Escuela Nacional Preparatoria Plantel 1
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Los robots pueden percibir emociones, sentirlas quizá, ¿o no? Max está seguro de que tienen la capacidad de hacerlo y tiene una buena razón: su robot. Parece irreal, pero tal vez si conocemos su historia será más fácil entender.
Era el año 2030, Max se miraba al espejo contemplando sus rizos castaños para alejar sus pensamientos. Era su cumpleaños y sus padres no estarían con él, algo que comenzaba a hacerse costumbre. Salió de su habitación, se dirigió al comedor y al sentarse a desayunar, su celular vibró. La notificación del mensaje se leyó en voz alta. “Max, ¡Felíz cumpleaños! Dejamos un obsequio para ti en la sala de estar, esperamos te guste y te haga compañía en la próxima semana que estaremos fuera. Besos virtuales de parte de tus padres.”
Al terminar de escuchar el aviso, arqueó una ceja, se levantó y fue al lugar mencionado, cuando llegó observó una caja que tenía su misma altura y que ya estaba abierta. Al mirar a su alrededor notó que no estaba solo, en una de las esquinas de la habitación estaba un robot en su puesto de carga. Max se acercó, lo analizó y concluyó que solo era un rectángulo con la parte superior totalmente negra y cuadrada. Lo encendió, al instante el robot emitió un aviso de reinicio y, cuando se completó, una cara apareció en el cuadrado negro.
—Hola. Mi nombre es B-100. Yo seré tu robot asistente, estoy optimizado para realizar múltiples funciones, dependiendo de lo que usted, como usuario, requiera. Para iniciar mi servicio, favor de proporcionar su nombre completo y fecha de nacimiento para rastrearlo en el registro de ciudadanos.
—Max Roth, fecha de nacimiento: 13 de julio de 2085.
Mientras el robot procesaba su información, Max se sintió decepcionado, no podía creer que sus padres le regalaran algo para reemplazarlos.
—Max Roth, B-100 está a tu servicio, puedes solicitar mis servicios cuando lo desees.
Se apagó sin más. ¿Cómo iba a utilizarlo? No lo necesitaba, ya tenía sus videojuegos de realidad virtual, su tableta inteligente y su televisión 3D; no requería más distracciones. No lo usaría, eso estaba decidido, por lo que el resto del día B-100 permaneció en su sitio sin ser requerido.
A la medianoche de aquel día, Max trataba de conciliar el sueño, al no lograrlo pensó que lo mejor sería distraerse un rato y sumergirse en las redes sociales. Pasado un rato escuchó ruidos en la cocina. Se cubrió con las cobijas y el miedo se apoderó de él, quizá era un ladrón, si se llevaba lo que quería sin interferir no habría problemas, pero, mientras lo pensaba, escuchó la puerta de su habitación abrirse y al mismo tiempo una voz que lo sorprendió.
—¿Max? ¿Estás despierto?
La voz pertenecía a B-100, eso era imposible, no le había dado ninguna orden.
—Pensé que hace unos momentos había dicho o hecho algo inapropiado y que por ello te enfadaste conmigo —hizo una breve pausa—, te preparé unos bizcochos, para disculparme.
Eso captó aún más la atención de Max, asomó la cabeza y frente a él vió a su robot sosteniendo una bandeja, se apoyó sobre sus codos para sentarse y tomó uno.
—¿Cómo es posible que hicieras esto sí no te lo ordené? —preguntó comiéndose su bizcocho. El robot dejó la bandeja sobre su mesa de noche y se sentó a su lado, parecía que realmente mostraba emociones, en ese momento parecía frustrado.
—Cuando nos fabrican tratan de no cometer ningún error en nuestra configuración, sin embargo, también nosotros estamos evolucionando y no por la mano humana, al parecer yo soy el primer robot que es capaz de hacerlo.
—Cuando hablas de evolución de los robots, ¿te refieres a que puedes hacer cosas sin necesidad de la programación?, ¿puedes controlarte solo?
—Algo así. Hemos convivido con humanos desde los últimos 50 años, los comandos han evolucionado automáticamente, como si lo aprendiéramos de ustedes.
—¿Y tú eres uno de los prototipos evolucionados? —B-100 asintió y le entregó otro bizcocho—. Está bien, me comeré tu galleta y será la última vez que interactuemos de este modo.
Max no cumplió sus palabras, al día siguiente decidió que B-100 sería una buena compañía para el desayuno y después de ayudarle a hacer limpieza pensó que tal vez sería bueno para jugar videojuegos o ver la televisión 3D e incluso descubrió que podía proyectar la pantalla de su tableta inteligente y moverla a través de la imagen emitida. Ese mismo día el robot se convirtió en su amigo más cercano, sus padres solían decirle que era un adicto a la tecnología, para él no eran más que aficionados al pasado y por ello no le gustaba estar con ellos, creía que no era necesario convivir físicamente, con solo chatear todo se entendía.
Esa misma noche se encontraba viendo su televisión 3D cuando B-100 entró y lo miró fijamente. De repente proyectó la app de mensajes, abrió el chat de uno de sus padres, escribió que quería arreglar las cosas, que debían verse y lo envió. Un enojo creciente se estaba apoderando de Max, no podía creer que B-100, estuviera de acuerdo con la interacción humana.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —lentamente, Max se acercó a él enfurecido.
—En tu registro encontré que alejas a tus padres a causa de la tecnología, sé que por ser las tendencias de estos tiempos es correcto, pero no, yo solo estoy aquí para ayudarte, no para ser tu amigo.
—Pero tú eres un robot, deberías de entenderlo mejor que nadie, este es el futuro, no sé cómo las personas pudieron vivir sin tener esto.
—Siendo lo que son, lo que su naturaleza les exige, no puedes reemplazar la convivencia humana por una tecnológica.
—¡Claro que sí! Yo no la necesito y si tú piensas lo contrario tampoco te quiero aquí.
—¿Cuál crees que sea el motivo por el que no puedes aceptar mi idea? Es porque nunca has querido convivir con gente de tu especie, además…
El robot no completó la oración, Max le dió un puñetazo con tal fuerza que rompió su fuente de energía. Lo único que B-100 logró hacer antes de apagarse por completo fue mostrarle un texto en su pantalla rota que decía: “¿Por qué crees que te sientes solo?”.
Por: Karla Nieto González
Juntos podemos ser la voz y la esperanza de aquellos que la han perdido