ISSN : 2992-7099

COMPARTIR EN REDES

Revista Tlatelolco, PUEDJS, UNAM
Vol. 1. Núm. 1, julio-diciembre 2022

Hacia una cultura política democrática para la transformación social en México

Towards a democratic political culture for social transformation in Mexico

Miguel Ángel Ramírez Zaragoza

RECIBIDO: 25 de julio de 2021 | APROBADO: 16 de febrero de 2022

DOI-0

* Investigador Titular “A” T.C., del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde coordina el Área de Investigación y Seguimiento de Procesos Democráticos. Politólogo por la FCPyS-UNAM donde es profesor impartiendo materias como Sociología de la acción colectiva y los movimientos sociales, y El poder político en México. Doctor en sociología por la UAM. Pertenece al SNI, nivel II y a la Red Mexicana de Estudios de los Movimientos Sociales, de la cual es socio fundador. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1875-0670 Correo electrónico: marz@politicas.unam.mx

Resumen

El artículo analiza la construcción de una cultura política democrática para la transformación social en el contexto del proceso de cambio político y social iniciado en 2018 con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México. Después de reconocer la tradición de lucha que amplios sectores de la sociedad han tenido a través de diversos movimientos sociales de carácter popular –que han buscado la democracia, la justicia y la igualdad social– y de describir y criticar la cultura política priista y neoliberal dominante en el periodo inmediato anterior, se presentan algunas reflexiones sobre la importancia de la dimensión cultural de la política y se exponen las principales ideas para construir una cultura política democrática basada en valores como la solidaridad, la igualdad y la defensa de lo común, lo público y lo colectivo, identificándose a los principales agentes de la transformación. Se incorporan en el análisis temas relevantes como el combate a la corrupción y la “Guía ética” propuesta por AMLO. Al final se deja abierto el debate para seguir construyendo las posibilidades de un futuro más democrático, justo e igualitario.

Palabras clave:

cultura políticacuarta transformacióndemocracianeoliberalismoguía ética.

Abstract

The article analyzes the construction of a democratic political culture for social transformation in the context of the process of political and social change that began in 2018 with the victory of Andrés Manuel López Obrador (AMLO) in Mexico. After acknowledging the tradition of struggle that broad sectors of society have had through various social movements of a popular nature –which have sought democracy, justice and social equality– and describing and criticizing the dominant PRI and neoliberal political culture In the immediately preceding period, some reflections are presented on the importance of the cultural dimension of politics and the main ideas are presented to build a democratic political culture based on values such as solidarity, equality and the defense of the common, the public and the collective, identifying the main agents of transformation. Relevant issues such as the fight against corruption and the “Ethical Guide” proposed by AMLO are incorporated into the analysis. In the end, the debate is left open to continue building the possibilities of a more democratic, fair and egalitarian future.

Keywords:

political culturefourth transformationdemocracyneoliberalismethical guide.

Sumario:

1. Introducción

Este artículo tiene como objetivo central analizar la construcción de una cultura política democrática para la transformación social en México en el marco del proceso de cambio político y social iniciado en 2018 con el triunfo de AMLO en las elecciones federales. Cultura política que recupera, a su vez, toda la tradición de lucha que amplios sectores de la sociedad han tenido a través, por ejemplo, de diversos movimientos sociales de carácter popular que han luchado por la democracia, la justicia y la igualdad social. Ante ello surgen preguntas que el texto pretende responder ¿Por qué es importante construir una cultura política democrática para la transformación social? ¿Cuál era la cultura política prevaleciente en nuestro país que dominó durante el llamado periodo neoliberal? ¿Cuál es el papel del partido político MORENA y de los movimientos sociales como agentes de transformación encargados de generar y difundir una cultura política democrática? Para ello es importante entender el nuevo contexto político en México y el impacto que tuvo el ejercicio democrático y ciudadano del 2018 que cerró toda posibilidad de fraude y abrió la oportunidad a un gobierno identificado a la izquierda del espectro político. En este cometido será importante observar también las contradicciones y debilidades de este proceso de transformación.

El artículo se divide en cinco apartados: en el primero se esboza una respuesta general a la pregunta “¿Qué podemos entender por cultura política?”, dejando en claro la importancia de esta dimensión cultural de la política entendida como una actividad humana que nos compete e involucra a todos, se concibe a la cultura política como un campo en disputa donde los actuales grupos de izquierda tienen una gama amplia de posibilidades para incentivar el proceso de transformación. En el segundo apartado titulado “la cultura política priista y neoliberal” se caracterizan los principales elementos de la cultura política dominante durante el régimen priista, con énfasis en el periodo de los últimos 40 años que denominamos de los gobiernos neoliberales en los que es importante considerar también el periodo de la alternancia que significaron los gobiernos del PAN (2000-2012). En el tercer apartado “Hacia una cultura política democrática para la transformación” se presentan las principales ideas para construir una cultura política que recupere la tradición de lucha y organización del pueblo mexicano, se destacan valores como la solidaridad y la defensa de lo común, lo público y lo colectivo, y se identifica a los principales agentes de la transformación que, desde la izquierda, sigan buscando la democracia, la igualdad y la justicia social. En el siguiente apartado se analiza brevemente la “Cultura política democrática y la lucha contra la corrupción” destacando la importancia de desmontar este problema heredado por el neoliberalismo y que el actual gobierno ha colocado en el centro de su acción política y gubernamental. En el último apartado se reflexiona sobre la “Guía ética, la reserva de valores y la cultura política” para destacar la relevancia de recuperar valores para la transformación como la libertad, la vida, la dignidad, la igualdad, la fraternidad y la justicia, valores que deben ser necesariamente complementados con otros que han construido y practicado los colectivos y movimientos sociales como la igualdad política, económica y social. En las “Reflexiones finales” dejamos abierto el debate para seguir construyendo las posibilidades de un futuro más democrático, justo e igualitario.

2. El nuevo contexto político en México: el impacto del 2018

Alexis de Tocqueville afirmó “que no bastan las revoluciones para modificar de tajo las inercias del poder, se requiere por tanto cambios culturales de fondo” (Tocqueville citado en Barranco, 2018, pp. 13-14). Para que un proceso de transformación social se mantenga, fortalezca y consolide, es menester no sólo un cambio político e institucional sino, sobre todo un cambio cultural o de valores (Castells, 2010). Por ello, es necesaria la construcción de una cultura política afín a ella. La transformación que está llevando a cabo México a partir del 2018 –pero que tiene origen en otros momentos de lucha y organización que fueron decantándose y sedimentándose y que incluso, de alguna manera, se condensaron en el proceso electoral pasado– necesita la construcción de ciudadanos anclados a nuevos principios, prácticas y valores que no sólo sean diametralmente opuestos a los que dominaron en décadas anteriores sino que permitan la consolidación de los objetivos centrales que le dan sustento, como: reducir las grandes desigualdades sociales, combatir la corrupción, así como consolidar y profundizar un proceso de construcción democrática de corte plural y participativo.

