Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Desde su invención, la rebeldía siempre ha acompañado al rock. El cine, la televisión y la prensa se dedicaron a construir al arquetipo del rebelde americano, el cual se enfundaba en jeans y chamarra de cuero para predicar un movimiento contestatario frente al statu quo. Éste sería el referente generacional de la juventud de los años 50, quienes con la imagen de Brando y Dean como referencia, intentaban acomodarse el fleco y poner la cara de maldito más convincente que se pudiera. Las familias mexicanas se escandalizaban ante la posibilidad de que sus niños, más aún que sus recatadas damitas, se volcaran hacia el camino “incorrecto” y le entraran a la gamberrada.
Si bien el rock no fue la causa principal, sí cuenta como uno de los alicientes importantes para que la energía de los llamados “rebecos” se canalizara hacia lugares muy peligrosos en el centro de México. Por un lado, ocurre la proliferación de bandas delictivas en distintas colonias de clase media y baja, dando origen a pandillas como “los Romitas” (oriundos de la Roma), “los Conchos”, “los Gatunos” o “los Ramírez” (provenientes de la Portales), entre otras. Se cuenta que algunos integrantes se jactaban de andar bien parados con la ley pues eran hijos o familiares de políticos influyentes y jefes de policía. Lo cierto es que esa malandrería manifestada en violaciones, robos y peleas callejeras poco tenía que ver con una rebeldía alimentada por la música.
Los años 60 no solo movieron al mundo desde las entrañas, sino que en sus reminiscencias musicales entre la juventud mexicana, en especial con los estudiantes militantes de los movimientos sociales de 1966 y 1968, produjo un rechazo a la música cantada en inglés, pues para la izquierda, el rock estadounidense y los jipis se consideraban infiltraciones imperialistas. Por lo que la música habitual de los tiempos convulsos de nuestro país eran los corridos revolucionarios y algunas canciones de la guerra civil española. Sin embargo, después de 11 de septiembre de 1971 nada fue lo mismo para la música latinoamericana.
Para hablar de Avándaro se necesita mucho más que un artículo. Por lo que sólo me limitaré a decir que fue una ventana para que la escena del rock en español se mostrara al mundo, lo cual sucedió junto a grandes estrellas internacionales. Tal fue la repercusión del evento, que al principio iba a ser una desabrida carrera de autos, que el gobierno encabezado por Luis Echeverría temió por escuchar a más de 150 mil almas reunidas en un solo lugar gritar al unísono “Tenemos el poder”. El festival de la depravación que tomó a la rebeldía, las drogas, el sexo y el despelote como estandarte, logró que la esencia latina se apoderara de las líricas. Sin embargo, la sociedad mexicana aún no estaba preparada para escuchar peladeces en la radio ni televisión, y el rock sería vetado de los medios masivos de comunicación.
La escena musical mexicana de los 80 estaba dominada por la disquera Melody, el oído del público en general consumía estrellas de la época como Los Bukis, Laura León, Timbiriche o Menudo, entre otros. El rock no dormía, sino que se encontraba oculto en buena parte dentro de los suburbios, principalmente el Distrito Federal, y en otra instancia en las periferias de la zona metropolitana. Los bares, las cantinas, clubes populares e incluso las calles o el metro se volvieron los escenarios principales donde florecía un rock verdaderamente contracultural y contestatario.
La prominencia de bandas latinoamericanas junto a la cada vez más creciente demanda de rock cantado en español llevó al surgimiento de la campaña “Rock en tu idioma”, el cual reunía a una serie de artistas emergentes de distintos países. Si bien se anticipaba un gran éxito en la industria, el impacto fue tal que rompió el cerco mediático establecido años antes. El rock por fin llegaba a la radio y televisión.
Sin embargo, la música naciente de las periferias que no encajaba en los estándares de esta nueva dinámica de la industria fue nombrada como “rock urbano”, no como un género comercial, sino como una etiqueta estigmatizada de aquellas bandas que no cumplían con la calidad requerida. En este tránsito musical destaca el rock contestatario con letras que narran la cotidianeidad e historias que retratan hechos tan violentos como dramatizados de la mexicanidad. Elementos tan reales que superaban los “mexicanismos” que reunieron los chilanguísimos Café Tacvba, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio en los 90. Entre las figuras más notables del rock urbano se encuentran: Charly Montana, Alex Lora, Luis Álvarez “El haragán”, Lalo Tex, Javier Bátiz y, no menos importante, Rockdrigo González “El Profeta del nopal”.
