Los vocablos bazar y tianguis son utilizados en México para denominar al intercambio de mercancías realizado en un lugar público – tal como una calle, una plaza o un parque – por integrantes de una comunidad determinada; el primero tiene su origen en el árabe, mientras el segundo proviene del náhuatl. No obstante, el nacimiento de estos espacios se remonta a los primeros asentamientos urbanos hace más de 7 mil años, tal como lo demuestran las evidencias arqueológicas; los yacimientos de Catal Hüyuk en Turquía y Mohenjo Daro en Pakistán, son claros ejemplos de lo anterior.

En México, la tradición de los llamados “tianguis” data de la época prehispánica, siendo el ejemplo más destacado el mercado de Tlatelolco, descrito con asombro por Bernal Díaz del Castillo en su relato de la conquista. De las páginas escritas por el conquistador, se puede desprender la importancia de este bazar como articulador de la vida social en la antigua Tenochtitlan. A lo largo de los últimos 500 años los tianguis se han consolidado no sólo como un espacio para la compra-venta de mercancías diversas, sino como un punto de encuentro para las comunidades con el fin de intercambiar experiencias, ideas y preocupaciones. Esto ocurre tanto en los pueblos más recónditos del país como en las distintas colonias de las grandes urbes.

Además de su importancia para el fortalecimiento del tejido social, los bazares contribuyen al fortalecimiento de las economías locales. En este sentido, Paul Krugman plantea en su obra Fundamentos de Economía la necesidad de impulsar las actividades económicas por medio de los pequeños negocios, lo cual constituye una alternativa al dogma neoliberal que afirma que las grandes empresas son las que generan el desarrollo económico. Por otra parte, a finales de los años 70, el economista Mohammed Yunus vio en la actividad de los artesanos que acudían a vender sus productos a los bazares locales una forma de impulsar la actividad económica en Bangladesh, por lo cual inventó el “Microcrédito”, es decir, un mecanismo para el préstamo de pequeñas sumas de capital para que las personas pudiesen contar con su propio negocio en estos espacios. Tal innovación le valió el otorgamiento del premio Nobel de Economía a su inventor.

En la UNAM y particularmente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, los bazares consolidaron sus actividades durante los primeros meses en los que se retomaron las actividades presenciales después de la pandemia de la Covid-19. Inicialmente se trataba de espacios para la compra-venta de ropa de segunda mano, a partir de lo cual, la oferta de los tianguis se fue enriqueciendo con puestos de comida, artículos de belleza y papelería.

Con respecto a la venta de ropa de segunda mano, es pertinente señalar dos ventajas de esta actividad: por una parte, la comunidad estudiantil tiene la posibilidad de hacerse de un bonito guardarropa a un precio bastante accesible. Por otra parte, la reutilización de la ropa permite reducir el uso de recursos naturales necesarios para la fabricación de productos nuevos, lo cual al final es benéfico para el planeta, en un momento en el que el estilo de vida de las sociedades modernas ha vuelto insostenible la situación del medio ambiente.

La actividad de los bazares en las distintas escuelas de la UNAM permite el fortalecimiento de lazos de solidaridad entre la comunidad al fomentar la interacción entre estudiantes por medio del intercambio de mercancías. Esto último resulta importante para el alumnado, debido a que contribuye a la superación de problemáticas como el estrés, depresión o ansiedad provocadas por el aislamiento derivado de las medidas adoptadas para contrarrestar los efectos de la pandemia Covid-19 en el país entre 2020 y 2022.

El bazar universitario genera beneficios importantes también para quienes participan vendiendo mercancías; cabe recordar que un porcentaje considerable de la comunidad estudiantil proviene de familias con ingresos bajos, a lo cual se suman los problemas generados por los efectos económicos derivados de la suspensión de las actividades comerciales desde 2020. Por esta razón, los estudiantes cuentan con la posibilidad de obtener los recursos necesarios para dar continuidad a sus estudios mediante la venta de artículos en estos espacios. Por esta razón, el consumo de artículos en el tianguis universitario se convierte en un acto de solidaridad con este segmento del alumnado.

La existencia de los bazares en las distintas escuelas de la UNAM no está exenta de problemas inherentes a su propia actividad. Sin embargo, es necesaria la comunicación para que las autoridades de cada plantel cooperen con la comunidad estudiantil para que se pueda dar lugar y continuidad a esta actividad y sin llegar a la agresión o la represión contra quienes participan en estos espacios. El beneficio de proceder de esta forma consistirá en la normalización de la vida universitaria y la reducción de los conflictos en las facultades.