Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Finalmente es la una de la tarde, las voces se empiezan a escuchar en los pasillos de Acatlán, las risas no se hacen esperar, tampoco las quejas, porque la clase ya ha durado mucho.
El mundo frío y descolorido del estricto silencio de la educación se desvanece y es rodeado de colores cálidos que te hacen olvidar el hecho de que llovió hace pocos segundos.
Es justo en ese momento que pasos presurosos corren desde los edificios más lejanos de la facultad a un pequeño pasadizo, ¿qué tal y como en los cuentos de hadas, dirigen a un lugar mágico? En este caso, a las canchas de la facultad.
Justo ahí, frente a la cancha de fútbol rápido y al lado de las mesas y sillas de plástico, se encuentra un árbol ya viejo que se mantiene erguido con la decencia de un señor feudal, esperando la llegada del servicio real. Es en este lugar donde el equipo de atletismo se reúne a la una en punto; así como los zanates protegen el nido, los atletas platican en espera de las llaves que abren a la pista de tierra roja.
No hay nada extraordinario en apariencia, jóvenes de diversas carreras que corren por sus propios fines y motivos pero que al final se complementan en un solo espíritu.
A mí no me gusta correr, odio el calor y el sol naranja que sale a ver el entrenamiento cuando las nubes por fin se alejan. Pero es diferente cuando lo haces en equipo.
Nunca antes me ha gustado el deporte, prefería encerrarme en mi cuarto a hacer tarea que ir a correr con mis amigos de la escuela. Por esto mismo jamás pude sentirme unida a una comunidad. Hasta que los conocí: escondidos entre el longevo árbol y la pequeña entrada a la pista de tierra roja, se encuentra un pequeño grupo de personas, no es una multitud ruidosa como los de americano, tampoco callados como los que llevan raqueta. Son un grupo pequeño que está lleno de historias y anécdotas.
Zanates que esperan emprender el vuelo en parvada.
Pero cuando abren la pista se convierten en atletas, el mundo incluso cambia de color y resplandece en un radiante dorado.
Ya no es sólo una pista de tierra roja, ni un pequeño vestidor en el que se guardan las mochilas, es un patio lleno de posibilidades que explorar, un búnker al cual pertenecer.
No veía nada especial al correr, ahora veo estrellas. Estrellas que adornan sus piernas e iluminan un rastro al caminar, como si entraran a otra dimensión; llueva, truene o salga el sol, el rastro se queda ahí.
Y quien diga lo contrario es que nunca los ha visto correr.
Ya sea en el pequeño cuadro de pasto o en el parque frente a la facultad, la naturaleza los espera con los brazos abiertos, como una vieja amiga que los acompaña en cada uno de sus viajes por el mundo.
El equipo de atletismo en Acatlán tiene alas para avanzar ante los vientos más fuertes, y piernas para correr a través de mundos que nadie conoce más que ellos.
Trotan sus inseguridades, corren de sus miedos, saltan su ansiedad y lanzan sus tristezas.
Y a cada paso, vuelan más.
Como los aviones que pasan sobre la pista en la tarde, como los zanates que observan desde las ramas al lado de las canchas.
Todos tienen razones para correr, pero el sentimiento por estar juntos los une cada día más.
Paso a paso, ritmo a ritmo te impulsa a seguir avanzando, para sentirte más ligero y pasar la barrera del espacio-tiempo, para llenarte de fuerza, para sentir cada respiración y momento que pasas corriendo. Esto mismo me ha dado uno de los sentimientos más bonitos, saber que alguien está esperándome.
Aunque seas el primero o el último, nunca estás solo. Corres codo a codo, trotan uno tras de otro, aunque pueda parecer un deporte individualista, nadie nunca se queda atrás, todos esperan y nunca se irán sin ti.
El vuelo de los zanates es una actividad en la que no muchos están interesados, pero cuando los miras detenidamente encuentras una familia reunida.
Desde los entrenadores, hasta los que recién se integran al grupo, siempre habrá alguien a quien saludar, con quien hablar o trotar.
Los zanates de Acatlán se aferran a ganar, incluso si deben dejar sus piernas en la pista para que al día siguiente apenas y puedan andar.
Odiaba correr, odiaba sentir que mis piernas se van a caer, pero cuando pienso en todo lo que me hace seguir se convierte en mi inspiración, seguir su paso, no perder sus espaldas, superar la ansiedad y concentrarme totalmente en mi respiración; es encontrarse a uno mismo mientras se vuela.
El vuelo de los zanates seguirá subiendo en parvada detrás de aquel longevo árbol, y el mundo debe estar preparado, porque conociéndolos, trotarán mundos, volarán cielos, saltarán montañas y lanzarán estrellas hasta quedar satisfechos.
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