La gente dejó de cantar las rolas que interpretaban los Teen Tops que hablaban sobre las piernas delgadas de una chava llamada Popotitos y comenzó a tararear “Esto es un asalto chido, saquen las carteras ya, bájense los pantalones, pues los vamos a ‘basculear’”.
Si se quisiera revivir al camaleónico Distrito Federal se debería comenzar por su aroma, su gente, sus calles (con todo y polvo, devaluación y sangre), así como por sus sonidos repletos de claxonazos y cilindreros, entre ellos, es imposible pasar por alto el canto subterráneo de Rockdrigo González. Acompañado siempre de una solitaria guitarra y una ocasional armónica dentro de los vagones del metro; en medio del chirrido de las vías, podía escucharse la voz de este trovador que, al mismísimo estilo de Chava Flores, retrataba la vida cotidiana de los mexicanos con un tono satírico proveniente del rock y la nueva canción.
Tamaulipeco de origen, Rodrigo Eduardo González Guzmán se interesaría por la Psicología y la Literatura, por lo que se mudaría a Xalapa para estudiar Psicología analítica, objetivo frustrado tras haberse implantado una corriente conductista dentro de los planes de estudios de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana. Regresó decepcionado a Tamaulipas y con tan solo $500 en la bolsa y un boleto de autobús, se embarcó hacia la monstruosa Ciudad de México en 1975.
Desde su llegada a la gran urbe ya se vislumbraba en los ojos escondidos detrás de unos lentes la mirada picaresca, vívida y crítica. Si bien ya había participado con distintas bandas de rock en la capital, sus canciones de difícil clasificación destacaron entre las bases sociales y se volvieron estandartes de la contracultura y lo que más tarde se conocería como rock urbano.
Su legado inicia cuando, según el propio Rockdrigo, en un viaje de hongos alucinógenos, el llamado “Profeta del nopal” se comunicó con su persona, encomendándole difundir su palabra, misma que materializó en canciones. Más tarde el apodo de “Profeta del nopal” fue atribuido a la figura de Rockdrigo, junto con “El sacerdote del rock”. Así se consolidaron canciones con letras que van desde las deducciones freudianas hasta los asaltos chidos y ranchos electrónicos. Las amas de casa decepcionadas de la vida, los intelectuales soberbios, los chavos feos y los espíritus alienados se hacen presentes en el mar de temas que integran la obra de Rockdrigo. Sin embargo, pareciera que su canción más conocida es la titulada “Estación del metro Balderas”, perteneciente al álbum Hurbanistorias, la cual se convirtió en un éxito años más tarde con algunas modificaciones hechas por Alex Lora y El Tri, quienes llevaron sus letras a ser conocidas mundialmente, caso que se replicaría de igual manera con las versiones posteriores que ejecutaría la banda Heavy Nopal.
Y así como escribió el rockero tamaulipeco: “Dicen que la muerte anda tras mis huesos, si es así la espero, pa’ darle sus besos. Y si no me alcanza la muy condenada, me paro un ratito pa’ verla enojada”. El 19 de septiembre de 1985 Rockdrigo González fue devorado por su musa: el Distrito Federal, el Defectuoso. Su cuerpo, al igual que guitarra y lentes, fue encontrado junto con el de su pareja entre los escombros de su vivienda ubicada en la colonia Juárez. El temblor que azotó a la ciudad también le arrebató una invaluable personalidad fundadora de gran parte de la contracultura mexicana.
Irónicamente, como todo lo relacionado con el sacerdote del rock, a pesar de que “Estación del metro Balderas” repitiera una y otra vez la petición clara de evitar a toda costa la visita a la mencionada estación, es ahí en donde se encuentra un merecido homenaje al compositor tamaulipeco con la postura que más lo caracterizaba: tomando su guitarra y observando a todo aquel que camina hacia los vagones. Su figura inmortalizada en una estatua monocromática sirve como punto de reunión cada 19 de septiembre para los seguidores de Rockdrigo, quienes se congregan para entonar sus canciones y conmemorar una vida y un legado difíciles de olvidar.
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