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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Sergio Souza/Pexels
Jesús Gael Martínez Garduño

Jesús Gael Martínez Garduño

Escuela Nacional Preparatoria 9 , Pedro de Alba

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Soy un chico que le gusta escribir acerca de lo que ve e imagina, que ama el lugar de donde viene y quiere narrar más cosas de lo que se muestran, que principalmente es violencia. Me gusta la historia, la música, los videojuegos, el cine, la arquitectura, los cuentos, la cochinita pibil y mi novia.

Las campanadas

Número 3 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2021

"Su día fue fugaz ya que el miedo y la incertidumbre de enfrentarse a otro presagio de muerte aceleró el tiempo. La noche se adelantó.”

Jesús Gael Martínez Garduño

Jesús Gael Martínez Garduño

Escuela Nacional Preparatoria 9 , Pedro de Alba

El camino del llano estaba rodeado de huizaches y guamúchiles. Por ahora, solo era transitado por Pablo y su papá, Ángel. Ese llano está a la misma distancia del cielo que del infierno. Con el sol en lo alto, el silencio los escoltó hasta su pueblo, Atlixtac.

Este era el paisaje monótono que recorrían diario para vender. Pero, esa vez algo cambió y  una ventolera los atormentó.

Pablo resistió el embate de la ventolera. El polvo chocó con su piel y aun así intentó despegar los párpados para poder ver hacia donde se dirigía. Sus ojos entreabiertos llegaron a percibir una silueta con túnica y capucha, era una sombra que se movía entre el polvo y que volteó a verlo. Así como llegó la ventolera, pasó, como si hubiera sido una piedra en el zapato de los caminantes.

Pablo se detuvo un momento para reflexionar sobre aquella surreal experiencia. Inmediatamente se filtró un olor a azufre proveniente de unas cavernas cercanas.

—Debemos salir de aquí, esto que acaba de pasar no es más que un mal agüero—, Ángel le dijo a Pablo.

Pablo le respondió con seriedad:— está bien. Debemos irnos de aquí lo antes posible—.

Pasaban cerca de uno de los tantos guamúchiles que resguardaban las orillas del camino, cuando de sus raíces, brotó un pequeño tornado que envolvió al joven vendedor.

Dentro del tornado, entre la tierra levantada, él logró ver una calavera. Esta calaca lo miraba fijamente con sus cuencas negras y profundas; se clavaron como espadas en sus pupilas. Fue un instante que pareció eterno y terminó cuando la calavera le amenazó con un susurro: —vendrás conmigo—.

Después de eso el tornado se desvaneció sin dejar rastro, esparciendo su polvo a través del vasto camino. Pablo estaba impactado. Él y su padre no hablaron durante todo el camino hasta llegar a Atlixtac.

Su pueblo tenía alrededor de unos ciento veinte pobladores, con escasas calles pavimentadas, llenas de casas hechas con adobe y teja.

Tenía el plano típico de una localidad mexicana, es decir, con una iglesia en el centro del pueblo. Esta era toda blanca, tenía sus campanas dañadas y un reloj en reparación que se colocaría en los próximos días. La plazuela frente a la iglesia estaba rodeada de árboles y un quiosco en el centro. A partir de ahí las demás calles del pueblo se extendían como venas de un cuerpo.

Al llegar a casa, Ángel notaba la preocupación de su hijo e intentaba distraerlo con platicas acerca de la siembra, o de cuando volvería el reloj a la iglesia, pero todo era en vano.

Los ojos de Pablo se perdían en el horizonte al hablar y en su mente solo circulaban las palabras de aquella esquelética y el instante que pasó.

Ya en la noche, Pablo caminó y fue a su dormitorio.

Durante un sueño profundo, se despertó en medio de la plaza. El reloj de la iglesia marcó las once cincuenta y siete de la mañana. Caminó por las calles desiertas de Atlixtac, el ambiente se sentía pesado y parecía que el pueblo estaba de luto.

Cerca del mercado se encontró con alguien que estaba de espaldas, Pablo se acercó y le preguntó: —Señor, ¿sabe por qué el pueblo está totalmente vacío?—.
El señor contó que era por el velorio, enmudeció al voltear y su rostro se tornó pálido. Abrió los ojos lo más que pudo y se sus labios salieron rugidos: — ¡Está vivo, está vivo! ¡Por favor, vengan a ver!—.

Al escuchar esas palabras, Pablo se sintió invadido por el miedo y su confusión incrementó. Huyó creyendo que aquel hombre estaba loco y se dirigió a su casa, pero cuando llegó, observó cómo la gente se congregaba en la sala. Escuchó rezos y observó las velas que manchaban con su cera las vestimentas negras.

Se escabulló entre la multitud sin que nadie lo viera. Se topó con una fotografía suya en un altar entre dos arreglos florales y un ángel detrás. Debajo de la retrato, había un ataúd abierto y pudo verse, recostado e inmóvil.

Pablo corrió al zócalo  y de repente, escuchó las campanadas del reloj que antes estaba en reparación. Cuando estas cesaron, abrió los ojos y despertó de su pesadilla.
Se levantó de su cama, desayunó y se dirigió a la iglesia del pueblo. Verificó que el reloj seguía sin funcionar.

Un mar de pensamientos inundaba su mente. Su día fue fugaz ya que el miedo y la incertidumbre de enfrentarse a otro presagio de muerte le recortó el tiempo y adelantó la noche.

Ya en su cama, cerró los ojos y se dirigió a aquel mundo onírico. Apareció dentro de la iglesia del pueblo. Vislumbró el altar de tipo neoclásico, imponente y con decoración dorada saturada. Volteó hacia el pasillo de la iglesia donde observó a lo lejos como el cura estaba arrojando agua bendita sobre madera.

