítico de los humanos.
Las historias tienen la capacidad de atravesar estos planos porque se convierten en una extensión de la humanidad. Una extensión de nuestro pensamiento, de nuestra memoria y de nuestro lenguaje.
La escritora Cristina Rivera Garza argumenta que el lenguaje es una práctica colaborativa y plural cuando entendemos la escritura como un acompañamiento y un refugio, al contar historias no sobre los otros, sino con los otros. Ella también menciona que tenemos esa capacidad de usar la estructura del lenguaje para compartir sensaciones y a la vez compartir con los lectores o escuchas el proceso de descubrimiento del lenguaje a través del mismo.
Y es verdad que cada uno de nosotros descubrimos el lenguaje constantemente al cuestionar la estructura y los conceptos de nuestras conversaciones escritas y verbales, lo que nos lleva a “un vaciamiento” que comprende “quitar el velo de la naturalidad” como menciona Cristina. Ya que el lenguaje es una herramienta que se autoconstruye y se reestructura a través del cuestionamiento y la investigación, lo que pone en crisis los lenguajes y diálogos que se consideran “normales”.
De esta manera podemos releer nuestras historias ya sean documentos, mitos o leyendas y decidir cómo vamos a vivir con ellas en el presente y en el futuro. Para ello, Cristina propone que en el ámbito de la literatura es necesario atravesar los límites entre géneros literarios para poder analizar las narrativas y volver a “leer con ojos críticos” los trabajos literarios e incorporarlos en las conversaciones actuales.
Y más allá de los materiales escritos, extiendo este argumento a las formas de lenguaje oral y visual para reflexionar como nuestro propio lenguaje se convierte en la herramienta principal que nos da la capacidad de auto descubrir nuestras propias historias y las que compartimos con los otros porque la memoria es colectiva y la creación de historias es la fuente que propaga creencias e ideas que atraviesan los límites temporales y espaciales del ciclo de vida y de las capacidades humanas.
Los mitos, las leyendas y las costumbres que conforman nuestra cultura deben ser vistos con esos “ojos críticos” para no desecharlos, sino, para seguirlos incorporando a nuestro presente cuestionando la estructura de nuestro lenguaje. Ya que como dice Cristina el lenguaje es una herramienta para investigar el propio lenguaje en el que el pensamiento navega de lo abstracto a lo material y de lo material a lo abstracto.
Es así que las historias se pueden analizar como un extensión del lenguaje humano que permite comprender la vida y el universo sobre todos los límites de la “realidad”.
Aunque desde nuestra humanidad nunca lleguemos a conocer la amplitud del espacio-tiempo, quizá si logremos conocer más la profundidad de las capacidades humanas como un reflejo del universo.
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