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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Crédito: Alison Andrea Domínguez Múñoz / Facultad de Artes y Diseño
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Gerardo Elías Rodríguez Del Prado

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Tengo el gusto por leer y un tanto por escribir. Amo discutir por horas y aprender de los demás y de mí, una mayéutica del habla, aunque en ocasiones soy un poco obstinado. Me atraviesan los temas de género, teoría política y un poco la filosofía. Soy afectivamente contrasexual y dudosamente anticapitalista. Pensar y repensar el mundo es una tarea que tengo obligada.

Capitalismo farmacopornográfico

Número 11 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2023

La adicción al contenido socialmediático ha convertido nuestra identidad en mercancía

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Gerardo Elías Rodríguez Del Prado

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Hay que dudar de lo obvio. Las drogas más comercializadas tal vez no se transportan por un buque de carga desde China escondidas en contenedores de metal, ni tampoco se envían en el tracto digestivo por medio del tráfico de personas, ni mucho menos en camionetas pick-up en la frontera norte de México. Las drogas que todxs hemos ingerido se llaman medicamentos: aspirina, clonazepam, omeprazol, progesterona, testosterona, estrógenos, viagra; pero, sobre todo y junto a ellas, las drogas visuales: la pornografía, la fotografía, el meme, el tik-tok, el correo electrónico, el mensaje de texto, la pantalla encendida, la notificación de Instagram.

Todas son plataformas de control, producción y reproducción de la subjetividad. La soberanía corporal no existe, y bueno, en realidad ninguna soberanía tiene una tangencialidad, sino pura ficción dogmática. Nadie es libre en sí mismo, la mera existencia y pliegue con el mundo nos obliga a sentir, a mirar, a consumir, a desear, a adicionar. Vivir es una droga en sí misma. El suicidio es, pues, el deseo más grande de todos, el deseo que desea su propia muerte.

A esta modernidad que se implanta con el tránsito del posfordismo industrial, Paul B. Preciado la nombra “capitalismo farmacopornográfico”. Es un capitalismo que produce cuerpos mediante la adicción de sustancias e imágenes, que permite al consumidor encontrar refugio e identidad en la compra. Si antes alguien podía nombrarse fácilmente masculino, hoy es necesario ingerir moléculas que lo hagan realidad. Un poco de testosterona para el hombre, un poco de estrógenos para las mujeres, un poco de coca para los artistas, un poco de marihuana para los filósofos, un poco de viagra para el viejo, un poco de todo para todxs. La identidad se vuelve mercancía, y con ella nuestra existencia requiere de una producción afirmativa. 

La medicina, la psiquiatría, la psicología, la endocrinología, entre otras, son las nuevas juezas de los fármacos y sustancias consumibles. Cuando el debate de la marihuana comenzaba, los primeros argumentos eran su uso médico y terapéutico, como si se requiriera de una aprobación de la comunidad médica para consumirla. No hay médicos imparciales, sino jueces capitalistas y coloniales. Basta recordar cuando finalizada la Segunda Guerra Mundial, miles de niños fueron diagnosticados y medicados contra el déficit de atención. El cuerpo devenido en mercancía. El médico es el proxeneta de este burdel llamado capitalismo farmacéutico.

Del lado pornográfico es más complicado encontrar jueces claros, aquí todos participamos como productores y delimitadores de lo visible e invisible. Lo porno ya no se trata solo de una imagen prohibida que produce placer, sino el porqué está confinada en lo privado y por qué nos excita su consumo. Lo porno no es malo per se, al contrario, lo porno es un instrumento político de visibilidad. Las redes sociales son pornográficas por su capacidad de producir excitación. Preciado lo deja claro, el nuevo sistema económico se basa en la premisa excitación-frustración-excitación. La pregunta aún más clara: ¿Quiénes excitan y quiénes son excitados?

Las drogas, como las redes sociales, comparten la característica de distanciarse de la realidad. Dejan un espacio muy abierto para interpretar el mundo, producen puntos de fuga que permiten revolucionar la comprensión del habitar el mundo, la subjetividad se pone en juego. Pero así como nos transportan a nuevos horizontes, pueden hacer perder la barca en medio del océano. La internet ya no es el oasis de la verdad, sino el desierto lleno de granos de arena informática. 

La coca requiere esnifar línea por línea. En el capitalismo pornográfico, el reel de tik-tok es una línea infinita por esnifar, una vez que empiezas siempre quieres más y siempre tienes más. No hay golpe de subida con la pornografía socialmediática, solo pequeños impulsos que obligan a seguir mirando. Nos preocupaban las cajas de eco que Facebook generó para que Trump ganara las elecciones. En tan solo un par de años sabemos que ya no son solo cajas de eco, sino ecosistemas de deseos inducidos. ¡Buen chico, continúa mirando!

Aunque parezca irrisorio, hay que acercarnos a quienes mejor conocen las drogas: sus consumidores y sus detractores. El primer paso es la aceptación, mirar se convierte de un acto pasivo a uno activo, decidir mirar y aprender a mirar son las herramientas que se deben recuperar del capitalismo. Hacemos pornografía, consumimos pornografía, devenimos pornografía, la deseamos, aceptémoslo. 

Leyendo a Byung Chul-Han me preguntaba si el problema pornográfico se encuentra en pensar que se cosifica a los sujetos y se les desprovee de personalidad, o yendo unos pasos más allá: en la descosificación del cuerpo-objeto para un advenimiento del sujeto en dato, de la cosa en dato, y de la existencia misma en dato. O sea, que el cuerpo encuadrado ya no tiene un tránsito en objeto, sino que incluso su presencia misma pensada como pura mercancía trasladable y utilizada como medio de producción de placer es en realidad una no-cosa, una inexistencia que pierde sustancia y que solo existe en cuanto código pornográfico a la espera de ser interpretado.

Una vez más, la i-realidad traslada deseos y pulsaciones que obligan a traducirlos en performatividades. El devenir anuncio del mundo que recuerda Byung es la distopía computarizada. Ya no hablaremos de cuerpos cyborg, sino de robots informáticos.

Pero no caigamos en la trampa de censura, no es el siglo XX para desear el abolicionismo, o un Estado “responsable” que delimite lo visible e invisible. La propuesta que debemos realizar es una visión pospornográfica. Como toda herramienta, su uso indicado no siempre es el utilizado, la pospornografía es una potencia de enunciación, de contradicción contra el paradigma de lo decible. O sea, una tecnología que puede desarticular los modos de producción de la observación, incluso de la experienciación. Hagamos crítica al porno. No es despornificar el mundo, sino pospornificarlo. 

 

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