En el 2018 las fuerzas progresistas ganaron el gobierno a través de las elecciones, asunto que no fue una cuestión menor pues fue a través de luchas políticas y sociales (a favor de derechos y contra fraudes), liderazgos políticos legítimos y carismáticos, así como un proceso de maduración de la ciudadanía que la llevó a defender su voto y la voluntad popular, pero es necesario ganar y construir más, por ejemplo; transformar el Estado, refundarlo bajo otras bases donde la justicia social, la pluralidad y la democracia participativa sean los ejes estructuradores; reducir el poder del capital financiero y sus instituciones internacionales asociadas a él como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, así como las grandes empresas y corporativos devenidos en fuertes grupos de poder económico, pero con frecuencia político e ideológico; detener el avance de una oposición basada en el odio y en la obsesión de restaurar un régimen de privilegios para unos cuántos y de una derecha radical que no sólo es conservadora sino reaccionaria y violenta, e incluso que tiene tintes de un nuevo fascismo social; y lo más importante, contribuir a la construcción de una cultura política democrática para la transformación social que no sólo sea distinta a la cultura política priista (de corte autoritaria) y neoliberal (de corte individualista) dominantes sino que permita desmontar los dispositivos de dominación y enajenación del antiguo régimen autoritario y neoliberal.

3. ¿Qué podemos entender por cultura política?

Como lo he expuesto en otro lugar (Ramírez, 2022) la cultura política es un campo de disputas y conflictos que configura una forma de ver la política, es decir, la forma en que los actores políticos y sociales se preparan para ser parte de la confrontación por los sentidos de la política, por los discursos y narrativas, así como por los valores y principios que orientan su actuación para construir y/o transformar la sociedad con base en sus ideas e intereses.

Como parte de la dimensión cultural de la política, que se encuentra en constante y permanente relación con la dimensión estructural, la cultura política se convierte en un elemento inherente a la política misma. La política es una actividad humana en la cual pueden participar, en principio, todos los miembros que forman parte de la comunidad política y lo pueden hacer de manera individual, pero también colectiva, sobre todo cuando se trata de una política de corte democrático. Sin embargo, la capacidad y la forma de participación de cada grupo o individuo dependerán de diversos factores entre los que se encuentra su cultura política, es decir, el conjunto de conocimientos y aprendizajes políticos, sus afecciones y emociones que lo motivan a participar, sus valores y principios que guían su actuar, sus visiones de sociedad, así como sus concepciones de la importancia de su participación para formar parte de las decisiones que le competen e involucran en la medida en que lo(s) afectan y/o lo(s) benefician.

La cultura política nos ayuda a comprender la forma en que un grupo social “organiza y procesa sus creencias, imágenes y percepciones sobre su entorno político y de qué manera estas influyen tanto en la construcción de las instituciones y organizaciones políticas de una sociedad como el mantenimiento de las mismas y los procesos de cambio” (Peschard, 1997, p. 10). Como parte de la dimensión subjetiva de la política, la cultura política se ve permeada por el “conjunto de relaciones de dominación y de sujeción, esto es, las relaciones de poder y autoridad que son los ejes alrededor de los cuales se estructura la vida política” (p. 10). Dominación y resistencia atraviesan la actividad política, de ahí que la cultura política es importante para determinar la forma en que un grupo social se alinea y somete a las estructuras y prácticas culturales del poder o se sale de ellas resistiéndolas e incluso subvirtiéndolas, pues la resistencia permanente no sólo contrarresta la dominación, sino que abre caminos a la liberación y la emancipación social. Así como la cultura política no puede ser homogénea, tampoco puede ser neutral; es un concepto que alude a prácticas políticas a través de las cuales los actores sociales se posicionan a partir precisamente de sus creencias, valores, símbolos, discursos, entre otros aspectos, y que define parte de su actuación y posicionamiento político frente a otros actores, incluyendo el propio Estado y las élites dominantes. Esto es, en parte, lo que explica que puedan existir diversas culturas políticas –muchas veces en disputa– en un mismo conjunto o grupo social, aunque desde el poder siempre se busca la homogeneización. En este sentido, una de las críticas que se le hacen, por ejemplo, al esquema clásico liberal sobre la cultura política de Almond y Verba (1970) es que “dedica muy poca atención a las subculturas políticas, o sea, a aquellas culturas que se desvían o chocan con la cultura política nacional y que no pueden ser desdeñados porque en ocasiones han llegado a poner en duda la viabilidad de la noción misma de cultura nacional” (Peschard, 1997, p. 24). Es el caso de los movimientos sociales como el estudiantil de 1968 en México o la irrupción de los movimientos indígenas en la década de los 90 –con el zapatismo a la vanguardia– que cuestionaron las bases de la cultura autoritaria (monocultural) abriendo importantes procesos de transformación social. Es el caso también, y aquí lo menciono como hipótesis, del proceso de transformación social que se abrió con el triunfo de la izquierda en el 2018 donde el objetivo es desmontar una cultura política autoritaria y neoliberal dominante.

4. La cultura política priista y neoliberal

En nuestro país se ha querido imponer una visión de la cultura política hegemónica liberal de corte individualista que, por un lado, privilegia lo institucional y da fuerte peso a los procesos electorales –en detrimento de los movimientos sociales y otros actores colectivos– y, por otro lado, legitima el autoritarismo, la corrupción y una visión de súbdito (Almond y Verba, 1970) de los ciudadanos, a quienes ve como desafectos hacia la política, indiferentes a los problemas políticos y sociales y con una gran pasividad que, en realidad, contrasta con la cultura participativa de nuestro pueblo que se ha manifestado con mayor fuerza en amplios procesos de transformación social como la independencia, la revolución, el movimiento estudiantil-popular de 1968, el zapatismo y la revolución popular-ciudadana del 2018, entre otros. En este sentido, es imprescindible conocer la cultura política que el priismo y el neoliberalismo dejaron y que sumergieron al país en el desastre que la “Cuarta Transformación” (4T) está tratando de convertir en un momento de oportunidad y cambio político y social que necesita una nueva cultura política diametralmente opuesta.

Resulta imprescindible iniciar una reflexión sobre la cultura política en México durante el largo régimen priista del siglo XX con una voz autorizada. En su ensayo “La cultura política en México” Pablo González Casanova (1986) afirma categórico que “la lógica del poder es parte de la cultura nacional” (p. 62). En el régimen posrevolucionario la cultura del poder era una fusión entre lo “oligárquico” y lo “popular” en la medida en que se fue conformando una élite que buscaba dirigir y controlar a las masas movilizadas a la par de construir el Estado afín a los intereses del capital. Ello fue modificando las relaciones entre gobernantes y gobernados, incrustándose prácticas y símbolos como el paternalismo y la represión que se combinaban con la negociación y la defensa de ciertas causas populares, todo ello siempre bajo una lógica de poder (p. 62). En cierta medida una “cultura de la represión-negociación-concesión-convenio” frenó o reencauzó a las luchas populares conteniendo las posibilidades de cambio, aunque en cierto modo las “burguesías dominantes” toleraban –y hasta cierto punto incluían– las ideas de sus opositores en busca de legitimidad (p. 63).

