Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala
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El amor no sólo se expresa y se siente en las relaciones románticas, amistosas o familiares, también lo encontramos en nuestro día a día, en el árbol que nos da sombra y oxígeno o en el cielo que cambia a cada momento y nunca es el mismo. Desde niños se nos enseña a ver la naturaleza únicamente como un recurso que podemos explotar por derecho. Pero, ¿qué pasaría si la tratamos como a una amiga incondicional o como a una madre que nos cuida, que expresa su amor al darnos alimento, agua, aire y los recursos que necesitamos para sobrevivir? Como cualquier relación, debe nutrirse y ser recíproca.
Nosotros no le hemos correspondido, cada día hay más contaminación en la atmósfera, ríos, mares, bosques e incluso en las calles donde vivimos. A pesar de que hay múltiples campañas de concientización en diferentes medios, como la televisión o el internet, parece que los esfuerzos no han sido suficientes, seguimos acumulando daños como desechos en las playas que terminan en los océanos, residuos químicos de las grandes compañías que envenenan el agua, o las emisiones de dióxido de carbono que calientan al planeta y generan el cambio climático. Hace poco leí un artículo de National Geographic que advertía que se encontró fentanilo en treinta delfines en el Golfo de México y, hace unos meses, cocaína en trece tiburones picudos en Brasil. Estos datos, además de alarmantes, son profundamente desalentadores, ¿cómo permitimos que esto sucediera?, ¿cuándo aprenderemos que el tiempo se acaba?
Pero la contaminación no es el único problema. La sobreexplotación de los recursos naturales también representa una amenaza crítica; la tala furtiva y la cacería aún son prácticas frecuentes, a pesar de las leyes y medidas implementadas para combatirlas, que han llevado a muchas especies al borde de la extinción. Y aunque a menudo percibimos a los animales como seres inferiores, sin la misma capacidad de razonar o sentir que nosotros, estamos equivocados: los seres vivos estamos conectados, la vida es una cadena trófica donde cada nivel depende del anterior para subsistir. Como las plantas, que aunque producen su propio alimento, también dependen de las abejas para polinizar sus flores y perpetuar su especie, y a nosotros nos dan sus frutos. A su vez, las abejas necesitan de las plantas para alimentarse y sobrevivir. Si las abejas desaparecen, la flor no vuelve a nacer, los herbívoros se quedan sin alimento y, eventualmente, los carnívoros también desaparecen. Nosotros estamos en esa cadena, si un eslabón se rompe, todos sufrimos las consecuencias.
Por tales razones, ningún ser es superior o inferior, todos cumplimos un rol esencial. La naturaleza nos demuestra cómo todo está interconectado, pero hemos sido demasiado ciegos o indiferentes para verlo.
Si bien es cierto que cuidar de la naturaleza requiere de grandes cambios y acciones contundentes, también podemos comenzar con pequeños gestos que sumados marcarían una gran diferencia: apagar las luces de una habitación que no está en uso, cerrar la llave del agua mientras nos cepillamos los dientes o recoger basura del suelo, son actos sencillos que demuestran respeto y cuidado. Al mismo tiempo, podemos participar en actividades más organizadas, plantar árboles o apoyar iniciativas comunitarias que busquen preservar el medio ambiente.
No debemos olvidar, tampoco, las historias de aquellos que han buscado hacer acciones más contundentes para llevar a cabo un cambio en el cuidado de la naturaleza, incluso a costa de su vida. Recordemos al activista Homero Gómez Gonzáles, también conocido como el Guardián de las Mariposas Monarca, luchador incansable en contra de la tala ilegal y la conservación de los santuarios de esta mariposa en Michoacán; a Adán Vez Lira, fiel defensor de la biodiversidad y los manglares en Veracruz, amenazados por actividades económicas destructivas; a Euguí Roy Martínez Pérez, promotor de la protección ambiental, quien luchó contra la contaminación en Oaxaca y se enfocó en la justicia climática y el bienestar comunitario.
Como ellos, hay muchos activistas que han sido asesinados por defender la biodiversidad; sin embargo, nos dejaron un gran legado de amor por la naturaleza que nos recuerda que el amor también significa levantar la voz por aquellos que no pueden hacerlo, así cueste la vida.
Nos estamos quedando sin el mayor hogar que tenemos, nuestro planeta. Amar a la naturaleza no es una opción, es una necesidad. Si cuidamos de ella, también nos cuidamos a nosotros mismos. Y aunque las nuevas generaciones parecen comprender esto con mayor claridad, las pasadas aún enfrentan el reto de cambiar su mentalidad. No es demasiado tarde, pero si seguimos ignorando el problema, pronto lo será.
Cuando finalmente comprendamos lo que debimos haber hecho, puede que ya no quede nada por salvar. Tomemos conciencia, la naturaleza nos necesita, y nosotros a ella. Porque amarla es el acto más puro y esencial de amor hacia la vida misma.
Por: Saray Castillo Lazcano
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