Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala
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El príncipe rescata a la princesa, se casa con ella, la lleva a vivir a su castillo, tienen cinco hijos y viven felices… ¿para siempre? Las películas de princesas y las historias de amor, entre valores, conceptos e ideales, nos han inculcado una idea romántica y casi mágica del amor. En este imaginario, buscamos encontrar a nuestra “media naranja”, convencidos de que el amor lo puede todo. Sin embargo, la realidad es que el amor, aunque abstracto, mágico y difícil de definir, no es un salvavidas ni un comodín que garantiza que una relación perdure. Esta es una de las reflexiones que me dejó Lalaland, uno de los mejores musicales que he visto.
Siempre hemos creído que el amor es suficiente para vencer cualquier obstáculo, pero en Lalaland se nos presenta algo distinto: dos personas que comparten sueños que no siempre encajan, pero que aún así se apoyan para alcanzarlos. A través de magníficas piezas musicales, vemos cómo surge el amor entre Mia y Sebastian. Sin embargo, al final, el amor no basta para mantenerlos juntos. Después de reflexionar, comprendí que Lalaland retrata un amor real, uno imperfecto y, por lo tanto, impecable en su sinceridad. Es un amor que se construye, que no nace de un día para otro y que, sobre todo, respeta la libertad.
La película deja claro que amar no significa renunciar a uno mismo ni sacrificar todos los sueños por la otra persona. Al contrario, muestra que un amor verdadero acompaña, apoya y motiva, pero no debe anular nuestras metas personales. Esto se refleja en canciones como City of stars, que encapsula el amor entre los protagonistas mientras transitan juntos parte de su vida.
Entonces, ¿por qué no fueron “felices para siempre”? Lalaland nos enseña que las personas son pasajeras en nuestras vidas, y que algunos amores llegan para enseñarnos a amar mejor o para compartir sólo un tramo del camino. Así fue para Mia y Sebastian: se apoyaron y crecieron juntos mientras perseguían sus sueños de ser actriz y músico. Aunque sus caminos se separaron, nunca faltó el amor entre ellos: “Siempre te voy a amar”, promete Mia; “Yo también te amaré siempre”, corresponde Sebastian.
Al final de la película, vemos a ambos personajes realizados, aunque con vidas separadas. Cada uno ha seguido adelante, con otros amores y otras familias. En una escena que, a mi parecer, resulta amarga y difícil de ver sin llorar, se reencuentran tras cinco años en el bar de jazz de Sebastian. Mientras Sebastian toca City of Stars, ambos imaginan cómo habría sido su vida si hubieran permanecido juntos. En esta fantasía, vemos que, a pesar de todo, ambos logran cumplir sus sueños. Al despedirse, se miran y sonríen, una sonrisa que parece decir: “Estoy orgulloso de ti, lograste lo que soñabas”.
Por todo esto, Lalaland se ha convertido en una de mis películas favoritas. Rompe con los esquemas del amor romántico idealizado y nos deja una valiosa lección: amar también significa soltar. A veces, el amor más puro es aquel que respeta la libertad del otro y celebra su felicidad, incluso si esa felicidad no está a nuestro lado.
La idea de vivir “felices para siempre” es solo un cliché de cuentos de hadas. Lalaland nos invita a abrazar un concepto más humano: amar siempre, aunque sea desde lejos, y entender que la libertad es un componente esencial en la construcción de la felicidad.
José Gerónimo
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