Facultad de Derecho
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Un monstruo en mi estómago se traga las mariposas
en primavera
y las devuelve en invierno
congeladas, muertas.
Toco con mis ojos las historias
de quienes su propósito no alcanzaron
y su textura se acerca a mi piel, mis huesos, mis entrañas
rugosas pieles se retuercen con los rasguños del régimen
de aquel monstruo paralizador, tenebroso, asesino.
Mariposas congeladas o fuegos que se queman a sí mismos,
así son mis anhelos,
de vida efímera y muerte eterna.
Aniquilados anhelos por ese monstruo
que hace de mi cuerpo un terremoto.
Tal engendro no me ataca con cuchillos,
y tampoco lo hace con colmillos,
es más perverso aún, de más afiladas armas,
su artefacto exterminador son las ideas
que me hacen creer que voy caer.
Me convence de no saber quién soy,
me hace indecisa, frágil, débil, insuficiente,
el monstruo me quita y yo cedo,
me arrebata y nunca me concede,
aún así, yo le doy asilo
porque vivir sin él es ser valiente
y él me dijo que no lo soy.
Incómoda vergüenza, tú también me atormentas
en los sueños que el monstruo siempre me recuerda,
te tengo miedo y por eso no camino descalza,
siempre oculto mis pies dentro de los zapatos,
incluso si se trata de una alfombra o del piso de la regadera,
me aterra pisar sobre la piedra
y que el mundo vea mis pies sangrar.
Me pregunto si del reinado saldré con vida
¿Acabaré hecha una cicatriz después de tanta herida?
¿Iniciaré la batalla para desterrar al monstruo?
¿Podré escapar de él y su agobio?
¿Se puede escapar de uno mismo?
¿O solo queda convertirse en otro?
Me percato de ser el monstruo que me atormenta,
soy la víctima y la victimaria que no me deja ser plena,
la única forma de salvarme es luchando
contra esas partes de mí misma,
destrozando las armas que he convertido.
Cuando desaparezcan, al fin seré yo, completa.
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