Facultad de Medicina
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Curiosidad, necesidad o simplemente escape; sin importar el detonante la perturbación es la misma. Es inevitable, los cambios funcionales en el cerebro se presentan tan intensos como cualquier enfermedad, apartando el autocontrol y la salud misma.
El placer es sin duda alguna una de las principales motivaciones del ser humano, es algo que guía nuestras actividades diarias. El ánimo impulsa la vida misma, el placer puede ser desde alegría y libertad hasta llegar a ser peligroso, una delgada línea los divide.
Las drogas, el tabaco e inclusive el alcohol se presentan como tentación debido a las oleadas de euforia que pueden provocar e inclusive algunos pueden lograr un efecto de relajación. ¿No es eso lo que buscamos al final? Un descanso de la fatídica realidad, de nosotros mismos quizá. Al principio puede parecer la solución a este problema, pero el efecto es efímero y cuando el hechizo se desvanece solo aumenta la ansiedad y la dura caída es peor que permanecer en la tierra. “El cerebro pierde la capacidad de sentir placer por las recompensas naturales, pues se acostumbra rápidamente a las dosis masivas” de dopamina que se producen al consumir una droga, y lo hace reduciendo su producción natural, o bien disminuyendo la cantidad de receptores que captan la señal de este neurotransmisor. Así, cuando falta la droga el cerebro ya no cuenta con dopamina suficiente y la persona deja de disfrutar cosas naturalmente placenteras, lo que conduce a la apatía y a la depresión. “Cuando el cerebro comienza a adaptarse a altos niveles de dopamina, el individuo tiene que usar más y más droga para obtener el mismo efecto”, añade Rubén Baler.
Inclusive se puede presentar la tentación por terceros; la teoría del aprendizaje social de Bandura (1977) recalca la influencia negativa de los compañeros y de los adultos significativos que actúan como modelos consumidores. Un factor más que puede ser decisivo para el consumo de alguna droga.
La adicción no tarda en llegar, el autocontrol se pierde y parece que el camino de retorno se desvanece.
Las drogas interfieren en nuestras neuronas, algunas como la marihuana pueden activarlas debido a su estructura química similar a la de un neurotransmisor natural, aunque al ser similar a un producto de baja calidad es claro que el comportamiento no es igual y se provoca el envío de mensajes anormales, afectando así la comunicación neuronal correcta.
Pero, ¿cómo es que podemos ser presa de estos placebos? En su mayor parte afecta a los ganglios basales, aquellos responsables de algunos efectos placenteros y que al verse alterado nos produce mayor euforia, aunque con el tiempo la sensibilidad se pierde y ahora todo aquello que nos provocaba placer no volverá a conseguirlo tan fácilmente y es entonces volvemos a recurrir a las drogas para sentir un ápice de emoción.
Si bien estas son consecuencias a nivel neuronal, el daño físico no es para dejar a un lado. Por un lado el tabaco puede provocar cáncer, por otro las drogas producen sobredosis y la posterior muerte. Llegados a este punto no podemos olvidar el impacto social que se tiene por ejemplo el daño infligido a nuestros más cercanos e inclusive convertirse en un riesgo para otros.
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