Pablo se fue acercando poco a poco, solo para descubrir que aquella madera era su féretro.

Él al ver eso, gritó y reclamó al cura: —¡Míreme, estoy aquí! ¡No estoy muerto! ¡No estoy muerto!—, repitió.

Gritó esas mismas palabras muchas veces, pero era inútil. El clérigo no era consciente de su presencia.

De repente, cinco hombres, entre ellos Don Ángel, su padre, entraron a la iglesia y se acercaron al ataúd. Entre todos lo comenzaron a cargar, dirigiéndose al atrio.

Pablo los persiguió. Gritó y suplicó que se detuvieran, que no se lo llevaran.

Pasearon por toda la nave central de la iglesia. Había esculturas de santos a cada lado que veían a Pablo. Él al ver aquellas estatuas con sus brazos extendidos, rostros agrietados y ojos vacíos, solo sentía más pavor.

—Aún no me toca. No me quiero ir ni con dios ni con el diablo. ¡Aún no me toca! ¡Parece que todos me quieren llevar! —, se decía con lamento y desesperación.

Frenético, con frustración y terror salió de la iglesia.

Ya en la plaza central se congregaron todos los pobladores para participar en la peregrinación de su cuerpo al panteón. Pablo los comenzó a seguir, derrotado.

Ese desfile de luto caminó a paso lento, hasta llegar al panteón donde ya se tenía todo preparado.

Bajaron lentamente su féretro y entre rosarios que la gente rezaba, comenzaron a echarle tierra.

Él estaba perplejo y comenzó a reclamar: —¡No estoy muerto, no me entierren! ¡Aún no me toca!—.

Justo en el momento en que el ataúd fue completamente cubierto, despertó.

Él no contó ni una palabra a nadie. Era su día libre así que salió a pasear para intentar librarse de estos tormentos.

Fue al zócalo del pueblo y se sentó en una banca donde podía contemplar el ya casi terminado reloj de la iglesia. Él ya había escuchado decir entre los pobladores que mañana sería restaurado e inaugurado.

De repente, un hombre muy viejo, alto, esquelético, moreno y con sombrero calentano, se sentó a su lado y le dijo: —Es asombroso, ¿no? Como nosotros le hemos dado sentido a nuestras vidas que están fragmentadas entre lo bueno y lo malo, dios y el diablo. Hemos ignorado el punto medio que a algunas personas les cuesta aceptar su existencia, pero toda su vida los persigue. Hemos inventando el tiempo para darle coherencia a nuestros momentos, sin embargo, todo es como un sueño en donde todo lo vivido en ellos es real y a la vez no.

Pablo confundido ante aquellas palabras, preguntó si se conocían de antes, pero el hombre solo se dispuso a pronunciar las siguientes palabras: —Sé lo que has estado soñando y sé que quieres respuestas. Pero, por favor, no temas. Si vienes aquí, mañana a las doce sonarán tres campanadas de la iglesia, a la tercera estaré ahí estaré y te lo explicaré todo —.

El hombre se levantó y solo se fue caminando ignorando las distintas preguntas que Pablo le hizo.

Pablo volvió a su casa con la esperanza de que mañana sus dudas se aclararán, y ya de noche, regresó a soñar.

En aquel nuevo rincón alucinado, apareció en una de las calles aledañas a la plaza. El sol estaba en lo más alto y quemaba su frente. Comenzó a caminar acercándose cada vez más a la iglesia. De la nada, un hombre se tocaba el pecho y cruzó la plaza por el centro.

Pablo se intentó acercar, pero al escuchar el estruendo de una campanada, despertó.

Ya era tarde, eran las once cincuenta y ocho. Rápidamente, Pablo se dirigió a la iglesia y las gigantes manecillas marcan las doce.

De repente una campanada mata el silencio del lugar, y es ahí donde Pablo siente estrés y miedo profundo, el sol le quema su frente y el aire inhalado ya no es suficiente para calmarlo.

Suena la segunda campanada y su corazón late más rápido, como si se quisiera salir, coloca su mano en su pecho, cruza la plaza caminando hasta que cae de rodillas. Frente a él, está el mismo hombre de ayer:—ya llegaste—, le dijo.

Pablo voltea a la avenida y ve dos siluetas que se acercan a él. Las reconoce. Es él mismo y detrás está el hombre de ayer.

Truena la tercera campanada. Las dos siluetas se desvanecen y en su agonía, Pablo logra a pronunciar sus últimas palabras: —- ¡Díganme que no estoy muerto!—

Finalmente, en ese momento dejó de ver y sentir. Su corazón dejó de latir.

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Las campanadas

6 respuestas

  1. me ha gustado la historia, tiene el toque de realismo y mitología mexicano que lo hace exquisito. quiero felicitar al autor por su naciente talento.

  2. Me encantó la historia, te traslada al lugar y en una época indistinta, la recomiendo ampliamente.
    Sigan apoyando a jóvenes tan talentosos.
    Ojalá y difundan con mayor amplitud los contenidos de esta revista

  3. Es un cuento que combina parte del terror mexicano con un estilo moderno y un roque personal, muy bueno para estos días de muertos. Disfrute de la lectura me transporto a un pueblo del estilo de provincia y sobre todo me mantuvo a la expectativa del final. Excelente historia. Felicitaciones!!!!

  4. Los cuentos de la provincia mexicana tienenun toque único. Al describir a la muerte con un sombrero calentando. Tópico de las regiones de Guerrero. El cuento muy ad hoc a la temporada.

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