Para González Casanova durante la era de la hegemonía priista “La dialéctica del autoritarismo represivo y de la manipulación populista da [daba] pie a raros choques dentro de una misma cultura autoritaria … el populismo tiene [tenía] algo de liberal y el liberalismo social algo de populista” (González, 1986, pp. 66 y 71). A ello se sumaba un liberalismo que intentaba paradójicamente adoptar un rostro social, permitir una intervención del Estado y establecer una democracia formal y acotada que incluía la división de poderes y el derecho al voto universal.

En síntesis es posible mencionar algunos de los rasgos esenciales de esa cultura política que dominó el espacio político de gran parte del siglo XX mexicano: la existencia de un régimen represivo con algunos elementos de negociación y búsqueda de convenios, la corrupción encubierta en una idea de servir a la patria, la violencia con algunos rasgos de justicia social, el abuso de autoridad y la violación de la ley disfrazados de Estado de derecho, la censura con cierta tolerancia a una crítica acotada, el lenguaje que adula y halaga pero también calumnia e injuria, la cultura de la simulación y la demagogia. Esta cultura política se ejercía en mayor medida en los espacios del poder del Estado y en las élites, pero se reproducía en las distintas capas sociales. Ideas como la identidad y unidad nacional, la defensa de los intereses nacionales frente al imperialismo, la intervención y el colonialismo, contrastaban con el “colonialismo interno” hacía los pueblos indígenas y a la prevalencia del capitalismo que en realidad beneficiaba a una burguesía nacional y extranjera (González, 1986).

La estructura de poder priista que se consolidó en México durante más de 70 años después de la revolución tuvo varios cimientos entre los que destacan el corporativismo, el clientelismo, la corrupción y los mecanismos de la cooptación y la represión que eran acompañados de una “ideología dominante” que “se difundía a través del control de medios de comunicación y de la escuela, y se reproducía en los espacios de socialización cotidianos como la casa y la calle”, y por supuesto la escuela (Rodríguez, 2009, p. 63). Todo ello conformó una cultura afín a la estructura de poder que se mantuvo durante décadas no libre de cuestionamientos, críticas y movilizaciones por parte de la ciudadanía organizada y los grupos opositores. En esa época, los valores dominantes, nos dice Rodríguez “impregnaban la cultura política y conformaban sujetos políticos funcionales a la dominación” (p. 63). Esto se complementó con la estigmatización y desprestigio de las luchas sociales autónomas que se salían de ese esquema de dominación tachando de violentos e irracionales a todos los grupos que se atrevían a alzar la voz, con lo que se incluyó, de alguna manera, el miedo y la indiferencia como dos elementos de la cultura política dominante (Rodríguez, 2009). Además, enfatiza Rodríguez desde el poder político e ideológico se cultivaba un individualismo “como práctica política y social fomentando la solución a través de la negociación personal en detrimento de las soluciones institucionales y colectivas. Incluso, en un país laico, los valores del catolicismo se han incorporado a la cultura política”.

La ideología política del PRI (1946) y sus formas anteriores (PNR 1928 y PRM 1936) pretendía ser progresista y estar anclada al centro izquierda. La defensa del laicismo y la aparente búsqueda de la democracia y la justicia social contrastaban, sin embargo, con una postura liberal-pragmática que le permitió en palabras de Rosa María Mirón transitar “con relativo éxito de la defensa de valores socialistas a la salvaguarda de valores familiares y del nacionalismo proteccionista al liberalismo económico, en un esfuerzo por insertar a México en los mercados globales” (Mirón, 2014, p. 10).

El mismo proceso de transformación interna del PRI en la década de los 80, que devino en la imposición del grupo de los tecnócratas sobre el grupo que seguía reivindicando, de alguna manera, los ideales de democracia y justicia social, permitió que las posturas neoliberales ganaran terreno en detrimento de la sociedad (Garrido, 1993). La imposición del modelo neoliberal vino a generar más afectación a la población que ya estaba padeciendo el autoritarismo y la corrupción del priismo. El neoliberalismo contribuyó a recomponer un “modelo económico, político, intelectual y de construcción de subjetividades”, una hegemonía que generó resistencias y redes de poder en distintos espacios como el comunitario (Calveiro, 2019). Con mayor énfasis, Calveiro apunta que:

El neoliberalismo no se nos presenta sólo como un modelo de administración económica, sino que aparece articulado con prácticas políticas, sociales y culturales específicas. Configura un formato de ejercicio del poder mucho más complejo, a partir de un conjunto de instituciones, prácticas y discursos que intentan modelar otras formas de sociedad, acordes al nuevo orden global. (p. 12)

Si bien en el neoliberalismo “lo social y lo político se subordinan a los dispositivos económicos” (Calveiro, 2019, p. 23), el neoliberalismo es mucho más que un simple conjunto de políticas; también es algo que nos gobierna –sociedad, cultura, formas de entendernos a nosotros mismos y formas de configurar las relaciones sociales– tanto como transforma el capital (Brown, en Denvir, 2020). El neoliberalismo construyó un sentido común afín y una narrativa que privilegió lo individual y lo privado sobre lo colectivo y lo público definiendo una cultura política de la sumisión y el conformismo.

Como lo han mencionado figuras importantes de la actual etapa de transformación social como Irma Eréndira Sandoval “El neoliberalismo que se impuso durante varias décadas en nuestra región, no fue un proyecto económico de consecuencias políticas, sino un proyecto político con implicaciones económicas” (Sandoval, 2020) que agregaríamos con Wendy Brown en Denvir (2020), constituyó un dispositivo creador de sujetos con un individualismo exacerbado, reproducción de prácticas racistas y discriminatorias, machismo, desigualdad y corrupción. Para Calveiro (2019), el neoliberalismo propicia y construye “un sujeto a su imagen y semejanza”, un emprendedor “individual y aislado, empresario de sí mismo y presa del espejismo de una libertad y una capacidad de elección que no posee” (pp. 16-17). Se trata de un individuo que en lo político es un ciudadano maniatado cuya capacidad de acción se reduce a lo mucho al voto y no se consolida como un sujeto político independiente con capacidad de acción política y social.

