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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Rosa Erika Nieves Quiroz / Facultad de Psicología
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Melisa Areli Mancines Sánchez

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Soy una persona apasionada sobre sus ideas e intereses, me gusta leer, escribir, aprender y disfrutar del arte en todas sus formas. Me encanta poder seguir descubriéndome a mí misma y a lo que me rodea a través de la escritura y la pintura.

Las raíces históricas del patriarcado

Número 9 / ABRIL - JUNIO 2023

¿Cómo es que estas ideas y conductas se mantienen tan vigentes?

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Melisa Areli Mancines Sánchez

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

El  patriarcado se refiere al sistema de dominio político e institucionalizado de los hombres sobre las mujeres, que mantiene a estas últimas en subordinación y condicionadas a ciertos roles que las limitan e impiden su liberación. Se manifiesta en muchos ámbitos, y lo hace mediante prejuicios, hábitos, leyes, creencias y costumbres arraigadas en nuestra sociedad, provocando que este orden social impuesto sea concebido como natural, y no como la construcción que es.

Tales ideas y costumbres son vistas como normales, pero se dedican a perpetuar la desigualdad entre géneros y muchas veces entran dentro de los llamados “micromachismos”, es decir, comportamientos y actitudes de dominación masculina que resultan sutiles y difíciles de percibir, pues suelen ser aceptados socialmente. Pero, ¿cómo es que estas ideas y conductas se mantienen tan vigentes?, ¿por qué nos es tan difícil detectarlas?, ¿cómo es que incluso las mujeres las normalizamos sin cuestionar?, ¿cuáles son las raíces que sostienen al sistema patriarcal y sus micromachismos?

Para mí, las raíces del patriarcado se encuentran en la educación y el conocimiento, y por supuesto, en la historiografía y la historia que en su mayoría, han sido escritas por hombres sobre hombres; y de igual forma la educación, tanto la del hogar como la de la escuela, ha sido impuesta por la visión masculina desde sus inicios, condicionando a los niños y niñas a seguir ciertos roles. Ambos ámbitos son regidos por el patriarcado, y lo perpetúan proporcionando estereotipos que limitan nuestro pensamiento y evitan que nos cuestionemos.

En primer lugar, la forma hegemónica de narrar la historia suele silenciar las voces femeninas, ya que se da protagonismo a los personajes masculinos: ellos son los héroes, mientras que las mujeres siempre tenemos roles secundarios, y cuando se les presta atención a estas, se les suele retratar desde ciertos sesgos que, o le restan importancia a sus aportaciones, o tergiversan su historia apegándose a estereotipos dañinos. El hecho de que esta sea la historia que se nos enseña desde pequeños, contribuye a que crezcamos acostumbrándonos al sistema patriarcal, dejando a las niñas sin ejemplos femeninos en los que puedan verse reflejadas, y enseñándoles a asumir un pensamiento machista.

Ejemplos de mujeres invisibilizadas en la historia van desde Cleopatra en el antiguo Egipto, que es vista como una reina ambiciosa y seductora (cuando realmente fue una estadista culta y estratega que amó y cuidó a su pueblo), hasta “la Malinche”, uno de los pocos personajes históricos mexicanos femeninos que nos cuentan en la escuela, a la que nos presentan generalmente como un símbolo de traición a la patria, pero que realmente fue una intérprete y diplomática con un papel fundamental en la Conquista de México.

La legitimación de estas ideas, se debe a la ignorancia sobre nuestra historia, ya que la perspectiva hegemónica masculina, que es la que nos la cuenta, limita el conocimiento objetivo de esta, pues la muestra desde un solo ángulo.

Por esto, es importante debatirse los conocimientos de la memoria histórica colectiva, como los estereotipos sobre la prehistoria que dicen que los roles de género estaban presentes desde entonces, y que exclusivamente los hombres eran cazadores y las mujeres recolectoras. Hay historiadoras feministas dispuestas a reescribir la historia, que basándose en estudios (1), se cuestionan esta realidad, demostrando que las mujeres recolectaban y también cazaban. Situaciones como esta demuestran que la enseñanza y el conocimiento están plagados de micromachismos. Así, pongamos en duda nosotros hasta esas expresiones en los libros de texto en las que se llama “hombre” a la humanidad, excluyendo a la mitad de esta, una mitad que debe ser reconocida y nombrada.

Esta invisibilización, nos lleva a preguntarnos: ¿dónde están las mujeres?. Una pregunta que se han hecho las propias mujeres desde siempre, tenemos como ejemplo a las hermanas Jane y Cassandra Austen en el siglo XVIII y XIX, que  luego de ser obligadas a leer un larguísimo libro sobre la historia de Inglaterra, en el que a pesar de tantas páginas parecía no quedar espacio para alguna mujer (más que en los márgenes, donde las hermanas dejaron plasmado su desespero compartido mediante anotaciones), realizaron una parodia de ese libro escrito por un hombre sobre otros hombres. Al final Jane publicó un manuscrito (2) de 34 páginas acompañado de las ilustraciones en acuarela de Cassandra, en el que sí había espacio para las mujeres, y también para el sarcasmo.

Así, igual que las hermanas Austen, crecemos con la desesperación de no encontrar referentes femeninos en la cultura, la ciencia, el arte y la política, y en su lugar, tener siempre a los hombres hablándonos sobre la realidad del mundo (vista solo desde sus ojos), diciéndonos lo que somos y cómo somos, según lo que les conviene. De esta manera, mientras que nuestros referentes en la memoria cultural, que se crea a partir de lo que aprendemos en la educación, son dictados desde una visión masculina, el arte que nos rodea, el cine, la música, la literatura o la pintura, en su mayoría es también de hombres, ya que históricamente han tenido mayor alcance debido a su privilegio, por lo que al consumir sin crítica este tipo de obras, contribuimos a perpetuar la visión masculina del mundo como la predominante, siendo esta la que nos influye constantemente, no solo en el arte, sino también a través de los medios y otras formas de comunicación.

La mirada masculina que parece guiar a la sociedad, y que es cultivada desde la educación pero se presenta en muchos ámbitos, promueve estereotipos dañinos que la sociedad reproduce en la vida cotidiana, intenta decirnos como debemos ser para agradar, nos sexualiza y cosifica, e incluso nos idealiza para los hombres.

Considero que propagar esta mirada masculina excluyendo a la femenina, hacerse de la vista gorda sobre este problema y continuar educando a las nuevas generaciones de tal forma, argumentando que es la natural, es un micromachismo que al final del día tiene gran peso en nuestras vidas y sostiene en gran parte al patriarcado, pero es de los más difíciles de detectar, puesto que puede ser difícil cuestionarnos todo lo que aprendemos y consumimos desde una mirada feminista. Así, debemos reconocer que lo que nos enseñan no es nunca una verdad absoluta, y debemos cuestionarlo antes de aceptarlo, y para asumir una visión más crítica de la realidad, es importante dar espacio a la pluralidad. Por ello, creo necesario invitar a los lectores y lectoras a no cerrarse a la historia, el arte, y las ideas que estamos acostumbrados a escuchar y consumir, y que muchas veces son parciales y no universales como pretenden ser, en su lugar, les recomiendo consumir más música, cine y literatura de mujeres, ya que el arte puede resultar muchas veces una escuela para la vida, y ser más críticos ante esta implica conocer todas las perspectivas, puesto que para cualquier relato o expresión de la humanidad se deben incluir a todas las partes.

REFERENCIAS:

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