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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Camila Moncayo - Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
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Ángel Hernández

Facultad de Ciencias

Soy estudiante de matemáticas en la Facultad de Ciencias. Me apasiona la ciencia y me encanta compartir lo que sé con los demás. Estoy convencido que el conocimiento se crea en comunidad. Estudio una segunda carrera en Sociología en la UAM Iztapalapa, de igual modo, entre mis hobbies está la escritura, el deporte, los idiomas, la programación, la música y el dibujo.

Yonquis de la felicidad

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

¿Si le echas ganas puedes comprar la alegría?

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Ángel Hernández

Facultad de Ciencias

La psicología positiva fue propuesta por Martin Seligman en 1998, que en ese entonces era el presidente de la APA (American Psychological Association). Seligman se propuso crear una nueva ciencia de la felicidad para estudiar en qué consiste “la buena vida” y descubrir las claves psicológicas del crecimiento personal.

Seligman compartió sus descubrimientos en el “Manifiesto introductorio a una psicología positiva”, publicada en American Psychologist en el año 2000.  Pero la propuesta presentada en aquel manifiesto era algo difusa, y para muchos no ofrecía nada nuevo, pues consistía en consignas tan antiguas como poco coherentes sobre la realización personal y la felicidad del individuo, pero en consonancia con la creencia típicamente americana en la capacidad del individuo para autodeterminarse.

A pesar de ello, desde el principio Seligman recibió financiamiento para el estudio de la psicología positiva, así como una amplia cobertura de los medios de comunicación, por lo que pudo difundirse con notoria rapidez entre académicos, profesionales y público no especializado la idea de que finalmente había nacido una nueva ciencia de la felicidad.

Entre las instituciones privadas y públicas que financiaron su desarrollo se encuentra, desde 2001, la Jhon Templeton Foundation, una institución religiosa y conservadora. Otras instituciones que también ayudaron con su financiamiento figuraban The Gallup Organization, Mayerson Foundation, Anneberg Foundation Trust y Atlantic Philantropies. De igual modo, multinancionales como Coca-Cola inviertieron en la psicología positiva con el fin de encontrar métodos baratos y eficientes de incrementar la productividad, reducir el estrés en el trabajo y promover el compromiso de los empleados con la cultura de la empresa. E incluso, el ejército de Estados Unidos se interesó en la psicología positiva con la iniciativa Comprehensive Soldier Fitness (CSF), que pretendía proveer a los soldados con herramientas para afrontar los traumas causados por la guerra de una forma mucho más barata, pero que terminó siendo un fracaso.

Poco a poco fue aumentando el número de psicólogos y científicos sociales que se sumaron a las filas de la psicología positiva. Y, debido a que les proveía de un léxico y técnicas que parecían validar científicamente las cosas que habían pregonado los últimos años, se sumaron autores de autoayuda, especialistas del coaching, conferencistas motivacionales y consultores de empresas. Pronto los psicólogos positivos se interesaron por las técnicas de estos. Ya no había que avergonzarse de la relación entre la psicología y el mercado de servicios.

De hecho, Seligman no proponía tanto un nuevo paradigma de la psicología como una nueva actitud que expandiera el alcance de la investigación hacia el gigantesco mercado de las personas sanas. Y haciendo de la psicología positiva una forma bastante rentable para conseguir un buen financiamiento desde el mercado, porque sus conclusiones eran particularmente útiles a la lógica capitalista.

El neoliberalismo no es sólo una teoría política de las prácticas económicas, por el contrario, se trata de un nuevo estadio del capitalismo caracterizado por la extensión implacable del campo de la economía a todas las esferas de la sociedad. Y aún más importante, el neoliberalismo debe entenderse como una filosofía súper individualista.

Debido a que la felicidad está ligada con valores individualistas se ha vuelto tan fundamental en nuestras sociedades neoliberales. La felicidad se ha vuelto especialmente útil para reavivar, promover y legitimar el individualismo en términos aparentemente no ideológicos. Como ha expuesto Foucault, los discursos que apelan a la neutralidad y a la naturaleza, y se alejan de la moral y la política resultan más persuasivos y son fácilmente adoptables por las instituciones. Algo que se vuelve evidente en el discurso científico sobre la felicidad que tiende a neutralizar su énfasis en la responsabilidad personal y en los valores propios del individualismo.

