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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Carlos Jiménez / Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan
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Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Soy Ana y me gusta escribir. Amo con mi alma los libros y deseo poder publicar formalmente algún día, cuando sea posible expresarme con libertad y soltura.

Donde el silencio habla

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

¿Qué sonido tiene el olvido?

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Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Después de andar por tanto tiempo sin rumbo y por negros caminos, al fin puedo escuchar claramente al silencio que me hablababa en susurros, pues ahora se oye en gruesos ecos. Ahora sé que el silencio de mi vida es la mejor música.

Escucha al silencio, ¡escúchalo!

Las aguas de esta cueva que yo llamo cráneo, a veces se ven turbulentas y solamente logro apaciguarlas cuando me adentro en ellas, en el silencio que se presta a una voz seca, muda y áspera. Entrégate al silencio.

Matías “El mimo” Solorio, Clínica de salud mental “El Silencio”. Invierno, 2002.

“¡Se están madreando a Don Ulises!”. Escuché a un niño que andaba grite y grite en la vecindad donde nosotros vivíamos. 

Cuando bajé, mi papá tenía los ojos muy abiertos y húmedos, estaba temblando, no sé si de frío o de miedo, pero cuando le vi la punzada sangrante y el cuchillo a su lado, me miró como nunca lo había hecho y tanto él como yo supimos que se iba.

Un día antes de su fallecimiento mi papá se acercó y me besó. Mi papá siempre nos besaba a mí y a mi mamá para luego despedirse con la mano mientras caminaba hacia su trabajo en el bar. Yo me acuerdo que trabajaba mucho.

Salí igualito a él, casi siempre trato de cantar hacia el norte. Pues aunque casi todos los locos gritan o miran hacia el sur o el oeste, a mi me da por cantarle al norte; pero mi médico psiquiatra, a pesar de todo, me dice que cada día que pasa estoy un poquito mejor. En fin, yo era bien raro, fíjate. Todos dejaron de decirme Matías porque, para empezar, me daba miedo hablarle a las personas. Mi voz no me gustaba, y empecé a guardármela. Por eso los de la veci me pusieron “El mimo” cuando se dieron cuenta de que, aunque era muy callado, les rompía su madre si mencionaban a mi papá.

Me gustaba cómo al cantar, mi voz no era igual a cuando hablaba. Como que mi voz venía desde afuera de mi cuerpo, ¿me entiendes? Casi intacta por la pena.

Mi padre murió cuando yo todavía no cumplía ni los cinco años. Él era muy alto y fornido. Él era un mariachi, pero lo que tenía de bueno, lo tenía de pedernal. Ese día nos lo picaron porque andaba de cabrón con una del cabaré y el esposo de la muchacha los agarró en la movida.

Cuando él se fue, en lugar de irme a los novenarios me subía a la azotea para cantarle a las estrellas.Y yo me quedaba las horas allá arriba, así descubrí que lo mío era cantar. A partir de ahí todos los cuates me veían de arriba para abajo en las micros, ¡ah! porque has de saber que en ese entonces nadie se ponía al brinco como ahora ¿eh?. Total, ¡yo estaba que me moría de pena!, pero algo teníamos que comer, ¿verdad? Era tragarme la pena o no tragar.

Cantar, por un lado, me hacía ligero de corazón aunque me reventara de viva. El chemo, por otra parte, me distraía de todos los problemas en mi casa, del hambre que sentía, de la suciedad tan penetrante, de la timidez que me daba andar por ahí sin padre y sin suerte. Posiblemente pensé que podía mantener el control, pero todo me absorbió.

Yo, al estar solo, estaba siempre triste, acababa el día con los ojos hinchadotes, hinchadotes y después de mucho gritar al viento “¡¿dónde estás?!”,  un día me quedé sin voz. Quedé ronco y tenía la garganta muy raspada; sentí mucho dolor cuando no pude cantar. Si no podía cantar, me quedaba sin nada, ¡¿qué iba a hacer?!.Quería ahorcarme de la desesperacion.

En mi mente, algo sombrío se presentó ofreciendo una solución: El precio por lo que quieres es la muerte en vida, me dijo. En ese momento como que no entendí muy bien lo que me quiso decir, pero yo acepté. Y desde ahí me amarré y muy ingratamente, lo olvidé. Por mucho tiempo no pude creer lo que se me había hecho presente y opté por negar esa ocasión. 

Al día siguiente de esa aparición, andaba trepado, como de costumbre, en los camiones y al final de la ruta bajé del pesero. Caminé por un rato cuando un joven alto, güero y con presencia me abordó y me ofreció su mano para estrecharla. Nos presentamos y me habló de un sello, de dinero y de harto chupe. Ya saqué boleto, me dije; Poco tiempo después ya andaba subido en una tarima que con este trío, que con la sonora de acá, que con tal chamaca ¡y hasta me cambiaron el apodo a “Máximo”!. Matías Solorio había muerto, pero “Máximo Callado” nació al son de mi nombre.

Por aquel entonces todavía era un joven más o menos sano, aunque más enfermo que sano, pero todavía conservaba el garbo. Además, ya no le hacía al resistol, porque eso era para pobres; yo ya tenía que para el piquete, que para mi alcoholito, ¿verdad?. Muchas lunas pasaron cuando, después de una grabación, el silencio que quise mantener en los días tristes comenzó a hablarme después de tantos años; primero muy quedito y luego gritándome. 