La cultura política (neo)liberal tiene la intención de homogeneizar, niega o minimiza la heterogeneidad y diversidad de la sociedad y de la política misma. Además, niega y pretende evitar el conflicto que forma parte de la política misma. También es elitista y separa a los gobernantes de los gobernados. En contraparte es necesario reconocer la existencia de diversas culturas políticas como parte de la misma diversidad y heterogeneidad de la sociedad, así como reconocer e incluir el agonismo como principio mismo de la política (Mouffe, 2014) que permite la constitución de culturas políticas distintas y muchas veces disidentes.

Cabe señalar que la cultura política autoritaria y neoliberal continuó en el periodo de la denominada alternancia política (2000-2012) y en el regreso del PRI al poder (2012-2018), sin embargo, tiene algunos elementos que es necesario resaltar como el aumento de la corrupción, la devastación ambiental y la violencia que contribuyeron a la destrucción de lo colectivo y lo público, cuestión que el actual gobierno tiene como propósito revertir y para lo cual es menester una cultura política democrática y comunitaria.

Es importante mencionar que hace apenas una década el triunfo de la izquierda era impensable, pues incluso las encuestas de cultura política colocaban al mexicano promedio en una posición más cercana al centro derecha (ENCUP, 2003, 2005, 2008, 2012) donde, por ejemplo, la familia, la iglesia católica y el ejército eran las instituciones que mayor confianza generaban en la población. En ese contexto para Mirón era difícil “inculcar en los electores potenciales un concepto de izquierda que apenas calza en una cultura política heredada de un régimen que prestó escasa importancia a los valores partidistas y privilegió el ejercicio eficaz del poder” (Mirón, 2014, p. 13). En ese contexto, la izquierda tuvo que trabajar en condiciones desfavorables para fortalecerse y convertirse en opción real de poder, venciendo además sus propios problemas añejos como el divisionismo interno o el sectarismo. Mirón explica parte de esta dificultad de la izquierda reconociendo que:

La configuración de un discurso propio capaz de reconocer las particularidades de una cultura política es tan solo la mitad del trabajo que la izquierda mexicana debe realizar para penetrar con eficiencia en la preferencia de los mexicanos. La otra mitad, quizá la más difícil de lograr, se encuentra en la necesidad de mantenerse unida, a fin de competir electoral y parlamentariamente como una sola fuerza. (Mirón, 2014, p. 13)

A la postre MORENA, bajo el liderazgo de AMLO, logró gran parte de estos dos retos de la izquierda partidista mexicana que representa, en cierta medida, el avance de una cultura política más anclada a la izquierda.

5. Hacia una cultura política democrática para la transformación

Construir una nueva cultura política pasa por desmontar los mecanismos, valores y prácticas en las que se basaba la visión hegemónica priista y neoliberal analizada en el apartado anterior. Es menester deconstruir no sólo la cultura política, sino sobre todo los “sujetos” que fueron construidos por el priismo y el neoliberalismo (incluyendo los 12 años de panismo), pensar la deconstrucción como una experiencia que “se coloca entre la clausura y el fin” (Derridá, 2020), en este caso de una época marcada por un régimen político y un modelo económico autoritarios e injustos, y construir algo diametralmente diferente, algo nuevo que ya se encontraba en el germen de los movimientos sociales y la acción colectiva que resistieron ese antiguo régimen, incluyendo los partidos de oposición de la izquierda, pero que se puede profundizar en esta nueva etapa progresista. Esa deconstrucción pasa no sólo por las estructuras políticas, sino también por las relaciones sociales, por el lenguaje, por el sentido común y por la construcción de narrativas nuevas que nos ayuden a pensar y actuar la transformación de la sociedad mexicana, donde el gobierno y el partido político mayoritario son agentes importantes, pero no los únicos, por lo que es necesaria la construcción de ciudadanos como sujetos políticos y la idea de ciudadanía como actor colectivo devenido en garante de la soberanía popular en su dimensión de pueblo, así como de defensor del voto y la voluntad popular en su dimensión de electorado participativo, crítico y propositivo.

Esa cultura política democrática para la transformación se está anclando fuertemente en el conocimiento y resignificación de la historia para dar más valor a las luchas sociales y sus aportaciones a la democracia y al cambio social. Es necesario revalorar la historia de nuestro país enclave de la lucha social, pues, por ejemplo, a pesar de que el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) destaca tres luchas sociales como las grandes transformaciones de la vida pública que anteceden a la actual, es importante retomar luchas que se dieron antes de la Independencia y que pasan por las luchas contra el colonialismo y por la emancipación de los pueblos indígenas, por ejemplo. Esa cultura política, que conoce y reconoce su pasado de lucha, será capaz de reconocer que el presente también lo es y que el futuro también lo será. Lograr la transformación social y política de México ha sido, es y será una lucha constante incluso contando con gobiernos progresistas. La manera en que el gobierno actual pone en perspectiva histórica su lucha permite a amplios sectores de la sociedad sentirse parte de un proyecto histórico de gran alcance.

Es importante y urgente investigar y recuperar “o quizá sea mejor decir dar validez en una perspectiva de ecología de saberes” (Santos, 2012) a la cultura política construida por actores como los movimientos urbano-populares, los movimientos estudiantiles y juveniles; las luchas de los pueblos indígenas; las luchas feministas, las magisteriales; y tantas otras formas de expresión, organización y movilización que han construido una pedagogía política de defensa de los derechos (en muchos casos en su dimensión colectiva), así como de lo público, de lo colectivo y de lo comunitario, todo ello en contraposición a la visión meramente individualista que se impuso en todos los ámbitos de la vida social como la familia, la comunidad, el barrio, el espacio laboral, el Estado, entre otros, que llevó a una visión también individual de los derechos. En todos estos espacios y actores sociales hay un cúmulo de prácticas, ideas y aprendizajes que en su conjunto nos permiten afirmar que esa cultura política democrática, libertaria, emancipadora y de transformación social ya estaba de alguna manera presente, por lo que hay que expandirla, generalizarla, hacerla compatible (en la medida de las posibilidades y cuando las contradicciones no lo impidan de origen) con los esfuerzos que, desde otros frentes como el gobierno y el partido político Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) se están haciendo para construir una mejor sociedad. Esto a pesar de que si bien tanto los partidos de izquierda como los movimientos sociales han enarbolado una cultura política democrática que se contrapone a la cultura priista y neoliberal, cada uno de estos actores tiene formas específicas de actuación, prácticas, valores e ideas de democracia. Si bien ha habido tensión entre estos y otros actores de la transformación es necesario buscar convergencias en una perspectiva de demodiversidad (Santos y Mendes, 2017).

