Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
En las entrañas de lo inalcanzable e inaccesible, lo que uno sueña con poder saborear algún día, se encuentra la idea magistral y purpúrea en su propia belleza:
La meritocracia.
Creo en ella como fiel cristiana, creo tan pronto en ella como mi deseo de dinero me aterriza en la realidad diaria; O sea, al despertar cada mañana.
Ladridos de perro, vendedores ambulantes, paca y remate.
Vida diaria, vida con remordimientos.
Vida sin disfrutarla porque hay preocupación por comer y sobrevivir; Sin tiempo para disfrutar.
Sin oportunidad a admirar bellos paisajes, ni tener excursiones a mundos paralelos. Como único entretenimiento cuenta la aversión a la realidad.
A veces me pregunto si mi propia posición económica me la he ganado. Si será que me la merezco o si acaso, será que hay salida para este, mi actual estado.
Y claro, a los dirigentes que dicen representarnos a nosotros, los verdaderos actores sociales, les complace saber que las personas creen la mayor falacia del estado mexicano:
Merecer tu miseria porque no ‘le echas suficientes ganitas a la chamba’.
Si comes pan duro y tragas tortillas duras con frijolitos, entonces es porque tú mismo te lo has ganado.
Si te tronchas una pata y no puedes costear la visita a un médico, es porque no le echaste suficiente ganas.
No estudiaste bien el día que la maestra enseñó el tema de la raíz cuadrada. No estuviste atento a las clases ni de español ni de gramática. Saliste de la primaria y después, de la secundaria.
Entraste a preparatoria sabiendo nada y pasaste años con lástima. Así, sin saber nada. Ganándote medallas tal vez consigas laurel, pero no olivo que alimente. El esclavo que se cree libre, soy yo. Bajo el dominio de la cleptocracia.
Entonces, si ni mis padres ni yo tenemos trabajos decentes ni casa propia, me gustaría saber alguna forma de detener el milagro de la vida y el infortunio de la carencia. Si no tengo ni para mi Universidad, al menos debo de vigorizarme cada mañana ante mis santos patronos, rezarles incansable, pedirles, candorosa, que la voluntad inexorable de las clases poderosas no me perfore al primer suspiro.
Me creo, muchas de las veces, incapaz de cambiar mi realidad.
Porque creo en la educación y, por ende, también creo en la desigualdad. Creo, por supuesto, en la existencia de desventajas y potentes mártires.
Lo que más me preocupa es, al igual que muchos de mis compañeros y amigos, mi falta de consuelo, mi languidez de carácter y mi pobre talento.
Porque si mi talento está tan cercano al piso, al menos que se asemeje un poco al inframundo. Que aquél divino deseo, sea chamuco y mi escasez, una humillación romantizada.
Que mi pobreza y mi vida sean una trágica comedia mexicana.
El deseo de una mejor vida me consume.
En el día, trabajo y estudio. En la noche, me pregunto si será suficiente con lo que hago para, algún día, tener mi propio cuarto.
Mi desespero y última esperanza claman que confíe en mí. Caigo embelesada ante la idea de, algún día, tener mi propia riqueza.
De tener más, de querer más, de lograr más y hasta que no muera, descansar en paz.
En cambio, cuando llega el día, la realidad que emana tristezas hasta lo inimaginable, me aterriza.
Es la misma realidad en la que vivo, en la que me desarrollo cada día. Esa cruel realidad que me dice pecadora por desear bienes materiales, malhechora por desespero y manchada en el vicio del dinero por anhelar una vida mejor.
Ese sentimiento de desesperación cuando te has dado cuenta de la posición en la que te encuentras y la competencia que tienes.
La repetición diaria de actividades que frustran es fruto de la mediocridad obligada. Porque claro, un peón que llega cansado del trabajo de todo un día, toda una semana, toda una vida, no tiene ganas de sentarse a leer a Cicerón a Séneca, a Platón ni a Góngora.
Él, como mi padre, desea quitarse las botas apestosas, darse un baño que lo aleje momentáneamente de su vida.
Él, como muchos padres, está desesperado por darle una mejor vida a sus hijos. Pero, ¿cómo le hace?
Si abortar a los niños cuando ya son dieciséis años más grandes y peludos, no es una opción; Entonces, ¿qué lo es?
