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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Credito: Gustave Doré (Ángel caído)
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Jesús Gael Martínez Garduño

Facultad de Filosofía y Letras

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Soy un chico que le gusta escribir acerca de lo que ve e imagina, que ama el lugar de donde viene y quiere narrar más cosas de lo que se muestran, que principalmente es violencia. Me gusta la historia, la música, los videojuegos, el cine, la arquitectura, los cuentos, la cochinita pibil y mi novia.

El ángel

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Ya no les quedaba nada en qué creer, hasta que algo cayó del cielo

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Jesús Gael Martínez Garduño

Facultad de Filosofía y Letras

Todos recuerdan ese día, fue el 28 de septiembre, el día en el que sale el diablo según cuentan los antepasados, pues. Bajamos de allá, del cerro, a agarrar unas flores de pericón, ya ve usted que esas flores sirven dizque para ahuyentar al amigo. Uno las agarra y las pone, así como forma de cruz, y las amarra en su puerta.

Ese día todas las puertas de San Miguel lucían sus flores de pericón, mientras algunos se iban con sus celulares a buscar la señal, porque iba a ser la fiesta del pueblo. Querían mostrárselo a sus hijos, ya ve que acá ya no hay niños, todos somos viejos. Estamos tan arrugados como los árboles y nuestra piel cada día recuerda más a la corteza de los oyameles que se observan hasta donde la niebla ya no deja ver sus puntas. 

Yo, al igual que los demás, me moví hasta la cima de la lomita que queda atrás del pueblo para ver si agarraba señal. Algunos lograron llamar. Podían mínimo escuchar la voz de sus familiares por unos minutitos mientras se perdía poco a poco en las mareas de los recuerdos. Algunos incluso podían ver a sus nietos que hablaban ya un español mocho, ya ve que los que se quedan allá ya nunca vuelven.

Martín aún guardaba la ropa de su hijo, Julián; me acuerdo cómo era de chocoso ese chamaco, le encantaban las camisas; se fue con mi hijo, hace como unos 10 años. Somos como casi la mayoría del pueblo, unos señores que se ponen cada día más rucos por la falta de su familia, ya ni siquiera por el tiempo. 

¿Usted va a creer que es normal que uno, a esta edad, ande como si nunca hubiera tenido esposa, hijos, nietos? Pues no, óigame. Esto no es natural, pues, uno envejece y lo que siempre le queda es su familia, esos de las camionetas nos quitaron eso.

Nosotros estábamos jodidos porque nadie nos ayudaba, pues. De según esos de la capital nos enviaban apoyos, pero nunca llegaban para acá, o si no se los clavaban los presidentes municipales. Qué más íbamos a sembrar, nada más amapola, los únicos que nos ofrecieron trabajo fueron los malosos de las camionetas, esos que hacían que nuestros hijos se fueran porque los reclutaban o solitos se los apendejaban al mostrarles todo el varo que ganaban. Uno de esos que se lo pendejearon fue el Erick, todo el pueblo se acuerda cuando llegaron con el chisme que ahora trabajaba para los maldosos, pero nadie le dijo a doña Chavelita. Bien viejita ella y había creído que su hijo se fue como los otros, igual por aquel entonces nos creímos esa anécdota, pero luego nos contaron que andaba en malos pasos y, al poco tiempo, lo mataron. Me acuerdo cuando sonaron los balazos a lo lejos, se confundían con la feria de San Francisco, el pueblo que queda atrás del cerro, ahí sí había feria porque mínimo había caminos. 

Nadie le dijo a doña Chavelita, se hubiera muerto de un infarto, su hijo era lo único que tenía. Hasta la fecha está puntual en la loma, esperando la llamada de su hijo. Igual que los otros que se suben con su teléfono apuntando al cielo, a ver si por alguna razón los hijos le contestan o de alguna manera les llaman del teléfono nuevo que tengan allá. 

Mi hijo Andrés lleva ya años sin llamarme, su recuerdo poco a poco se va borrando de mi mente. Una vez vi a mi nieta, se llama Kassandra, ahorita vive ahí en El Paso, o bueno, eso me acuerdo de la última vez que supe algo de ellos, allá por el 2020.

La pandemia nos dio más en la madre, si antes había una combi que venía hasta San Miguel, ya ahorita estamos a la deriva, entre un mar de niebla.

Me acuerdo de ese día porque, como cada día en la tarde después de cosechar, íbamos a la iglesia a rezar, si la señal no entraba a nuestros teléfonos apuntándolo al cielo, tal vez nuestros rezos nos funcionarían. La esperanza y fe no moría, sin importar que el cura ya no haya venido desde hace meses. Todos nos despedimos con la puesta de sol de fondo, cuando de repente todos vieron cómo fue cayendo, poco a poco. Era una bola de fuego que al caer por detrás de la loma comenzó a iluminar el cielo de rosa.

Así se quedó un buen rato, todos fuimos a ver. Encontramos rocas, algunas partes de fierro estaban por toda la loma, todas bien quemadas y sacaron humo toda la noche. Entre los oyameles, después, dijeron otros que vieron algunas lucecitas, como luciérnagas, pero eran blancas. Nos fuimos a nuestras casas por el susto y porque a esa hora luego se comenzaban a escuchar las camionetas y los balazos. Todas las puertas se cerraron y el pueblo se sumergió en una total oscuridad y silencio.

A la mañana siguiente, como a las 7, Chavelita fue la primera que se levantó y gritó: 

–¡Lo vi, al fin volví a verlo! Sí, regresó.

Todos salimos angustiados por aquellas palabras que iba repitiendo para que más gente se le acercara, y esa no fue la única sorpresa: entre más salía el sol, el cielo se tornaba rosa. 

