En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Crédito: Amina Reynaga / Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra
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Amina Reynaga Luque

Escuela Nacional Ciencias de la Tierra

Tengo 17 años y me fascina el deporte, los libros, la pintura y la escritura. Actualmente hago gimnasia rítmica y soy campeona de la ciudad, además disfruto mucho escribir ensayos cortos y poesía poco convencional como parte de mi estadía en el tedio de la vida; pocas veces comparto públicamente lo que escribo, pero considero que esta ocasión lo ameritaba. Alzaré la voz en nombre de mis hermanas que fueron silenciadas, en nombre de todas nosotras, mujeres. ¡Lo vamos a tirar!

Soy culpable...soy adicta

Número 11 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2023

Una adolescente confiesa su ciberadicción a las redes sociales

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Amina Reynaga Luque

Escuela Nacional Ciencias de la Tierra

Soy adicta…lo confieso. Soy adicta a levantarme cada día, agarrar ávidamente mi celular, entrar a cualquier red social y empezar a procrastinar.

Soy culpable y lo confieso, soy como cualquier otro adolescente que encuentra refugio en un click, que ve videos cortos para reír y que se cree la farsa de vivir bajo un filtro de la red social. Así es, soy una adolescente que cree que todo es como en la pantalla, bajo el flashazo de luz, que cree ciegamente que lo que es, no está bien. 

Escribo esto sabiendo que las redes sociales toman poder a través del uso de la gente y, por tanto, buscan mantenerse frente a nuestros ojos para no desaparecer. Escribo esto sabiendo que las redes sociales enmascaran lo que la gente realmente es; lo escribo porque así remarco el poder que tienen sobre nosotros.

Llegaron para conectar, terminaron por desconectar. La realidad que nos absorbe terminó siendo otra, una más pesada; esa ya no es realidad pero la aceptamos como tal porque estamos carentes de un ideal. Aceptamos lo que nos da porque de repente no pudimos más, no nos bastó con vivenciar lo tangible, lo sensible. Y en ese gran ventanal se divisó la oportunidad de encontrar otra realidad, de conectar con otros más allá, para poder demostrar que somos algo más.

No los culpo, yo también me he destrozado y me hecho mil pedazos ahogados al sostener esa pantalla en la palma de mi mano. No los culpo porque soy igual que otros, y, a la vez, soy tan distinta: soy una más de aquellos que, “no son alguien más entre los demás”, y eso está genial, hasta que en mi ingesta de likes, me da por desear otras vidas. No los culpo porque yo lo he vivido y también he sufrido, y por eso hoy escribo, porque estuve ahí y sé que muchos lo pasan igual.

Dicen que el primer paso es aceptarlo aunque cueste demasiado. Lo triste es que no planeo cambiarlo por un tiempo; porque esa pantalla en la palma de la mano pasó de ser un accesorio a convertirse en una necesidad cotidiana. Al alcance de un click, un solo dispositivo nos brinda inestabilidad conductual, nos hace depender de la serotonina momentánea.

Lo que esta generación arraiga diariamente es un círculo vicioso y adictivo. Por más fuerte que suene la palabra, finalmente es una adicción y hago este escrito reconociendo lo difícil que es dejar atrás esa constante rutina que pasó a ser parte de nuestras vidas, y, reconociendo también lo difícil que será dejar atrás este vicio de interconexión, comparación, luz y oscuridad fluctuantes.

Desde mi punto de vista, las redes sociales son complicadas porque contienen información global de seres cambiantes, y, al mismo tiempo, brindan funciones tan prácticas y sencillas que provocan que un ser humano haga a un lado todos sus problemas. 

Soy culpable de llamarme dependiente, de ser adolescente y evadir mi realidad con el efecto placebo de la virtualidad, y, aún más culpable soy de reconocer a todos mis iguales como eso, iguales. Hoy lo confieso.

 

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