Facultad de Filosofía y Letras
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Numerosas personalidades han asumido un papel crítico en torno de la educación en México. Sin embargo, sus principales actores, las y los estudiantes, jamás hemos sido tomados en consideración, al extremo de preguntarnos si lo que se nos enseña en las aulas nos servirá en la vida diaria, más allá de los salones de clase.
Pero cómo conseguir el sentido crítico para la vida, aquél que nos ayuda a discernir, a evaluar, a tomar una postura en relación con nuestra realidad. La respuesta está en las humanidades. Muchos de los planes de estudio las han excluido de sus marcos curriculares, o las han aglomerado en un solo bloque, haciendo que pierdan su sentido de aplicabilidad en la sociedad. Por ejemplo, podría pensarse que no hay relación entre la exclusión de las humanidades y cómo pueden servir en la vida. Pero si se presta la suficiente atención, lo que buscan las humanidades es fomentar un sentido crítico que permita al estudiantado discernir si usar un teorema o no para una situación específica.
El pensamiento crítico no sólo consiste en observar la utilidad del conocimiento, también critica su uso, el para qué y por qué, y enseña a usar las herramientas conceptuales en el momento adecuado. En otras palabras, la enseñanza humanista genera un conocimiento que incide en el mundo con creatividad y libertad para transformarlo, una libertad creativa que comprenda la totalidad del conocimiento, desde la filosofía hasta la biología, pasando por las matemáticas o la historia, sin menoscabar, universalizar o jerarquizar un tipo de conocimiento sobre otro.
Vale decir, entonces, que no todo saber puede considerarse humanista. Para serlo se necesita abogar por el reconocimiento de la pluralidad de ideas y, al hacerlo, se hace un llamado por el respeto a la dignidad. Una verdadera educación humanista ayuda en la formación de valores que se pondrán en marcha en la sociedad y, en consecuencia, formarán una actuación crítica.
Ahora, con la exclusión —o aglutinación— de las humanidades, qué tipo de educación y sentido se forma. Aunque no es sencillo responder, podemos estar seguros de que la visión utilitaria nos llevará a relegar todo lo que no nos ayuda a “progresar”.
Existe una desvalorización de las disciplinas humanistas presentándolas como innecesarias en la construcción de la sociedad. Si un área de conocimiento no puede otorgar resultados inmediatos, o si éstos no son cuantificables, en soluciones o monetariamente, se piensa que no sirve. Bajo esta perspectiva toda disciplina que no produzca es prescindible.
Lo anterior, en consecuencia, lleva a que el estudiantado considere como algo “sin futuro” dedicar sus vidas a esas materias. Estudios en filosofía, historia, sociología, letras, etc., se consideran de muy poca valía, no son redituables, y se piensa que no tienen repercusión trascendental en la sociedad. Además, en terminología gramsciana, no existen las y los “intelectuales” responsables de su difusión. En este sentido, hay muy poco profesorado que logré incidir en su alumnado, muy poca difusión de la importancia humanística, y un nulo conocimiento de lo que las humanidades logran en conjunción con otras ramas, pensemos, por ejemplo, en los estudios de bioética o en la historia de la ciencia, por poner dos ejemplos.
No existe un serio análisis sobre la magnitud de la unión entre ciencias y humanidades. La interdisciplinariedad sirve para valorar los saberes de forma horizontal, evitando la jerarquía entre las distintas formas de entender el mundo. Se debe abogar por incluir todas las ciencias y apostar por la importancia de su confluencia. Todavía es posible enseñar un actuar que implique todos los mundos.
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