Los psicólogos positivos han jugado un papel importante en este aspecto, ligando la felicidad al individualismo. Los psicólogos positivos sólo reconocen como referente al propio individuo: si la felicidad es algo bueno, es porque es sinónimo de crecimiento y satisfacción personal. Conceptualmente, la psicología positiva asocia felicidad e individualismo de forma muy estrecha. A tal grado de concebir el individualismo como una condición necesaria para la felicidad, y de concebir la felicidad como una justificación científica del individualismo. En ese sentido, muchas publicaciones de psicología positiva dicen demostrar que el individualismo es la variable que más fuertemente se relaciona con la felicidad y viceversa, independientemente de cualquier otro factor sociológico, psicológico, económico o político.

La disciplina se ha caracterizado siempre por minimizar, cuando no ignorar, el papel que las circunstancias desempeñan en determinar la felicidad de los individuos, algo que se manifiesta en sus constructos principales, en sus estudios y en los instrumentos de medida utilizados para cuantificar. Por lo que no es de extrañar que investigadores tiendan a encontrar evidencias que apoyen que el individualismo es el factor determinante en la felicidad.

Así, si lo que dice la psicología positiva fuese cierto, las malas condiciones de vida, el pobre funcionamiento de ciertas instituciones, la corrupción o la inseguridad laboral no tendrían nada que ver con los crecientes niveles de ansiedad, estrés o depresión. Que la felicidad no se relacione con las circunstancias es sólo otra manera de justificar la asunción meritocrática de que, al fin y al cabo, cada cual tiene lo que se merece. Dana Becker y Jane Marecek critican la insensibilidad social del posicionamiento de los científicos de la felicidad señalando que “hacer creer que unos ejercicios de autoayuda bastan para remediar la ausencia de transformación social no es sólo una visión cortoplacista sino también repugnante desde el punto de vista moral”.

Debemos tener en claro que la felicidad no es un precioso tesoro que unos científicos desinteresados han descubierto y han decidido entregarnos para liberarnos de nuestras miserias, y así alcanzar la plenitud personal y la buena vida. La búsqueda de la felicidad no contribuye necesariamente a nuestro bienestar o al bienestar de los nuestros y de la sociedad en la que vivimos, pero sí contribuye, irremediablemente, a la legitimidad, la omnipresencia y la influencia de la felicidad sobre nuestras vidas.

A pesar de lo que aquí escribo, creo genuinamente que la psicología positiva puede ser de ayuda para algunas personas, que sus métodos y técnicas realmente pueden hacer algo para ayudarnos, y que la felicidad es un tema digno de estudio. Pero no creo que la felicidad deba ser el parámetro fundamental que nos diga cómo debemos vivir la vida. Debemos desconfiar de aquellos que dicen tener una respuesta absoluta sobre la felicidad, en particular de la psicología positiva que como hemos visto es una ciencia con fundamentos endebles y tan ideológicamente sesgada, y tan útil a la lógica del mercado de consumo, a la política neoliberal y la productividad de las grandes empresas.

Como resumen Edgar Cabanas y Eva Illouz, “La felicidad se ha convertido en una poderosa herramienta para controlarnos porque nos hemos entregado a la obsesión que nos propone”. Somos nosotros lo que nos terminamos amoldando a las demandas cada vez más exigentes de un modelo de felicidad extremadamente consumista, a su enmascarada ideología y sus estrechas y reduccionistas asunciones sobre lo que somos y lo que debemos ser.

Hace falta una esperanza crítica, fundamentada en razones, en la justicia social y en la acción colectiva; una esperanza que no sea paternalista, que no decida por nosotros lo que es buenos para nosotros, que no pretenda protegernos de lo peor de enseñarnos a negarlo, sino que nos coloque en una mejor posición para hacerle frente y cambiarlo. Esa industria de la felicidad no sólo perturba nuestra capacidad para conocer las condiciones que moldean nuestra existencia; también anula y deslegitima esa capacidad haciéndola irrelevante. El conocimiento y la justicia, antes que la felicidad, siguen siendo los valores más revolucionarios en nuestras vidas.

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