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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Crédito: Marlen González Arzate / Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Erika Marlenne Velasco Godínez

Facultad de Filosofía y Letras

Estudiante egresada de la carrera de Letras Hispánicas, adepta a la literatura escrita por mujeres, me gusta la pintura impresionista y la música.

De los medicamentos psiquiátricos al CBD

Número 11 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2023

¿Por qué nadie nos habla de los peligros de la farmacodependencia?

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Erika Marlenne Velasco Godínez

Facultad de Filosofía y Letras

La primera vez que me diagnosticaron ansiedad, inmediatamente pensé: “necesito algo que me quite todo esto que siento”. Fue así como terminé yendo a psiquiatría y, de los primeros medicamentos con los que tuve contacto, fueron las benzodiacepinas.

No era la primera vez que escuchaba ese grupo de medicamentos, ya que mi abuela siempre había sufrido de insomnio, fuera por sus enfermedades crónico-degenerativas, su edad o algunas cuestiones de salud mental que agudizaban su insomnio. Debido a esto, siempre veía en su mesa alguna pastilla para dormir, primero fueron las benzodiazepinas, desde clonazepam, diazepam, alprazolam; luego medicamentos de uso exclusivamente hipnótico como conductor del sueño, como triazolam.

Desde joven vi cómo mi abuela, debido a una mala gestión de manejo de medicamentos por parte del sector de salud público, tenía frecuentemente problemas para dormir y cada vez necesitaba más y más dosis para poder conciliar el sueño o mantenerse tranquila, así que sabía que podían ser altamente adictivos si no se manejan con el cuidado necesario.

Cuando me mandaron mis primeros medicamentos, en lo que hacía efecto el antidepresivo, mi primer ansiolítico fue clonazepam. Recuerdo que me adormecía todos los síntomas de la ansiedad y los ataques de pánico y podía salir de casa a hacer mis actividades, pero por otro lado me dejaba en un modo zombie, por lo que esas semanas se volvieron una nube de confusión: me sentía presente en la escuela o de camino a mi casa, pero no me sentía consciente, todo lo hacía en modo automático y realmente no recuerdo esas semanas con mucha claridad hasta que el antidepresivo comenzó a hacer efecto y me fueron retirando el clonazepam.

La segunda vez que tuve contacto de nuevo con el clonazepam sucedió años después, cuando tuve una recaída en la que mi ansiedad regresó y reingresé a terapia psiquiátrica. Volvieron a mandarme clonazepam y esta vez no funcionó de la misma manera que la vez pasada. Debido a que ya tenía experiencia con esos medicamentos, el efecto fue más ligero y la dosis necesitó ser más alta, aunque el tratamiento duró solo un par de semanas y ya no lo volví a usar, solo en casos de emergencia cuando tenía ataques de pánico, ya que era lo único que me calmaba.

Cuando se habla de drogas, el primer pensamiento que viene del imaginario colectivo implica a las drogas ilegales, ya sean aquellas naturales (como la marihuana, los hongos, etc.), o las sintéticas (la cocaína, el LSD, por mencionar algunas). Se les sataniza y se les atribuyen los efectos más nocivos y adictivos, que destruyen y que pueden llevar a la adicción, se les representa como decadentes y no funcionales a las personas que llegan a usarlas, se cuestiona el porqué de quienes las consumen y se forma una idea de que pueden llevarte a un vórtice negativo si no las dejas de usar. Pero la realidad es que las drogas forman parte de nuestra vida cotidiana, podemos conocer a alguien que consume algún tipo de droga o inclusive nosotros hemos llegado a consumirlas.

A mí me inculcaron una idea negativa de las drogas: no las consumas, son adictivas, si las pruebas una vez puedes ya consumirlas con frecuencia, cuidado con quien te juntas, etc.

Inclusive los anuncios televisivos que constantemente se repiten hablan de la toxicidad de las drogas, especialmente ahora se etiqueta y revictimiza quien tiene un consumo regular de ellas, en lugar de la prevención efectiva y políticas que permitan que las personas que tienen una adicción puedan ser tratados con respeto y empatía para darles herramientas para superar su adicción. 

Durante años, la idea de la curiosidad de probar la marihuana llegó a coquetear en mi mente, ya que veía que gran parte de mi círculo social la ha consumido en algún punto, pero no me atreví debido al miedo del efecto: “¿Y si cuando la consuma me da un malviaje o no me cae bien y puede causarme ansiedad?”, pensaba constantemente.

Mi propio acercamiento al consumo de drogas volvió a mí debido al detonante de la ansiedad y especialmente de vivir con insomnio, siempre pensaba que quería dejar de sentir y volver a dormir como antes, por lo que por primera vez me tocó experimentar con las pastillas para dormir. Debido a la experiencia que observé en mi abuela, mi miedo era que creara resistencia y dependencia y necesitara más y más y más dosis y simplemente me asustaba que necesitara medicamentos más y más fuertes para controlar los síntomas de la ansiedad.

Mi momento clave llegó de la forma menos esperada; en busca de otro tratamiento complementario al de las pastillas y de todos los efectos secundarios que conllevan, probé por primera vez el CBD, para mí era un punto intermedio, pues no mantenía el efecto psicotrópico de la marihuana (del THC), pero me permitía tener esa calma que tanto había buscado.

En mi no tan reciente uso de CBD, me ha tocado lidiar con el prejuicio médico de que proviene de la marihuana, pero especialmente, que como los estudios sobre sus efectos todavía no están documentados a fondo, cada persona necesita una dosis diferente y no se universaliza como me ha pasado con las benzodiazepinas que me han recetado. Los doctores, especialmente los psiquiatras, siempre me recomiendan suspender su uso debido al poco estudio que se le ha hecho, aunque sus beneficios han sido, para mí, muchísimo mayores.

En mi caso, he visto que la farmacodependencia se ha vuelto cada vez más común y el consumo de medicamentos psiquiátricos ha ido en aumento, estas drogas “legales” están a nuestro alcance con más facilidad de lo que creemos y, desde este punto de vista médico, pareciera que vivir sin drogas es imposible. 

Se habla de los riesgos de las drogas, de la estigmatización, el prejuicio y la desinformación, pero no se comparte que alternativas hay tantas como consumidores, y que los efectos de las drogas dependen mucho de su tipo y función. Hay razones legítimas para consumir, pero el consumo conlleva responsabilidad, sobre todo de aquellas drogas que son vistas como comunes en nuestra sociedad, como los psiquiátricos, que también pueden convertirse en adicción.

 

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