Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
A ti, N. por esas pláticas que llegaron a modificar,
sanar y hacernos saber que una amistad del colegio puede perdurar.
La vida que se forma dentro de la escuela, sus aulas, patios y canchas no determina la identidad de una persona ni cómo esta reacciona a los errores durante la etapa, sino cómo aprovecha sus escenarios para transformarlos en lecciones en vez de excusas, pues nos ofrece un intercambio de experiencias que compartimos con otras personas en las mismas condiciones como estudiante, demostrando la importancia de la comunicación. Algunos vivimos esta experiencia para nosotros y cuanto menos llamemos la atención, mucho mejor.
Experimentamos una gran cantidad de emociones en el ambiente escolar, a veces positivas al aprender cosas nuevas, pero sobre todo que nos conectan con otros compañeros y aunque en otra dosis, podemos sentir también emociones negativas como soledad o ansiedad ante la presión académica, los cambios y relaciones sociales, pues a pesar de ello encontramos una que otra actividad como una forma de expresión que, hasta la persona con más dificultades para hablar en público, hacer amigos o incluso concentrarse, puede encontrar como su lugar seguro y con la cual forjar una amistad o conversación digna de subsistir durante la vida escolar.
De esto va este texto, unir experiencias escolares que nos hagan recordar e identificar la importancia que han tenido en nuestra formación básica, media e incluso superior, ya que estas van a influir más tarde en nuestro desarrollo como alumnos, pero también como ciudadanos, hijos, hermanos, amigos, novios, etc. ¿No me creen? Ahí les va un ejemplo apoyado en las consecuencias de una situación que afectarían mis pensamientos, sentimientos e inclinación por mi futuro, ya que esa experiencia provocó una huella perdurable en mi vida que, además, me empujaría a tomar la decisión de estudiar la licenciatura en Derecho, y por eso mismo estoy convencido de que el aprendizaje formal, puntual o sistemático no nos va a enseñar tanto como una mala experiencia dentro de la vida escolar, que siempre son las que nos llevan a conocer una vida totalmente distinta a la que estamos acostumbrados. En mi caso, un sistema legal y procesal que en ese entonces desconocía y que jamás había intentado comprender, una solución a problemas a través de oficios, escritos y convenios, algo que en la formación media superior nunca nos habían mencionado, ni por cultura general y/o medida precautoria a la solución de problemas estudiantiles además de circunstancias de la vida diaria. Por eso mismo es que fui influenciado en ese entonces, hace unos 8 años y ahora, actualmente, sentencio diciendo que la experiencia escolar debe ser más relacionada con aquella que nos brinde práctica significativa como estudiantes, que esta no sea falsa o sistemática como tradicionalmente se ha hecho durante años. Así todos podrían desarrollarse alcanzando una mejoría como ciudadanos, pues la información, capacitación, preparación y aprendizaje, nos ofrecen datos que son el insumo más importante para el desarrollo de cualquier sociedad.
Por eso en esta ocasión elijo quedarme con lo que le da la esencia a esta formación. Las experiencias y personas que sin saber ni controlarlo, con su pervivencia pueden llegar a vincular la escuela con actividades de la vida diaria y que además –nadie nos dice– pueden llegar a ser más difíciles que las matemáticas, ya que nadie nos enseña a relacionarnos con los demás, no nos dicen que iremos a ciegas conociendo, despidiendo, queriendo y postergando amistades con las que compartiremos conocimiento dentro y fuera de la vida escolar, eso sin contar una que otra relación amorosa que nos hace descubrir lo que es sentirse bien con alguien distinto a uno mismo, y que también va a influir en todo nuestro ciclo de conducta individual y de relaciones sociales.
A veces recuerdo esos momentos y siento miedo. Miedo de cómo somos justo antes de que una experiencia nos cambie.
Ya nos lo dijo el buen Sócrates, convencido de que uno de los propósitos fundamentales de la educación en la vida escolar es preparar a los más jóvenes para las tareas del Estado y la sociedad, es decir, la enseñanza con valores se debe dar a la par que se desarrollan las capacidades de cualquier persona. De esta manera el alumno, el novio, el hijo, el hermano, etc., no solo apreciarán a los demás como seres valiosos por sí mismos, sino que se aceptarán como una persona que tiene importancia dentro de la sociedad.
Quizá, saber esto mismo nos aleje de personas que ejercen bullying, violencia y acoso en la escuela, así como fuera de ella.
Entonces, ¿realmente esto es lo que aprendemos en la escuela? Quizá sea mejor decir que “nuestra personalidad se forma con base en todo lo que vemos en la escuela”, o algo así, no es que abandonemos nuestra personalidad, sino que esa personalidad que tenemos es el resultado de todo lo vivido y compartido. Pero, ¿cómo sucede esto? Bajo la premisa de que el conocimiento que adquirimos es situado, es decir que forma parte de un pedazo de la experiencia y es consecuencia de las actividades en la escuela de nuestros profesores, amigos y conocidos, que con cada plática o vivencia compartida nos hacen identificarnos con ellos, además de la cultura que adoptamos, compuesta de películas, música, pasatiempos y el contexto en el que se desarrollen y utilicen. Por lo tanto, podríamos decir que el conocimiento es un fenómeno social, no una cosa y el desarrollo del que hablamos, aquel en el que todos queremos estar, siempre nos condiciona por falta de experiencia; claro, la formación es importante, pero existen otros temas que en la escuela no nos enseñan. Algunos los conocemos como soft skills o habilidades blandas, un término que se relaciona con las competencias personales y sociales, la facilidad de comunicación o ese trabajo en equipo que muchas veces tenemos en la escuela, sí. Pero, ¿cuántas veces nos dicen que esto nos va a servir? Ninguna, todos hacemos equipo con amigos por la familiaridad de no tener que hacer más, por lo que no se trabaja en el liderazgo, toma de decisiones, tolerancia y demás cualidades que se aprenden de forma natural, además de adquirirse a través de la experiencia y relación que nos dejan otras personas.
La escuela, en gran parte de ocasiones, no nos prepara para esto, sin embargo, tenemos una de las mejores maneras de aprender, pues según mi perspectiva y como comencé agradeciendo, la comunicación, la socialización, la conversación, la expresión incluso facial, reflejan emociones que nos permiten descubrir errores en el razonamiento, ayudándonos a mejorar en las decisiones que tomamos, puesto que mantener buenas pláticas con quienes saben del tema, llamémosle amigos, maestros, comerciantes, empresarios, doctores, padres, etc., nos ayudan a encontrar un camino a la sabiduría hasta en lo más complejo para nuestra condición de inexperiencia.
Por esta razón nos sentimos bien cuando en la escuela no le entendemos a algo y esa amistad llega a hacerlo menos difícil con su charla explicativa, o en el amor, cuando platicamos nuestra historia, esta plática se va formando en un rollito que construye nuestra identidad y genera experiencia. Al mismo tiempo, NOSOTROS, al escribir entramos en materia sin querer demostrar importancia con nuestro tema pues a pesar de no ser expertos, comentamos, leemos y aprendemos. Asimismo, la razón de este texto sigue siendo la del inicio, una vivencia que inicia con un viaje propio, y con el deseo de aprender de las experiencias de quienes forman parte de nuestra vida y no solo eso sino también de todos los colaboradores de esta revista que con sus memorias a veces impactan en rincones de nosotros que no conocíamos. Supongo que en esto somos todos parecidos, tenemos emociones que no dejan de ser un cúmulo de experiencias que usamos para comunicar aquellos acontecimientos vividos dentro y fuera de la escuela.
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