Escúchame bien, dijo y me tambalee junto al armario. Traté de sostenerme en pie, pero sólo tomé la manija del clóset. Abrí la puerta de un tirón y el espejo me recibió al caer de bruces. Mi propia voz estaba, con cada palabra, acercándose a un saco de piel raquítico diciendo: ¿Qué va a ser de ti sin mi?, ¿quién más podría escucharte cantar tus idioteces por horas?, ¿quién chingados te va a soportar como yo?, alargué la mirada hacia el frente e intenté mirar mi reflejo, pero no estaba, yo no existía. No veía nada, no había imagen al otro lado. El pánico empezaba a apretar mi garganta y sentía los ojos a punto de explotar; la recámara estaba a oscuras y el frío comenzó a tomar posesión de mi cuerpo.

A pesar de no verme en el espejo, una voz parecida a la mía continuaba con el escarmiento: ¿Crees que alguien va a querer escuchar a cualquier viejo estreñido de la música mexicana?, ¿tú crees que cualquier rancio jijodelafregada me va a callar?. Mi respuesta fueron los escalofríos, mi corazón se encogió, me latía como nunca, podía sentir como golpeaba contra mi pecho. El cuarto quería ahogarme, aplastarme mientras se hacía más chico. Y mi propio latido viajaba por la tráquea, asfixiándome.

Me levanté para salir a la calle, pero mis rodillas se doblaron apenas bajé de la cama. Otra vez mi voz me gritaba: ¡Cuando los demás desaparezcan yo seguiré estando contigo!, ¡yo me doy cuenta de quién eres!, cuando te quedes solo y con los huevos al aire seré yo quien estará a tu lado y te ayudará y no quienes piensan que son tus amigos, no los viejos añejos en sus sillas que se creen emperadores, pudriéndose en sus recuerdos y en su dinero. Mi “otro yo” empezó a enlistar a todos mis amigos de ese entonces, yo pienso que él debió haber percibido mi miedo de la muerte, porque mencionó que la mayoría de ellos eran vagos sin quehacer ya muertos o medio muertos, con el vocablo de la peste escurriéndose de los labios.

Y entonces, mi sombra (o lo que yo considero que fue mi sombra), me tocó el rostro, quemándome con su mano y, como si hubiera revivido dentro mío una parte que creía muerta, regresó a mi lo que el rostro descompuesto y paternal me decía entre sueños: “deberías ser cantante, tienes una voz hermosa, podrías ganar el favor de muchos. Eres una delicadeza” mientras lamía con obsesión perversa mi rostro infantil.

Supongo que mi martirizada jeta se debió descomponer, porque al menos yo sentí que se torcía en movimientos espasmódicos de puro horror.

Sentí mis ojos inyectados de una dosis letal de odio que miraban, al otro lado del espejo, a unos ojos sumisos, inyectados con dosis letales de opio.

Yo ya estaba del otro lado, ya podía verlo, pero ese que veía ya no era mi reflejo, pues yo era distinto. Ese que vi, era Matías, y yo era Máximo.

Después del episodio, solo tuve energía para vomitar; vomité por todos lados. Me enfermé de puro llanto.

A fin de cuentas, lo único que hice fue poner su propia sombra frente a él. Le di una oportunidad y a la hora de la verdad, todo estuvo escrito.

Dr. Narváez, Clínica de salud mental “El Silencio”. primavera, 2003.

Y, ¿el silencio le sigue hablando?, acabé por preguntarle. No, ya no lo escucho, me dijo, pero no puedo negar que cuando canto, en lugar de la melodía, me dirige el silencio. El paciente me indica con entusiasmo que es mucho mejor saber escuchar y atender el Silencio que enfocarse en el sonido. Al cabo, el silencio no necesita medio de propagación, me dice.

Muy a menudo, tanto él como yo optamos por callarnos después de soltar frases interesantes de descifrar. Nos callamos porque muchas veces es mejor provocar la melodía del mutismo para dar cabida al entendimiento, o al menos eso es lo que él dice a veces. Y luego de un rato continúa: Si lo escucharas caerías a sus pies como un pájaro rendido, ¡si le pusieras atención entenderías un montón de cosas que ahora no comprendes!. ¿Como por ejemplo qué?, le dije disimulando mi interés. Me entenderías a mi y me dejarías ir de aquí. ¿Y eso a que se debe, Señor Solorio?, cuénteme, ¿a qué se debe su ingreso aquí?. A que estoy confundido, me dice; y la confusión me dura desde hace mucho, agrega. ¡Pero si todos estamos confundidos en algún punto de nuestras vidas!, lo consuelo; a ti solamente te ha durado un poquito más.Y él sonríe, pero sus ojos continúan muy tristes, como si miraran algo más lejano que mi presencia.

Yo pienso que a veces es mejor descender a las catacumbas de la ciudad y rezar en silencio al Silencio mientras nadie te mira, me dice. Y yo presiento que Máximo y yo seguro que seremos compañeros de cuarto el próximo invierno.

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