En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Carolina Estefania Balcazar
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Ethan Balanzar

Facultad de Filosofía y Letras

Ethan Balanzar es originario de la costa de Guerrero. Él formó parte de la Cuarta Generación de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autoidentificado como afromexicano. Estudió Desarrollo y Gestión Interculturales en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Realizó una estancia de investigación sobre historiografía en la Universidad Nacional de Rosario, en Argentina. Actualmente es estudiante de la licenciatura de Historia en la UNAM, acapulqueño de corazón y foráneo de vocación. También, él se declara amante de la literatura, los atardeceres playeros y la leche con chocolate. Ha publicado cuentos y ensayos en la revista Nigromante de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, el blog de los jóvenes de la Revista de la Universidad de México y en el Observatorio de las Ciencias Sociales del Consejo Mexicano para las Ciencias Sociales (COMECSO). Además, ha colaborado con escritos en múltiples antologías del Grupo Editorial Benma.

Entre la emancipación y la imposición

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Las redes sociales son un arma de doble filo: nos invitan a expresarnos pero también a consumir productos y hasta ideologías

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Ethan Balanzar

Facultad de Filosofía y Letras

La era digital está caracterizada por la convivencia de aparentes contradicciones incompatibles. Es curioso poder analizar ejemplos en la vida cotidiana: el mar infinito de información que representa el internet, pero fugaz y efímero, desprovisto de certidumbre. Asimismo, tenemos la posibilidad de navegar en ese mar de información con la protección del más hermético anonimato o, por el contrario, visualizar nuestra imagen como un producto o marca personal bajo el escrutinio de la opinión pública.

En ese sentido, tenemos elección sobre aquello que consumimos, pero es imposible dejar de consumir. Toma sólo un click, por ejemplo, encontrar los éxitos del K-pop o las tendencias en la bolsa de Wall Street, sin importar la ubicación geográfica. Miles de personas pueden protestar sobre las injusticias en países lejanos y, al mismo tiempo, comprar productos provenientes de otros continentes.

El espectador del siglo XXI precisa de la cuidadosa selección de fuentes propias del historiador: fake news, publicidad, imágenes, opiniones, memes, etc. Toda esa información fugaz transgrede nuestra capacidad de análisis y convierte a las redes sociales en un arma de doble filo que oscila entre la emancipación de pensamiento y la imposición de actitudes. Tenemos la posibilidad de opinar acerca de un tema con tan sólo una conexión a internet y un equipo electrónico, pero sometemos dicha opinión al juicio de los demás. Es decir, el juicio de la opinión social tiene la facultad de la cancelación para los contenidos que no van acorde a los valores del momento. El espectador tiene agencia en la réplica, ya no es sólo un simple receptor. El poder de cancelación es tan contundente que logró censurar hasta al presidente de los Estados Unidos durante la toma del Capitolio en 2021. Por esta razón, en la era digital sólo existe la libertad de expresión en ideal abstracto.

No obstante, los recientes escándalos como Facebook Papers y Cambridge Analytics revelan que la verdadera aportación de las redes sociales al sistema capitalista es el comercio de datos de los usuarios. El marketing persigue escudriñar cada aspecto de la vida para incentivar el consumo y, con ello, violar la más sagrada privacidad. En efecto, la era digital impulsa la desmaterialización de la realidad para migrar a un entorno idílico, regido por ceros y unos, pero, otra vez, fugaz y efímero.

Sin embargo, es necesario recordar que, para preservar cualquier cosa en el mundo digital, primero hay que materializarlo. Las imágenes y los textos están destinados a perderse en el mar infinito si no tienen un respaldo en el mundo real. En otras palabras, la era digital nos fuerza a elegir los elementos que queremos conservar entre las miríadas de datos. Y es bastante triste tener que elegir.

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