Chavelita nos contó que se le apareció en un sueño, estaba en una casa con aire acondicionado, una de esas pantallotas y un jardín hermoso donde se puso al día con Erick, de según se fue a Los Ángeles. Desde ahí todos tratábamos disimuladamente de darle la razón a Chavelita, pero entre nosotros sabíamos que eso era mentira.

A lo largo del día todos miraban el cielo, extrañaron el azul, y uno entre la multitud dijo: 

–Ha de ser la sangre del diablo, ya ve usted que es el día de San Miguel Arcángel, de según viene a apresarlo. 

Todo el día pensé que tal vez nuestros rezos incesantes al de arriba dieron frutos. Todo ese día ya ni le intentaron llamar a sus familiares del asombro. 

Más milagros sucedieron cuando inmediatamente después de ver a Chavelita vimos nuestras milpas, habían crecido de la noche a la mañana, eran los más hermosos y grandes frutos que mis ojos han visto, hasta la tierra se puso más negra. El festejo fue en grande, se hizo pozole, de puro elote, pues, porque los cuches y pollos ya los habíamos comido.

En la noche desapareció el rosa y sólo se mostró el cielo nublado, donde la luz de una o dos estrellas se filtraba mientras todos dormíamos. A la mañana siguiente todos nos levantamos al mismo tiempo porque todos tuvimos el mismo sueño.

Yo vi a Kassandra y a mi hijo, me recibían en su casa, platicábamos y nos abrazábamos.

–Mijo, no sabes cuánto te extrañé, cuánto extrañaba tu voz, tus burlas y pláticas, hasta tus loqueras de cuando perseguías a los pollos con tus amiguitos.

–Papá, igual no sabes lo mucho que te extrañé, todos los días pensaba en cómo regresar, en llegar o llevarte dinero para que conocieras a Kassandrita, írala, sacó los ojitos de mi amá y sacó tu pelo chino. Este es tu abuelito, mi niña.

La acercaba a mí y dejaba que la cargara mientras veía detrás de aquella sala en una casa en Estados Unidos una luz, el rostro de mi hijo se interponía para que no la viera, pero yo sabía que ahí estaba, pero finalmente la ignoré, dejándome llevar.

Nadie quiso buscar señal, porque al final nadie la tuvo, ni una barrita, tiramos los teléfonos y nos juntamos, se escuchó: 

–Es el ángel, al fin nos hizo el milagro San Miguel, ya este es el cielo, el cielo en la tierra, ya ven ustedes cómo cambió de color, ya ven la tierra cómo crece sin que la aremos ni nada, es el descanso.

Chavelita interrumpió a Eduviges para decir algo que según le había dicho el ángel, todos la miraban como una profeta, la primera soñadora, la primera en darse cuenta que estábamos en el cielo: 

–El ángel me habló, me dio a entender como pudo, pues, ya ven ustedes que allá arriba no hablan como nosotros, me explicó con sus pensamientos, quiere que le demos de nuestra siembra, nomás eso quiere para que sigamos en el cielo. 

Todos agarraron un poco de su milpa y fueron a tirarlo ahí donde cayó el ángel, aún seguían las partes de fierro, tenían un brillo hermoso, no parecía ningún metal que yo hubiera visto y las piedras brillaban de color rosa tenue, del mismo color del cielo, mientras se veía que sacaban humo. Le dejamos los elotes, los jitomates, los tomates, los guajes, huamúchiles, todo lo que tuviéramos para irnos inmediatamente a dormir. 

En el pueblo las calles estaban vacías, los maldosos y sus camionetas ya no se escuchaban, ni sus luces. Poco a poco, la gente solo despertaba para comer y obrar, hacer sus necesidades, pues. 

Nos volvimos soñadores compulsivos, día y noche. Todos contaban, cuando se despertaban, lo que les habían contado su hijo o sus nietos. Ya por la tarde, le entregábamos al ángel sus comidas y volvíamos a vivir con nuestros hijitos.

Era el cielo, un milagro, todos vivíamos felices hasta que llegaste tú. 

Llegaste desde lejos, nos dijiste que te fuiste con el hijo de mi compadre Martín, cuando llegaste al pueblo de San Francisco preguntaste por San Miguel y nadie se acordaba, te decían que te confundistes, que allá atrás del cerro no hay nada solo una niebla eterna. Puras mentiras, canijo, si aquí está todo. Este es el cielo, es nuestro cielo, nuestro milagro y tú llegaste, diciendo que eras mi hijo.

Mi hijo ya vive aquí. Cuando te mostramos al ángel nos dijiste que no lo era, que era algo del espacio. Puras majaderías, aquí está nuestro ángel, todos teníamos una mala espina de ti. Te me figuras a mi hijo, pero yo vivo con él aquí. Mi hijo ya regresó, ambos estamos acá y eso no me lo vas a quitar, no nos vas a engañar. 

Esa tarde rosa, bajo la espesa niebla eterna que cubría a San Miguel, todos amarraron a Andrés, hijo de don Cipriano, y llegó don Martín y los demás con sus machetes. Ese día lo llevaron frente al ángel para juzgarlo, dijeron que le traían un demonio. Lo dejaron ahí en la fría noche, bien amarrado mientras todos dormían. 

Algunos curiosos, a la mañana siguiente, verían cómo la justicia divina se hacía, pues en la casa del ángel solo quedaban las cuerdas con las que lo amarraron, desapareció como sus ofrendas mientras, sin sorpresa y agradecidos, tomaban las cuerdas y se iban de regreso a sus casas a encontrarse con sus hijos, bajo el amparo de su ángel de luz y su cielo rosa. 

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