En esta perspectiva es fundamental construir una cultura política radical que sea anti y pos(neo)liberal, que sea profundamente democrática y democratizadora, defensora y promotora de la demodiversidad, que esté a favor de la colectividad, de lo común y de lo público. El sujeto de la transformación (hombres, mujeres y cualquier otra identidad sexual y de género) va desarrollando una cultura política que trasciende lo coyuntural para posicionarse como un agente permanente de transformación que no sólo fortalezca este proceso de cambio en curso, sino que detenga cualquier intento de regresión autoritaria encabezado por la derecha, sobre todo aquella radical de corte proto fascista que hoy se expresa en grupos como el Frente Nacional Anti AMLO (FRENA) (Ramírez, 2021a).

Los principales agentes y espacios para la construcción de una cultura política democrática para la transformación han sido: el partido (en este caso MORENA) con su vocación movimientista y sus procesos de formación política; la escuela pública (pero la que cuenta con docentes afines al proceso de transformación en curso); el gobierno y los grupos afines a la cuarta transformación; la familia (sobre todo aquellas que cuentan con integrantes que propician la discusión y el debate por medio, por ejemplo, de ver cotidianamente las conferencias mañaneras del presidente); el barrio o la comunidad (en donde vecinos y ciudadanos simpatizantes de la 4T generan otros espacios organizativos); los movimientos y colectivos sociales que saben que es mejor contar con gobiernos que respeten las libertades y abran oportunidades políticas para la acción colectiva. Los intelectuales de la 4T también han sido agentes de socialización de la cultura política democrática para la transformación, generando debates y promoviendo la defensa de los valores y principios, así como las políticas públicas que beneficien a la población anteriormente agraviada por el neoliberalismo. Lo mismo sucede con los youtubers e influencers progresistas que han proliferado y que buscan informar verazmente aspirando a la verdad y asumiendo la descomunal tarea de contrarrestar las mentiras de los medios tradicionales aún hegemónicos.

Todos estos agentes están contribuyendo a difundir valores que apelen a la colectividad y al bien público y colectivo buscando crear fuerzas y sinergias a pesar de las eventuales y evidentes contradicciones que a veces se expresan en las formas en que cada uno realiza su trabajo a favor de la transformación. Incluso cayendo en contradicción y en ocasiones en confrontación abierta (por ejemplo, el gobierno y los movimientos sociales, cuestión entendible e incluso necesaria en una democracia) estos espacios y agentes de la transformación, contribuyen a la conformación de una cultura política democrática, emancipatoria y libertaria que es el soporte de un cambio social necesario y sostenido. Estos agentes socializadores y concientizadores contribuyen a la construcción de esa cultura política democrática al politizar y concientizar a la ciudadanía, al propiciar debate y mantenerla informada generando una masas crítica, al reafirmar la voluntad y la capacidad de acción del pueblo organizado, al anteponer el bien social, público y colectivo, así como combatiendo a sus oponentes comunes como son el propio sistema capitalista neoliberal o los grupos de derecha radical que se reagrupan y articulan sigilosamente. La tensa relación entre los movimientos sociales y los gobiernos progresistas es un tema importante que ha sido parte de los debates en la 4T, entendiendo que, si bien tienen dinámicas y estrategias diferentes, es necesario apuntar a la búsqueda de convergencias (Ramírez, 2019). En este tema han sido ilustrativos los desencuentros entre, por ejemplo, AMLO y diversos sectores del obradorismo y la 4T con movimientos sociales de larga data y de gran talante democrático como el zapatismo o el magisterio democrático aglutinado en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que a lo largo de su historia han construido una cultura política democrática, de protesta y libertaria que apunta a una visión de la democracia misma alejada del canon (neo)liberal (Ramírez, 2021b; Ackerman y Ramírez, 2022). En estos a veces inevitables desencuentros es necesario buscar los encuentros posibles que nos permitan entender, por un lado, que AMLO no es el enemigo por vencer en los intentos de los movimientos sociales por lograr democracia y justicia social, mientras que AMLO y la 4T deben tener claro que los maestros (as) democráticos (as), los y las indígenas, así como los demás sectores que luchan, tampoco son los adversarios sobre los que hay que dirigir los embates. El oponente mayor de ambos está en otra parte, particularmente en la derecha, aunque esto no quiere decir que no se expresen abiertamente las disputas y diferencias entre un gobierno progresista y movimientos sociales de izquierda, pues ello alimenta el necesario debate y la cultura política de los grupos que buscan una transformación social, aunque la piensen y busquen por distintos medios.

La izquierda en México –aun la que se ubica en MORENA y yo diría principalmente esa– tiene que seguir pensándose y actuando como oposición, pues si bien hoy el oponente principal no es el gobierno como lo fue los últimos cinco sexenios, sí lo es el modelo neoliberal como eslabón más reciente y articulado del capitalismo, sí lo es el racismo, sí lo es el patriarcado, sí lo es la injusticia y la corrupción, sí lo es el autoritarismo. Los objetivos siguen siendo los mismos para la izquierda, existan gobiernos progresistas o no, los cuales son: reducir las grandes desigualdades; luchar contra toda forma de racismo; acabar con la corrupción; erradicar el patriarcado; democratizar todos los espacios de la vida política y social. La izquierda es una praxis colectiva contra la dominación; teoría y práctica para pensar la emancipación y la construcción de alternativas. La cultura política democrática gira en torno a esos objetivos. Los agentes de la cultura política democrática para la transformación trabajan en valores comunitarios, colectivos, democráticos y democratizadores, de conciencia y lucha social, y esto es así en la medida en que la lucha sigue, en que puede haber regresiones conservadoras y autoritarias. En que la reacción siempre está presente, en que la derecha está al acecho como se ha comprobado en Brasil y en Bolivia con los golpes de Estado blandos. La cultura política de la izquierda se diferencia de la derecha al buscar la emancipación social y construir un futuro más justo, el anclaje en ese objetivo está gran parte de sus retos, pero también de su capacidad de avanzar en esa dirección.

Los movimientos sociales siempre han sido agentes para la construcción de una cultura política para la transformación social y lo seguirán siendo. Sin embargo, hoy, sin duda, el agente principal para la construcción de una cultura política democrática para la transformación es y debe ser MORENA, quien tiene un pie en el gobierno y otro en la sociedad. Este partido-movimiento fue vital para el triunfo electoral de AMLO y el inicio de la 4T, pero su papel histórico va mucho más allá. Si bien ha hecho un gran esfuerzo en tiempos no electorales con cursos, publicaciones y acciones de difusión en distintos colectivos sociales, también ha dejado de hacer trabajo de campo y de base, trabajo en el terreno social, ha dejado de lado un activismo social y político que debe ser permanente con los ciudadanos que son los sujetos del cambio, con el pueblo que es el titular de la soberanía. Si sigue enfrascado en ser solo una maquinaria burocrática en busca de posiciones de poder, como lo pretende la actual dirigencia de Mario Delgado, y no ser el partido popular que concientiza y moviliza a las bases difundiendo y practicando una cultura política democrática para la transformación, la 4T estaría perdiendo a uno de sus principales agentes. La Convención Nacional Morenista realizada en febrero de 2022 es una muestra de que el partido está siendo rescatado por las bases y está recuperando los principios y valores que le dieron origen, cuestionando a su vez el camino hacia el que lo quiere dirigir una visión patrimonialista y cupular que lo aleje de las masas.

