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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Foto de Kristina Nor / Pexels
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Gerardo Elías Rodríguez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Tengo el gusto por leer y un tanto por escribir. Amo discutir por horas y aprender de los demás y de mí, una mayéutica del habla, aunque en ocasiones soy un poco obstinado. Me atraviesan los temas de género, teoría política y un poco la filosofía. Soy afectivamente contrasexual y dudosamente anticapitalista. Pensar y repensar el mundo es una tarea que tengo obligada.

Contrarrespuesta disfórica

Número 9 / ABRIL - JUNIO 2023

Propongo hacer de nuestro cuerpo un lugar de revolución y de enunciación

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Gerardo Elías Rodríguez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Tomé por primera vez un libro de Paul Preciado cuando recién cumplía los 19, Manifiesto contrasexual. Lo pedí prestado de la Biblioteca “José Vasconcelos”, después de haber leído párrafos seleccionados en una revista de la UNAM. Esa noche llena de fragmentos me cambió la vida. Después de leerlo decidí por autonombrarme “contrasexual”, como si se tratase de un comunismo al que uno se congrega, o cuando uno halla la fe. Lo cierto es que tan solo era una abertura de luz, porque las cadenas apenas comenzaban por desvelarse, para después poder construir un nuevo sol epistemológico.

Me vi desamparado de ejemplificaciones contrasexuales, solitario. ¿Cómo podía haberme autonombrado de este modo sin siquiera saber fácticamente lo que debía hacer (o ser)? Lo que tenía bien cierto era que un sistema sexual nos había acorralado hacía una “heterosexualidad” en su sentido de rectitud binaria y cis-normativa, además de la obvia inducción al deseo hetero. La disposición de lucha estaba decidida.

Marta Lamas reconocía en aquel pequeño texto Cuerpo: diferencia sexual y género, dedicado a Carlos Monsiváis, que las primeras víctimas del intrincado patriarcal son las mujeres y las divergencias sexuales. Con categorías discutibles –una vez impulsada la teoría queer–, Lamas señala que “en términos de sufrimiento humano” la política feminista acepta la prioridad “en el sexismo y la homofobia”. Por consecuencia obvio que el sujeto del movimiento feminista son “las mujeres”, pero la discusión que implanto aquí no es sobre el sujeto del feminismo, sino sobre las repercusiones del patriarcado. Los tentáculos golpean, y pareciera que se multiplican e intensifican.

El tentáculo patriarcal al que refiero no es sino al ya mencionado sexismo, en sus vertientes más violentas: transfobia, “putofobia”, lesbofobia y misoginia. El hombre universal se levanta y dicta. Lxs no universales tambalean, lxs queer se arropan. Se han impuesto categorías, nos hemos arrojado a un campo y hemos amurallado para que nadie entre, para que nada cambie. Qué ilusos fuimos, los primeros “disfóricos” hemos sido nosotros. Ahora luchamos para tumbar aquel bloque bipolar que nos constriñe. Para empezar nuevamente a ser.

Judith Butler aconsejaría juzgar aquello que se hace pasar por natural o que se dice que existe anterior a la descripción y por lo tanto inmodificable, pero que detrás de sí esconde una política de identidad, un marco autoritario del ser en el mundo. Lo que quiero decir es la urgencia de vislumbrar aquello que se nos ha impuesto y normado/normalizado. Voltear a ver dónde estamos parados, desde dónde miramos. Hoy el mundo exige cambiar de pivote.

La era tecnológica hiperconectada e hiper consumista nos transporta a toda velocidad y sin freno de emergencia a la capitalización de los cuerpos. La internet. La 5G. La pantalla 4K, o tal vez la de 6,1 pulgadas. Aquel lugar seguro donde el/la homosexual, trans y queer pueden exhibir su placer y deseo porque el espacio público les ha sido negado. No queda sino la periferia (que hemos resignificado) de la casualidad, del flirteo digitalizado. El deslizar hacia la derecha para reconocer un cuerpo encuadrado, expuesto, narrado. Esperando a veces respuesta, esperando a veces silencio.

Una vez la plática comienza, los diálogos aparecen teatralizados. Se sabe lo que hay que decir, lo que nos tienen que decir. Para los hombres potencialmente contrasexuales (epistémicamente homosexuales) nace la pregunta frente a la luz led: ¿Activo o pasivo? Se ha dado ya el primer grito fálico. En una comunidad homosexual, la primera pregunta es de índole heterosexual. De esto hablaba Judith Butler cuando citaba a Michel Foucault, pues no solo se trata de lo que se nos prohíbe, sino de lo que nos es permitido. Nuestros cuerpos buscan ser controlados, el poder nos quiere cooptar con identidades binarias, facilitar nuestro consumo desenfrenado con preguntas “básicas” que promuevan la cosificación, el modo de empleo y la producción/consumo de placer.

Ante la demanda constante de “¿activo o pasivo?”, cómo podría contestar yo. Ni el que pregunta ni el que responde, da cuenta de la ficcionalidad violenta a la que nos sometemos. Propongo hacer de nuestro cuerpo un lugar de revolución y de enunciación, recordar que vivimos. Los cuerpos sienten. Es la primera cuestión que plantea Lamas indirectamente. Si se trata de sufrimiento es porque alguien adolece, porque la queja retumba, aunque la guardemos y escondamos, subyace. Hannah Arendt discutía ya sobre la incomodidad del dolor, y el lugar donde se sitúa, “únicamente se tolera lo que es considerado apropiado, digno de verse u oírse, de manera que lo inapropiado se convierte automáticamente en asunto privado.”

Por el contrario, considero que el dolor no es meramente subjetivo, el dolor del otro cercano nos conmueve, de allí su difícil tolerancia. Las feministas nos recuerdan que “lo personal es político”. Hacer del cuerpx un testigo que nombra, que apela desde su experiencia y sus marcas, que recuenta, pero sobre todo de su calidad de superviviente, de ser sintiente que vive. Puede que por ello Preciado señala que “El cuerpo trans sabe más. Resiste. Es una potencia de vida.” Porque en este mundo homicida (no solo físico sino simbólico) no ser “universal” es una condena de muerte. No nos dejemos acortar, asociémonos, invoquemos el dolor, incomodemos.

Para preguntas tan totalitarias, para instituciones tan fascistas, para un mundo tan binario, se requieren no de respuestas, sino “contrarrespuestas”. Ante la narrativa fálica, patriarcal, colonial y por tanto capitalista, ver el cuerpo requiere de una contranarrativa, una pelea que se gana en la subversión y en la negación del vencedor impune. Ahora siempre, yo soy contrasexual.

A modo de citar, como lo hace Remedios Zafra, y para compartir lo que uno disfruta leer, adjunto algunos textos que me ayudaron a dar forma, pero sobre todo a dar aliento a este escrito personalmente político.

Fuentes:

ARENDT, Hannah, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2009.

BUTLER, Judith, El género en disputa, México, Paidós, 2022.

DÍAZ ÁLVAREZ, Enrique, La palabra que aparece. El testimonio como acto de supervivencia, México, Anagrama, 2021.

LAMAS, Marta, Cuerpo: diferencia sexual y género, en Debate feminista (no. 10), México, 1994.

PRECIADO, Paul B., Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas, Barcelona, Anagrama, 2022.

  • Dysphoria mundi. Barcelona, Anagrama, 2022.

Manifiesto contrasexual, Barcelona, Anagrama, 2011.

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