Él confía en mí y yo no puedo permitirme la soltura de confiarle todo a mis santos y a mis santas.
No puedo darme el lujo de adoptar vicios, de comprar gustos.
Si me quitan el hambre, son buenos. Si me hacen adicta, son justos. Si me matan, son profetas adelantados.
He llegado a la triste conclusión que únicamente puedo aspirar a ser algo mejor cada día.
Pues es peor hacer nada y quejarse, ensimismada y abstraída del esfuerzo. Mejor morir de cansancio que fenecer sin
Empero, confío por vez última en mí misma.
No sin antes hacer un milagro por mí misma. Un sacrificio por obtener un lustre futuro; uno que es incierto y que, al menos hasta ahora, no tengo forma de saber si me favorecerá.
Última complacencia sería sentarme, después de un día largo de trabajo, a ver por la televisión que un actor varonil y guapo, romantiza mi vida:
Canta versos y habla achatado, dice ser del pueblo, cuando fuera de la pantalla, vive en San Ángel.
La impotencia de no lograr un éxito que me saque de donde estoy: Un cuarto deshecho y una cama dolorosamente punzante.
Por fin resuelvo:
Si ni esfuerzo ni inteligencia es menester para lograr una posición avanzadísima en este juego del poder mañoso, entonces tal vez desear una vida contraria a lo inestable, del otro lado de lo inquebrantable. Una ambición que contenta.
Nunca bastará con “echarle ganas”. La respuesta está en los camiones de Indios Verdes y Pantitlán: millones de personas yendo a trabajar diariamente buscando una mejor vida.
Esclavizándose y entregándose, fieles y creyentes, a la falacia de la inexistente meritocracia.
No basta jamás con ser el mejor, no basta ya con saber hacer tu trabajo y “ganarte” el puesto. No alcanza.
Siempre hay que ir por más si uno desea
Con incrédula esperanza.
Deseo, como todos en este mundo, abundancia.
Y deseo, también, mesura.
Entonces, ¿sería rica si mi salario mínimo me pudiera alcanzar para algo más que la canasta básica?
Tal vez sea mejor dejar de apuntar mis amorfos apuntes y apurarme para irme a trabajar.
Los genios del mercado que, piadosos, me tomaron y me dieron motivo para vivir. Ellos, quienes me dieron motivo, causa y trabajo, ellos sí que se merecen la plusvalía de lo que hago.
Aquello, me dice que deje todo de lado y corra a la pradera. Que siga mi sueño y me haga desatenta: Una ermitaña loca pero feliz a su manera.
Ello me lanza discursos tejiéndome.
Dice que obedezca impulso y deseo tacaño.
Súbita y diariamente, pide a súplicas que prostituya el pensamiento a mejor
Entonces, vivimos sumergidos en este abismo; en una realidad que no se arregla, pensando en una utopía que no existe.
Si no ponemos en su lugar a los grandes oligarcas y su influencia colosal en la economía mexicana, reglamentando
Una serie de desestabilizaciones que atenten contra la democracia y nos orillen a un modelo autoritario.
Pecado negando entre trincheras que eligen sensibilidad antes que riqueza
Echarle ganas alcanza, pero sólo si deseas algo proporcional.
Alcanza para deudas inagotables, problemas ineludibles y torturas que yacen en el diario paso del tiempo.
Alcanza para promediar la comida y pasar, de vez en cuando, hambres desgarradoras de entrañas. Me duelen los pies, me duelen las tripas de tanto aguantar el hambre. Quiero descansar hasta agotarme y dormir para purificarme.
Por Axel Álvarez Barrientos
Del despertar erótico a la búsqueda de identidad
Por Alejandro Sánchez Campo
¿Es amor o es sólo dopamina?
Por María Fernanda Sánchez Badillo Si cuidamos a la naturaleza, nos cuidamos a nosotrxs mismxs
Por Nasya Michelle García García
Cuidarse, entenderse, desaprenderse y reencontrarse
Por Yuriko Alondra Márquez Chávez
Entrega, subordinación y descolonización del amor romántico
Por Kiram Alejandro Castro Campos
Masculinidad, heterosexualidad y machismo en las estudiantinas