Otra cuestión que hay que considerar como parte de esa nueva cultura política democrática en construcción es lo imprescindible e impostergable que significa vencer a la soledad, al miedo, a la indiferencia y a la desafección hacia la política que se han querido imponer en el sentido común y en las narrativas como esencia del ser mexicano. Esto en el entendido de que “La soledad prepara a los hombres para el totalitarismo” (Arendt, 2004), que el miedo paraliza y nos roba la esperanza. La indiferencia afecta nuestra solidaridad inherente como lo muestra la historia de la sociedad mexicana, nos quita nuestra dignidad y nuestra esencia como seres humanos. La desafección con la política disminuye nuestra capacidad de ser sujetos políticos (animales políticos en sentido aristotélico) con amplia voluntad de transformación social. En la soledad “somos incapaces de realizar toda nuestra capacidad para la acción como seres humanos” incluida la acción política (Rose, 2020). En contraparte, las afecciones y las emociones deben ser parte central de esa cultura política democrática para la transformación; aprovechar el momento donde la esperanza está venciendo al miedo es crucial para fortalecer el cambio social. La cultura de la igualdad y la equidad de género, así como del cuidado del medio ambiente son otras dimensiones imprescindibles para pensar y actuar la transformación. Por ello, resulta relevante la Encuesta Nacional de Culturas Políticas y Democracia 2021, recientemente publicada por el PUEDJS-UNAM en donde se comprueba que los mexicanos más que transitar por el “laberinto de la soledad” lo hacen por el “sendero de la compañía” (ENCPD, 2021). Somos producto de la resistencia, pero también de la construcción colectiva de alternativas; las grandes transformaciones de México lo demuestran, pero también los procesos organizativos cotidianos y permanentes.

La cultura política democrática para la transformación además de estar basada en una ideología progresista como un sistema de pensamientos e ideas afines a la transformación, debe convertirse en acción, en prácticas y comportamientos que estén en consonancia con los objetivos de la transformación política y social que hoy toma forma en la iniciativa política de la 4T, y que es una obra eminentemente colectiva que rebasa las pretensiones y la voluntad misma de un individuo (líder) o una institución (la presidencia, Poder Ejecutivo). La cultura política democrática para la transformación es fundamental en la imperiosa necesidad de iniciar la transformación de las subjetividades para la construcción de una nueva sociedad justa, democrática e igualitaria. Es fundamental construir un nuevo sentido común del cambio democrático y generar nuevas narrativas que pongan el acento en el pueblo como actor central. En ello la academia crítica ya está poniendo de su parte, lo mismo que los grupos organizados preocupados en que su voz se escuche, por lo que buscan producir sus propias estrategias de comunicación.

En la actual coyuntura que abre paso al proceso de transformación, la reciente irrupción y las nuevas prácticas del movimiento feminista nutren, sin duda, las posibilidades del cambio social, pues más que apostar a la crítica hacia el gobierno en turno (aunque también se incluyen), sus acciones apuntan a la erradicación del sistema patriarcal y de su principal motor que es el capitalismo, por lo que la equidad e igualdad de género son principios fundamentales.

Lo mismo sucede con los grupos indígenas y campesinos que se oponen a los megaproyectos del gobierno actual, pues han sido durante muchas décadas una fuerza viva de transformación social y luchas por la democracia que han construido una cultura política de la resistencia y la construcción de alternativas. A pesar de las críticas fundamentadas de los grupos de la oposición social al gobierno actual pueden existir más afinidades que diferencias entre las fuerzas de izquierda político-partidistas-gubernamentales y las fuerzas sociales-movimientistas, sin embargo, no ha habido cabida para el diálogo y la conciliación. Es necesario considerar, además, que ambas posiciones políticas tienen tiempos, ritmos, agendas y formas de actuar diferentes que en algún momento tienen que ponerse a discusión, sobre todo en el eventual escenario en el que la derecha sea la que tome mayor fuerza y ponga en duda la continuidad de un proyecto progresista de transformación. De darse ese posible retroceso con un eventual triunfo de la derecha, como ha sucedido en otras experiencias progresistas latinoamericanas, sería sumamente contrario a cualquier tipo de proyecto y fuerza progresista de izquierda, sea esta partidista o movimientista, de ahí la importancia del diálogo, el acercamiento o la eventual unidad, así sea coyuntural.

Esto es importante pues no debemos olvidar que por parte de las élites y de los gobernantes, la asimilación de las ideas, del lenguaje y los símbolos revolucionarios, de cambio y de transformación, ha sido una forma efectiva de desmovilizar, de institucionalizar los procesos organizativos y de movilización, de vaciar de contenido radical las exigencias del pueblo organizado. El robo de banderas populares ha sido una práctica efectiva del poder para legitimarse y restarle fuerza a los grupos que buscan la emancipación y la búsqueda de alternativas. En este sentido, para lograr una transformación más profunda será necesaria la existencia de movimientos sociales que rebasen por la izquierda a los mismos gobiernos progresistas que piensan que pueden representar los intereses de los grupos agraviados.

Por ello, en el mismo sentido que Pablo González Casanova (1986) podemos decir que las fuerzas populares que impulsan la actual transformación deberán rescatar una “cultura de lo nacional y de lo popular, de lo social y de lo socialista, y del liberalismo social, la cultura de la independencia y de la tolerancia”, estas nuevas fuerzas “serán necesariamente revolucionarias al hacer coherente el proyecto nacional y el popular, el libertario y el democrático” (p. 77). Por otro lado, el hecho de que la democracia y el proceso de transformación iniciado por AMLO están siendo asediados por noticias falsas que se propagan en las redes y en los medios de comunicación convencionales, es razón suficiente para incidir en ellas, para ganarlas con la verdad, con argumentos, con ideas. La cultura política democrática para la transformación considera al espacio digital como espacio político; las nuevas redes sociales son un ágora que está siendo utilizada para la transformación política y social. Así lo han hecho muchos movimientos sociales que han sabido aprovechar el uso de las redes sin dejar de ocupar el espacio físico que es el espacio preferido para la disputa política y social.

