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Pablo Fabián Ruíz

Facultad de Filosofía y Letras

Soy una persona que gusta de escuchar, porque cree que solo así puede ser conformada la vida

100 años de pensar

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

Festejemos a la Facultad de Filosofía y Letras por todo lo que le ha dado al país y al mundo

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Pablo Fabián Ruíz

Facultad de Filosofía y Letras

El 23 de septiembre de 1924, la Escuela Nacional de Altos Estudios, por decreto del presidente Álvaro Obregón, se transformaría en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la entonces Universidad Nacional de México (hoy UNAM). En un principio fue incorporada al casco histórico de la universidad (con sede en Mascarones) hasta el año de 1954, cuando se trasladó a Ciudad Universitaria. Hoy, en este 2024, se cumplen ya 100 años de la titánica labor que esta facultad ejerce, no solo para México, sino para el mundo y la humanidad en general.

Siendo una de las facultades más importantes en Iberoamérica, por sus aulas han transitado un sinfín de personajes que han marcado el patrimonio cultural y social del país. Centrada en la producción, enseñanza y transmisión del conocimiento en humanidades y artes, incentiva la reflexión pensante en todo aquel que, por lo menos logre pisar sus instalaciones. Dentro de su proceso del pensar, busca lo que hoy (en términos de Sara Ahmed) podría considerarse una fenomenología de lo cotidiano, pero, a la par, una inserción en los aspectos teóricos y metodológicos del pensamiento humano.

Se dice que no importa tanto lo que se aprenda dentro de ella, más bien importa lo que fuera de ella se haga con eso que se aprendió. No por nada, la FFyL ha estado siempre presente —sea de forma explícita o no— en los acontecimientos de la sociedad mexicana. 

Formó parte de las vidas de personajes y actores que cambiaron las perspectivas culturales de la nación (por ejemplo, quienes conformaron Los contemporáneos o el grupo Hiperión), de aquellas que fueron capaces de juzgar el lugar que la sociedad les predispuso (Alaíde Foppa o Rosario Castellanos), o, incluso, de aquellos que querían aplicar sus propios ideales en favor de quienes los necesitaban (los exiliados españoles, o más bien, los exiliados de cualquier tipo y lugar). También fue parte del germen de movilización social en pro de la justicia (véase lo sucedido en 1968 o en la huelga del 99), tomando en cuenta que, sin un análisis histórico de la realidad mexicana, sería imposible concebir los retos que el futuro nos depararía.

Es precisamente en el análisis histórico y social que figuras como Carmen Rovira, Miguel León Portilla, Gudrun y Carlos Lenkersdorf, Mercedes de la Garza, Laura Benítez Grobet, Ambrosio Velazco, Jorge Ibargüengoitia, Rosario Castellanos, Elsa Cross, Antonio Rubial García, José Luis Ibáñez, Leopoldo Zea, Elena Garro, Cristina y José Emilio Pacheco, Margo Glantz, etc., intentaron —e intentan—, desde sus múltiples ramas de estudio otorgar puntos de encuentro para entender nuestra realidad. En su análisis del pasado, se ha ayudado a comprender el presente, y en esa comprensión, pensar nuevas formas para coexistir con el futuro que hoy se empieza a formar. Los estudios filosóficos, archivísticos, literarios, pedagógicos, geográficos, dramáticos, históricos, en fin, interculturales, brindan desde sus propias trincheras medios por los cuales coexistir y convivir con la multiplicidad caótica.

No obstante, aún somos conscientes de las implicaciones de lo que dentro de la FFyL se produce para la sociedad en general. Preguntas sobre la utilidad de lo que hacemos, la importancia, o simplemente la necesidad, irradian constantemente el quehacer de cualquier persona que tenga el valor de entrar en sus aulas. La vasta producción humanista se ve oscurecida por las consecuencias no inmediatas que estas otorgan, pues en una sociedad que, en aras del progreso hace de todo menos progresar, los estudios sociales y humanistas —al igual que sus productores— se ven relegados. Sin embargo, es importante dimensionar los aspectos que (en un sentido zambranista) apuntan a que la razón humana va más allá de los marcos occidentales utilitarios, y que por tanto, aunque su valor no sea inmediato, no se puede vivir sin eso. 

En nuestra facultad, expresamente, han nacido grandes narradores, oradores y exponentes culturales que marcaron, marcan y marcarán la realidad mexicana; y también han nacido —y nacerán— personas que nos confirman lo hasta aquí expresado. Sin los escritos de Rosario Castellanos o de Graciela Hierro no veríamos de la misma manera un feminismo mexicano —¿académico?— como el de hoy. Sin las narrativas de Elena Garro, el nacimiento de obras en torno al Boom latinoamericano no serían pensadas de la misma manera. Sin los escritos de León Portilla, Gudrun y Carlos Lenkersdorf, Federico Navarrete y Antonio Rubial García —por mencionar algunos—, la historia mexicana no se entendería, o por lo menos no de la misma manera en que se hace ahora.

Con lo anterior, no se pretende demeritar el trabajo que se hace en las ciencias que no son sociales o en las humanidades, sino que, más bien, se procura poner el énfasis en que ambas deben trabajar en conjunto para entender la realidad sobre la que nos asentamos. La historia que la FFyL ha gestado en estos 100 años, debe ayudarnos a comprender no solo el papel que esta juega en la sociedad, también el que ejecutan las múltiples facultades con estudios afines. 

Podríamos entonces concluir dos cosas, la primera, que la labor ejercida sobre —y por— el pensar, debe de seguirse profundizando y motivando, pero a la vez, hay que valorarlo como un recurso benefactor propio y de los demás. La segunda conclusión es que la historia de esta facultad nos marca bajo aspectos que nos permiten seguir en el caos de la vida, y que nos invitan a buscar soluciones a él, a través siempre del ponerlo en duda.

Finalmente, y a manera de epílogo, me gustaría hacer tres invitaciones: la primera es para que quien lea este artículo tenga la motivación por hacerse partícipe de los festejos que en todo el año se le harán a esta facultad; la segunda es un llamado a seguir enriqueciendo la historia de este centro académico e invitar a nuevas personalidades para que se sumen a él; la última, está dirigida a las especies —si se me permite llamarlos de una forma— que conformamos el ecosistema de la FFyL, es un llamado para que continúen perseverando, pensando y, sobre todo, teniendo el valor y la fuerza para seguir ejerciendo la crítica constructiva.