Escuela Nacional Preparatoria 6
Escuela Nacional Preparatoria 6
Una forma de amor, un remedio de ser feliz
Charly García
Veía la cálida luz del zaguán tras la puerta. Me decía que estaba en casa. Volvía de un largo día de ganarme la vida, de crearme un futuro, de traer comida a la mesa, etc. Hay tantas formas de decirlo, pero tan pocas de vivirlo. Abrí y crucé la puerta, el clic de la cerradura despertó a la dopamina y a los pocos pasos me encontré cerca del comedor, vi a mi madre, la luz de sus ojos no parecía estar ahí, me veía comiendo la sopa que había hecho en aquella calurosa tarde, pero eso fue hasta que entré y tomé asiento. Ahí me encontré con un plato que despedía un olorcito enciende-motores y llama-hambres, como el de Candy. Comí rápidamente, a un exceso de velocidad, apresurando las mordidas para poder descansar más temprano y, por ende, descansar más tiempo. Al terminar recogí mi plato, me levanté y le di las buenas noches a mamá mientras ella me daba su bendición diaria. Sabía que no la vería temprano al siguiente día.
Me dirigí a la pequeña habitación que acogía mi sueño todas las noches, cerré la puerta y puse el seguro. Ese segundo clic me hizo ansiar un placer oculto, antiguo. Recordé la llegada de Candy a mi vida, mi dulce y tierna Candy, los tiempos parecían surreales y muy felices. Un pasado mejor. La habitación se inundó de ella, el cuerpo me pedía ese gustito para descansar mejor. Me vi buscándola con la mirada mientras me ponía la pijama, mi mente se desplazaba hacia mi fiel enfermera de dolores, Candy.
Pronto me di cuenta de que poseía poco a poco mi cuerpo. Abrumado por este pensamiento, me sentía como en aquel cuento de Bolaño, viéndome al espejo sin encontrarme en el reflejo. Que estuviera Candy ahí en lugar de mí. Apagué la luz y recosté mi cuerpo sobre el duro colchón que apenas me daría unas horas de sueño; aun así, Candy, parecía asomarse de los cajones o mirar desde las ventanas, o estar debajo de mi cama. Era una araña que subía por mis paredes y se colgaba de mi techo, persiguiendo mi vista, dejándome sin escape. Estaba en el oscuro de la almohada, en los recuerdos del día, en pequeños detalles como si fueran mensajes subliminales. Estaba en todos lados.
Jalé mis cabellos intentando arrancarlos, apreté los dedos y las manos queriendo liberar la ansiedad, la pesadilla. Librarme de ella. Por más dura y persistente que haya sido mi lucha, fue inútil. No conseguí más que su imperio, un infierno que escaldaba mi ser y alma en la más áspera desesperación. Permití que su ley diera control a mi cuerpo, que me poseyera su demonio; toqué por un momento los límites del universo.
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