Facultad de Derecho
Facultad de Derecho
Parpadeo infinitamente. Tomo un pestañeo que dura varios minutos, porque es la clase de Derecho Mercantil con el Profesor Notario y, para ser sincero, sus palabras no podrían interesarme menos. De mis pestañas emanan ráfagas de polvo y granizo, las sombras se abren como las olas y de entre ellas salen los recuerdos de 2 años. Algunos gratos, otros fríos como la tempestad, tan fríos que me inducen al asma.
A cada ráfaga, la imagen que proyecta el espejo de al lado se transforma radicalmente. Las paredes se llenan progresivamente de humedad. Cada vez sirven menos boquillas de la estufa. El refrigerador cada vez enfría menos y éste contrasta con el frío intenso que apuñala los ladrillos y las losetas. Los profesores cambian, las caras en las reuniones de Zoom son diferentes.
Cada vez me veo con más barba, un poco más o menos gordo, depende cuánto parpadee. Me compré una camisa a cuadros, mi padre me regaló un abrigo y mi mamá una sudadera para darme calor en los días y las noches. Los regalos de mi novia toman posiciones clave en el espejo, me aferro a ellos y al recuerdo de sus brazos cuando siento que no me queda nada que perder.
Las ráfagas de segundos, minutos, horas, días, meses, semestres y años me dejan manco, tuerto y cojo. A los demás, a los que sólo veo a lo lejos mediante pantallas, pareciera que sólo les rozan por el lado. En el suelo, los casquillos son pétalos de rosa blanca, marchitos, empolvados y destinados a barrerse por la incesante marcha de las manecillas. El sol sube y baja, la única constante además de mí y de todo cuanto amo y protejo con uñas y dientes.
Los fascistas de traje cortan con sus dientes las uñas de los pies de un Mussolini veracruzano en medio de mi Ciudad Universitaria. Yo sigo al acecho. El tiempo me grita al oído “¡Adelante! ¡Adelante hacia la victoria, la petrificación o el olvido!” Y las flamas en mi adentro, mil veces muertas y encendidas súbitamente por truenos, fuerzan a mis pies a la carrera sin tan siquiera pensarlo.
Dos años que se extienden hasta la luz. Dentro del parámetro caben mil besos, caricias y un sinfín de llantos. Y yo, el hombre en el espejo, cargo en mi espalda la esperanza de haber aprendido a ser, a trabajar y a vencer. El hombre en el espejo tiene fe en que saldrá de esto como un mejor hombre, uno que merezca ser amado a los ojos de Dios y de la mujer amada.
A lo lejos, de las bocinas empolvadas de una computadora, con el recuerdo presente de una noche entre hermanos, suenan las palabras de Pedro Guerra:
“Mejor buenos recuerdos que un pasado perdido
por eso un buen día Matilde acabó por tirarse en el río
lo que fue tan hermoso que no caiga al olvido
te estaré recordando por siempre, Matilde que tú no te has ido.”
Por Natalia López Hernández
Matices sobre la desigualdad, el dolor y la rabia
Por Christian Osvaldo Rivas Velázquez
El romance y la teoría social se cruzan en C.U.
Por Antonio Bernal Quintero
¿Hasta qué límites salvajes nos podrían llevar las disputas por el agua?
Por Carlos Damián Valenzuela López
Un caligrama describe mejor que mil palabras