6. Cultura política democrática y lucha contra la corrupción

La corrupción estructural como “problema de dominación política” y “exclusión social” creció al amparo de los gobiernos neoliberales, es decir, al lado de la cultura de la corrupción y la impunidad, del autoritarismo y de la falta de rendición de cuentas (Sandoval, 2016). Por ello, para Sandoval (2016) la lucha frontal contra la corrupción no pasa por las “recetas tecnocráticas” basadas en “prejuicios contra lo público” sino en “mayores dosis de democracia cívica, política y económica”. La corrupción es un problema colectivo antes que individual y como tal tiene que resolverse. Salir de la corrupción es salir, por tanto, de la cultura del individualismo en la que se ha basado el neoliberalismo (p. 119). Luchar contra la corrupción también implica no quedarnos en el plano del espacio público-gubernamental sino llevarlo también al ámbito del espacio privado-social. De esta manera, es importante que tanto la lucha contra la corrupción como la construcción de una cultura política democrática para la trasformación se desarrollen en distintos espacios de la vida política y social, así como en los múltiples entresijos de la vida cotidiana. La nueva cultura política democrática debe ser transformada y ejercida en un continuo que va de la vida privada-familiar a la vida pública-estatal pasando, por la vida social-comunitaria, la social-laboral, la social-educativa, entre otras, para anclarse en las prácticas y los comportamientos de los y las ciudadanas.

Si bien en el enfoque de Sandoval (2016) “La corrupción es un problema institucional y político que requiere de soluciones igualmente estructurales”, aquí sostenemos que la cultura política democrática para la transformación también tiene una dimensión cultural, pues si bien una nueva cultura genera las bases de nuevas instituciones y relaciones democráticas, son las instituciones a su vez las encargadas también de fomentar y hacer valer esa cultura política. Cultura y estructura se entrelazan en un ámbito de complejidad política y social. La lucha contra la corrupción, en esta lógica, tiene en el componente cultural otro frente que atender pues, como hemos afirmado, la cultura democrática es una cultura contra la corrupción y la impunidad y se basa en procesos amplios de participación ciudadana, en valores como la honestidad y en principios como la transparencia y la rendición de cuentas. En los primeros tres años de esta administración se dieron pasos sólidos en este camino, sin embargo, es importante considerar que en la experiencia de otros gobiernos progresistas en América Latina los casos de corrupción menoscabaron la posibilidad de profundizar los cambios iniciados abriendo paso al regreso de la derecha.

7. Guía ética, reserva de valores y cultura política

Desde su campaña política AMLO mencionó la necesidad de elaborar una “Constitución moral … para auspiciar una nueva corriente de pensamiento, que promueva un paradigma moral de amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria” (Barranco, 2018, p. 100). La Guía Ética para la Transformación de México, que fue presentada por AMLO a finales de noviembre de 2020 y es difundida por el gobierno federal, contiene un conjunto de recomendaciones y sugerencias para tener una vida pública y social acorde a principios éticos. La guía representa valores y principios políticos mínimos para esta cultura política democrática para la transformación como son: la libertad, la vida, la dignidad, la igualdad, la fraternidad y la justicia, que, sin embargo, es necesario que sean complementados con otros valores que han construido y practicado los colectivos y movimientos sociales que han participado en las distintas transformaciones de México. Por ello, destaca la presencia del valor de la igualdad (política, económica y social) como principio rector de cualquier izquierda histórica y contemporánea. Una cultura política democrática que se posiciona a la izquierda se diferencia perfectamente del sentido que la derecha da a esos mismos valores. Por ejemplo, desde la izquierda la defensa de la vida pasa por la oposición a los proyectos de muerte que se ejercen desde el capitalismo, mientras que la derecha la puede asociar a su posición en contra del aborto.

Se podrá estar de acuerdo o no con la Guía Ética, se podrá pensar que tiene una gran carga de valores “morales” y “religiosos”, que no tiene un contenido antineoliberal, entre otras críticas que se le han hecho, pero nadie podrá estar en desacuerdo que, como afirma Bernardo Cortés, cada uno de estos principios y valores han sido construidos por luchas sociales, han sido banderas políticas y sociales, son principios ético-políticos y tienen “su origen en procesos históricos y emancipatorios”, aunque sin duda será necesario abrir un debate entre “su contenido tradicional” o “moderno” y su necesaria “deconstrucción” (Cortés, 2020). De igual manera, es válida y necesaria una crítica a la contradicción que representó la alianza entre Morena y el Partido Encuentro Social (PES) en las elecciones de 2018 y el acercamiento entre el actual presidente y líderes de ese partido que representa los intereses de la iglesia evangélica (Barranco, 2018).

Ahora bien, parafraseando a Bernardo Cortés, debe haber una especie de imbricación entre una teoría para la transformación, las “nociones e intuiciones del pueblo”, y ciertos “vacíos ideológicos” de la izquierda. De esta manera:

La guía ética aparece como este descender al pueblo de los temas teórico-práctico que se habían complicado para plantear en la 4T. Entonces, el punto de partida estaba de alguna manera ya planteado –para quien quisiera asumirlo– en los elementos éticos a los que apelaba en todo instante AMLO. La ética de la 4T debía explicitarse y precisarse desde el discurso al que gran parte de la población se, identifica, adscribe y ha dado crédito. (Cortés, 2020)

Principios enarbolados por AMLO como no robar, no mentir y no traicionar al pueblo son importantes, sin embargo, no son suficientes, pues existen muchos otros más anclados a la izquierda que los complementan, tales como el mandar obedeciendo y la defensa de la comunidad y de lo colectivo propio de los movimientos sociales, en particular del movimiento indígena zapatista. En este sentido, es importante tomar en cuenta los saberes del pueblo en la construcción de la cultura política democrática para la transformación, pues como lo ha dicho reiteradamente AMLO “el pueblo mexicano es sabio”, y si a eso le agregamos que, en términos del mismo AMLO “tiene una reserva importante de valores” estamos ante dos elementos imprescindibles para la conformación de un sujeto político para la transformación social que ha resistido todas las embestidas de los grupos de poder y construye alternativas emancipatorias. La Guía Ética implica, además, regresarle a la política su dimensión ética pues, al actuar bajo principios que busquen el bien común, contribuye a ver a la política como “constructora de sociedad”, “como seguro colectivo contra la desintegración social”, como actividad para la gestión y/o solución de los conflictos (Válles, 2007, p. 21), pues como afirman los propios redactores al principio de la Guía Ética, el no seguir los principios éticos y políticos nos “conduce más temprano que tarde a las conductas antisociales, al desprecio a la ley, a la destrucción de la paz y a la desintegración en todos los niveles de la sociedad” (Gobierno de México, 2020, p. 5). Es importante considerar que la nueva ética pública que difunde y práctica el gobierno actual debe tener su correlato en el espacio privado. La construcción de una cultura política democrática para la transformación, así como la lucha contra la corrupción y la impunidad deben tener su dimensión estructural, pero también cultural de forma continua, como hemos señalado, de la vida privada (familiar) a la vida pública (estatal).

