Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia
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“Los pueblos también son responsables por aquello que deciden ignorar.”
Milán Kundera
Estas son algunas de mis breves reflexiones sobre el genocidio del Estado de Israel contra la población –mayoritariamente– palestina de Gaza; reflexiones que considero necesarias para comprender el fondo de la guerra de décadas contra Palestina. También el por qué Israel –pese a poseer los medios militares que posee y de gozar del apoyo inmoral y total de EUA y un puñado de países europeos–, nunca podrá ganar esta guerra, no importa a cuántas personas asesine o destruya.
Lo primero, y fundamental, es que no es una guerra por motivos económicos, políticos, geopolíticos o de rapiña. No lo es. Es algo peor, porque es una guerra entre dos pueblos, dos mundos y dos religiones por un mínimo exiguo territorio en el que teóricamente podrían convivir, pero que realmente tienen casi imposible hacerlo. Los países en el mundo se han formado por poblaciones asentadas durante siglos en un territorio que tienen y consideran propio, sin que nadie discuta o dispute esta pertenencia. Pueden haber -y las ha habido por montones- disputas limítrofes y territoriales (China e India por los límites coloniales; Venezuela y Guayana por el Esequibo; Bolivia y Chile por la salida al mar), pero nunca se discute la existencia misma del país ni la titularidad del núcleo territorial sobre el que se asienta cada Estado.
Palestina es el único sitio del mundo donde dos pueblos se disputan a muerte el territorio sobre el que se asientan uno y otro. La división de Palestina en dos Estados pudo hacerse en sus inicios, pero la realidad era que los judíos no querían dos Estados. Querían la totalidad del territorio palestino para crear un Estado judío al que pudieran emigrar todos los judíos que así lo desearan. Esto no ha sido una idea improvisada. El sionismo se impuso a sangre y fuego sobre los palestinos para crear el “Eretz Israel” (“El gran Israel”), una idea influenciada por las teorías geopolíticas e imperialistas del siglo XIX, sobre todo alemanas, relativas al “Espacio vital”, “El lebensraum”; entendido como el espacio territorial imprescindible que necesitaba un gran pueblo para desarrollar a plenitud su genio y cultura. Lo que se haría, claro, sobre pueblos considerados inferiores. Las dos guerras mundiales fueron provocadas, entre otras cuestiones, por la visión expansionista de las potencias imperiales. Alemania soñó por siglos con expandirse por Ucrania –sigue soñando– y EUA hizo del robo de territorios el eje de su política exterior desde sus orígenes. Los eslavos eran subhumanos y los indios ni siquiera personas ante sus conquistadores.
Se hizo público un proyecto israelí centrado en la idea de que, aprovechando el ataque de Hamás, gobiernos aliados de Israel convencieran a Egipto para que aceptara la expulsión de los palestinos de Gaza y su asentamiento en la península del Sinaí. El plan fue abandonado por el rechazo total de Egipto y la negativa de los países atlantistas consultados a apoyar tal barbarie. El gobierno de Jordania –sí, el servidor de la OTAN–, declaró que la expulsión de la población palestina de Gaza equivaldría a una declaración de guerra. La declaración jordana, en todo caso, vino a confirmar que el plan israelí existía y que el gobierno de Israel se había o se sigue moviendo fuerte en esa dirección.
Desde esta periferia del mundo auguro que el delirio sionista no se cumplirá, aunque no dejen piedra sobre piedra en la martirizada Gaza. La causa última de ese fracaso es que hay, en Gaza, 2.1 millones de seres humanos… cifra que hace inviable el plan israelí. Desplazar tal volumen de población es imposible porque, entre otras cosas, nadie podría recibirlos sin poner en riesgo la existencia de su propio Estado. Lo relevante del episodio es que evidencia que Israel no considera devolver ningún pedazo de la tierra palestina ocupada a los palestinos. Ocurrirá lo contrario, ya lo verán. Se impulsará la llegada de colonos fanáticos, para seguir arañando territorios y reduciendo lo que queda a nada, hasta dejar a Palestina en un remedo trágico del Estado Vaticano y sus 44 hectáreas de extensión, en el corazón de la histórica Roma.
Un relato periodístico ilustra el estado real de la situación. Hace dos décadas, Israel estaba en uno de sus tantos bombardeos sobre Gaza. Cerca de allí, una israelí miraba el bombardeo como quien ve las noticias sentado en un sofá. El periodista se le acercó y le preguntó si no le importaba ver cómo bombardeaban una ciudad indefensa. La israelí respondió: “No me importa. Son ellos o nosotros”. Y es así. O los palestinos o los israelíes. Se trata de escasos 28.000 kilómetros cuadrados para una población de 15 millones de habitantes donde cada año llegan centenares de colonos y nacen miles de palestinos. Para Israel la existencia de Palestina es la negación de Israel. A partir de allí se entenderá toda la política de Israel y EUA. A los palestinos les salva su número –son casi ocho millones– y el respaldo de países árabes que no permitirían su exterminio ni una nueva nakba masiva de palestinos. Esta realidad nos lleva al otro tema. Siendo una guerra de pueblos, Israel tiene imposible ganar una guerra contra Palestina. Insisto en que los israelitas podrán matar a decenas de miles de palestinos, destruir sus casas, sus ciudades y sumirles en la miseria más inmunda, pero no pueden exterminarlos tipo “solución final” como pretendió el nazismo con los judíos. Esta imposibilidad hace que la guerra contra Palestina sea una guerra perdida, total y completamente perdida. Seguirán sucediéndose ataques palestinos contra Israel a los que éste responderá con represalias, dramas humanos, carnicerías obscenas y así, hasta que el poder de EUA se reduzca tanto que ya no pueda sostener a Israel. Y cuando ese poder estadounidense se desvanezca, la terca realidad impondrá sus leyes. Son siete u ocho o nueve o diez millones de israelíes rodeados por 500 millones de árabes o, si se quiere, por mil millones de musulmanes. ¿Adivinan qué pasará?
Hasta el siglo XIX las guerras eran entre ejércitos. Se daban las batallas, pero, en lo general, los países seguían con su vida cotidiana. Durante las guerras napoleónicas, las últimas grandes guerras del antepasado siglo, peleaban unos ejércitos contra otros sin que nadie considerara que eran guerras de todos contra todos. A partir de la IGM hubo un cambio atroz. No se trataba ya de derrotar a los ejércitos enemigos, sino de destruir a los Estados enemigos. Así se empezaron a bombardear ciudades, aniquilar poblaciones, matar en masa a no combatientes, arrasar con todo… Le llamaron, eufemísticamente “guerra total”. La de Israel contra Palestina lo es. El problema es lo que viene después. De las ruinas y la sangre de Gaza saldrá una nueva y más numerosa generación de combatientes y otra y otra vez vuelta a empezar.
Israel está equivocado desde su fundación. No podrá derrotar nunca a Palestina considerando su escaso número de habitantes y lo lábil de sus alianzas, factores sumados a la dependencia de EUA. No ha querido Israel aprender nada de los reinos cruzados, a los que se parece tanto. Nada. El fanatismo y la ceguera del sionismo condena a Israel a seguir la misma suerte de los cruzados. “No hay nada oculto bajo el sol”, como dice el Eclesiastés, hoy llamado El libro del predicador.
Sé bien que las acciones del estado israelí no son respaldadas por toda la población del país, pero háganse el favor de releer la cita de Kundera y, de paso, alguno de sus libros.
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