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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Julieta Fabregat Tinajero / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2
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Doriane Maika De Swan Sanchez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy estudiante de sociología, me gusta bailar, contorsionarme, la arquitectura del cuerpo, analizar mi mundo y espacio, de-construirme y sobre todo DES-EXISTIR.

Intimando en fluoxetina: Trastornos alimenticios, historia de una piel inconforme

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

Nunca más un mundo con odio hacia nuestros cuerpos

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Doriane Maika De Swan Sanchez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

En los laberintos del inconsciente existen demonios que nunca pensaste que podrían tomar las riendas de tu actuar, pero al conocerlos, al verles la cara y sus dientes multiformes que rugen ante el miedo, se hacen más fuertes.

Recuerdo que mis primeras semanas en fluoxetina fueron muy lúcidas, después de haber sido diagnosticada con anorexia nerviosa purgativa compulsiva, pensar en mi peso y en las cantidades que debía comer, se hizo más fácil. Podía controlar mejor mis 3 comidas, que antes se habían vuelto los peores momentos del día. Pero aquí no vengo a contarles de un tratamiento psiquiátrico, sino de cómo es que llegué ahí.

No sabía que era normal tener 8 años y comparar tu peso con otras niñas, odiar ver gente con sobrepeso, incluso sentir asco. Me acuerdo que dejé de comer gansitos porque engordaban cuando tenía 10 y comencé a pensar en dietas con seriedad al cumplir 11. Siempre fui a alguna clase de danza: esos lugares donde los cuerpos son largos, erguidos, esculturales, mis amigas de la primaria tenían cuerpos y medidas estéticas, yo creí tenerlas. Luego llegaron los 13 y los 14, recuerdo que la fiebre por tener un cuerpo apetitoso para los hombres me consternó tanto que comencé a hacer ejercicios de glúteos, abdomen, bueno, todo para poder ser atractiva, y lo logré en cierta medida. Me volví un postrecito de uso para los hombres mayores a mí, reafirmando mi valor a través de su saliveo tan indiscreto. Mi valor como ser humano y mujer se rectificó a través de mis atributos físicos, senos o glúteos o una cara respingada y afilada, labios besables… todo eso que “necesita una mujer para ser atractiva”.

Llegaron los 15 y los tormentos no pararon. Una muerte cercana, mi primer novio. Y descubrir el sexo, ser sensual y atractiva; un día ya no lo fui, según mis amigas había engordado, le pregunté a mi madre y me dijo: “Sí has subido un poco de peso, estás más gordita”. Esas palabras fueron mi sepulcro. Recuerdo cómo se deslizaban las lágrimas en resbaladilla por mis mejillas y los gritos dominaban mi garganta carcomiendo mi habla, hasta volverla un simple aullido, un momento de ahogo, de quiebre estructural.

Me sentí tan ofendida por estar “gorda”, porque “gorda” era sinónimo de estar “fea”, de no ser atractiva, de haber fallado una vez más como mujer.

Mis 16 no fueron la excepción, mi novio me puso los cuernos con su mejor amiga y cortamos, inmediatamente pensé que me estaba dejando por gorda, por pesar más, por ocupar espacio, por no ser petit. Me fui al hoyo, me metí al gimnasio y comencé a comer pura ensalada por meses, el peso más bajo en el que he estado: ojeras, dolores crónicos de cabeza, asfixia y ansiedad por subir de peso y bueno luego llegó el rebote, subir 5 kilos en dos días, bajarlos en otros dos, descomponer mi tiroides.

Antes de caer al hoyo conocí un chico y empezamos a salir, luego fuimos novios y su primer cumplido fue “me encanta tu abdomen”; ahí cuando estaba en mi peso más bajo, otra vez reafirmé mi valor a través de mi peso y la cosa comenzó a empeorar cada vez más, ahora ya no era solo dejar de comer el fin de semana; era vomitar y vomitar y vomitar, así hasta que mi garganta se rasgara de odio, hasta llorar todos los días sintiéndome un asco. Dos años así, subidas y bajadas de peso, pensar en morir, escribir desde el destierro, ser un ser putrefacto, morir en vida.

Los trastornos alimenticios provocan muchas cosas. La bulimia hace que a largo plazo tu esófago ya no pueda hacer los mismos movimientos y por lo tanto puedas vomitar aunque no lo quieras o ya nunca más puedas vomitar sin ejercer algún tipo de presión. Pero eso es lo de menos, las caries, el acné, la caída del cabello, las uñas amarillas y quebradizas, sentirte débil, problemas gastrointestinales, entre otros efectos.

Las consecuencias físicas son terribles, pero las mentales aún peor, las personas que sufrimos trastornos alimenticios vemos nuestro cuerpo distorsionado, a esto se le conoce como dismorfia, la cuál crea una imagen errónea de tu cuerpo.

Puedo identificar que todo esto que yo sentí y viví fue un producto de un fenómeno social, la “gordofobia” y la presión por un cuerpo que sea de gusto ajeno, que sea de placer ajeno. A mí nunca me preguntaron si me gustaba mi cuerpo, le preguntaron a otros (sí, a hombres) si mi cuerpo satisfacía esas necesidades que ellos tenían.

Ahora vivo un poco condenada, ya que esto no es una historia de éxito, los trastornos alimenticios son enfermedades mentales que son muy difíciles de superar, se vuelven un círculo vicioso, así como las adicciones, recaer una y otra vez, es muy fácil.

Después de mi diagnóstico psiquiátrico he estado tomando antidepresivos para no caer en la dismorfia, no siempre ha funcionado, realmente ha sido una lucha diaria. No sé si llamarme guerrera o víctima, si aplaudir el no odiar mi cuerpo o victimizarme por un sistema putrefacto que me ha dicho que no soy suficiente. Sinceramente no encuentro aún las respuestas, no sé cuando termine esto, ya que mi salud mental está a merced de medicación y tratamiento psicológico que no he encontrado ya que es muy caro en México y no sólo caro, sino que también negligente y elitista. En general lxs psicólogxs no están especializados para tratar con este tipo de casos y el diagnóstico a manera protocolaria solo recibe atención psiquiátrica, la cual es muy difícil obtener por la burocracia implicada en el sistema de salud.

A la fecha mi salvación ha sido la poesía, el trabajar conmigo misma y sanar mis heridas de a poquito, me ha servido mucho que ya exista una mayor aceptación a cuerpos distintos y mediante el feminismo he encontrado una guía, para dejar esos patrones machistas que condenaron a mi cuerpo a vivir tantos infiernos.

La salud mental no solo se divide en ansiedad y depresión, existen miles le patologías que muchas veces se desencadenan a partir de entornos hostiles, como es el caso de los trastornos alimenticios, las personas no nacen odiando sus cuerpos, pero sí pueden llegar a odiarlos por un entorno que les orilla a eso.

Como reflexión final quisiera decirles a todas las personas que estén leyendo esto que nunca debemos estar a merced de los placeres de otrxs: el verdadero amor propio (que es un trabajo de toda la vida y no es lineal para nadie), se consigue a través de una aceptación de esas “imperfecciones” que más que ser eso, son nuestra simple expresión de humanidad. Imperfectxs, asimétricxs, con rollitos, gordxs, flacxs, alebrijes de carne y hueso.

Recordar que nuestro valor personal no está en nuestra apariencia física es un discurso muy gastado y lo sé, pero es muy importante, ya que eso a mí me salvó de morir y probablemente a muchas otras chicas.

Nunca más un mundo con odio hacia nuestros cuerpos, por un mundo sin trastornos alimenticios.

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