Por último, en este intento de AMLO y la 4T por apelar a la “reserva de valores” del pueblo mexicano se tiene que considerar, sin embargo, lo que plantea Bernardo Barranco en el sentido de que “México es un país tanto con una fuerte tradición laica en su cultura política como, al mismo tiempo, una sociedad crecientemente secularizada, en la cual las jóvenes generaciones urbanas se desarrollan alejadas y ajenas culturalmente a las doctrinas e instituciones religiosas” (Barranco, 2018, p. 110). En este sentido, la disputa por los valores, los símbolos y las narrativas (léase por la cultura política) entre una izquierda que se acerca a un sector de la nueva derecha religiosa y una derecha que pretende enarbolar valores, banderas y estrategias tradicionalmente asociadas a la izquierda (Stefanoni, 2021), será parte de las disputas políticas en el México de los próximos años.

8. Conclusiones

La transformación social iniciada en México está en curso. De la conformación de una cultura política democrática que la sustente y permita la conformación de sujetos transformadores dependerá gran parte de su consolidación. Como lo he expresado en otro lugar (Ramírez, 2022), para construir un instrumental ético-político (y teórico-metodológico) que nos permita entender la diversidad de culturas políticas que existen y se expresan en nuestra sociedad, es importante pensar que los campos o espacios de participación y acción política de las y los ciudadanos, así como el ejercicio propio de la democracia, son más amplios que los acotados en los enfoques liberales tradicionales centrados en las instituciones públicas del Estado y los partidos políticos (aunque el caso de MORENA como partido-movimiento es paradigmático), y abarcan espacios como la calle (espacio público), el espacio laboral, la comunidad, las organizaciones sociales y civiles, los movimientos sociales, entre otros, en los cuales, incluso una misma persona puede participar en distintos momentos. Si bien es necesario acotar y especificar que los objetivos, medios e instrumentos de la participación son distintos en los diferentes espacios, lo importante es observar la forma en que se va definiendo una cultura de la participación como base de una cultura política democrática (Ramírez, 2022). En todos los casos lo importante es la conformación paulatina de una cultura política democrática que se aleje de la cultura política priista y neoliberal.

México vive tiempos de cambio y de definición política, es momento de construir nuevas prácticas y subjetividades acordes con ella, crear nuevas narrativas y sentidos comunes que contribuyan a la conformación de una cultura política democrática para la transformación basada en los principios que han acompañado las luchas del pueblo mexicano por mayor democracia y justicia social. Luchas que han sido empujadas tanto por partidos de izquierda como por amplios movimientos sociales. Por tanto, es necesario fortalecer a los agentes socializadores de esa nueva cultura política democrática como son el propio gobierno, los intelectuales afines a la 4T, los espacios como el barrio, la comunidad, los movimientos y colectivos sociales, así como las redes sociales y el partido de la transformación, este último con mayor urgencia para afianzar al gobierno y cerrarle el paso a la oposición. MORENA se debate hoy entre seguir siendo un partido-movimiento que enarbole las causas populares, y que a la vez que apoya al gobierno moviliza y concientiza al pueblo, o continuar un proceso de burocratización al servicio de un grupo (dirigencia) que lo ve como botín político y como instrumento no de transformación sino de consecución de sus intereses, reproduciendo en el camino los vicios de la vieja cultura priista.

El anclaje de MORENA a la izquierda y la permanencia de su dimensión movimientista es fundamental ante el vaciamiento de contenido ideológico de los partidos políticos tradicionales y otrora antagónicos entre sí como el PRI, el PAN y el PRD, y su alianza electoral en el 2021 que muy probablemente se mantendrá para el 2024. El movimiento debe afianzarse (anclarse) en su ideología política progresista, debe continuar siendo un partido político que aspira a obtener y mantener el poder como partido, recuperando su dimensión movilizadora y desde ahí impulsar la construcción de una cultura política democrática para la transformación que esté también anclada en sólidos y permanentes procesos de organización social, que garanticen el cumplimiento de los objetivos de esta transformación que pueden resumirse como mencionamos al principio de este texto en: reducir las grandes desigualdades sociales, combatir la corrupción, así como consolidar y profundizar un proceso de construcción democrática de corte plural y participativo. La transformación social y política de México seguirá alimentándose por los movimientos sociales y las diversas formas organizativas de la sociedad que sabe que un gobierno progresista es importante, pero no suficiente, en la imperiosa necesidad de construir un orden social justo y democrático.

Un proceso de transformación social requiere una cultura política democrática que empodere al pueblo y que lo haga el verdadero depositario de la soberanía. Construir poder popular es la vía para sostener y radicalizar un cambio. En tal sentido, hoy más que nunca retoman fuerza y sentido las siguientes palabras de Pablo González Casanova (1986):

La lucha por la democracia hoy es una lucha por el poder. No basta con mejorar los sistemas políticos. Lo que el pueblo está exigiendo con sus organizaciones más directamente representativas y lúcidas es mejorar los sistemas de poder y su posición en ellos. No quiere sólo espacios políticos en un vacío de poder. Quiere por lo menos una parte del poder. (p. 12)

Sin embargo, no es sólo una lucha por el poder a secas sino un poder obediencial, un poder que sirva a las causas populares, es decir, al pueblo. De ahí la importancia de retomar lo dicho por Dussel (2020) sobre la importancia de la ética en la política para entender que el “ejercicio del poder como servicio” implica la supeditación de la política a la ética, y la idea de que el funcionario público se debe en todo momento a la comunidad política (p. 25). La ética nos ayuda a construir una nueva subjetividad y conducta de los miembros de una comunidad donde la política pueda concebirse como una actividad que construya y/o transforme a las estructuras “objetivas y subjetivas” haciéndolas más justas (p. 31).

Los mexicanos hemos construido una cultura política para la democracia basada en la resistencia y en la búsqueda de alternativas. La transformación de la vida pública que hoy experimenta México no es exclusiva de un líder o un partido, es del pueblo mexicano que lucha por la libertad, la justicia y la igualdad social. Por ello la cultura política democrática que se está consolidando es un pilar que demuestra la vocación de lucha y de transformación que ha caracterizado históricamente a los mexicanos y mexicanas.

9. Referencias bibliográficas

Ackerman, J. y Ramírez, M. (Coords.). (2022). La cultura política de la CNTE. Democracia y educación para la transformación social. PUEDJS-UNAM-EÓN.

Almond, G. y Sidney, V. (1970). La cultura cívica. Estudio sobre la participación política democrática en cinco naciones. Fundación de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada.

Arendt, H. (2004). Los orígenes del totalitarismo. Taurus.

Barranco, B. (Ed.). (2018). AMLO y la tierra prometida. Análisis del proceso electoral 2018 y lo que viene. Grijalbo.

Calveiro, P. (2019). Resistir al neoliberalismo. Comunidades y autonomías. Siglo XXI.

Castells, M. (2010). Comunicación y poder. Akal.

Cortés, B. (27 de noviembre, 2020). El debate que viene. Sobre la Guía Ética para la transformación de México. Intervención y coyunturahttps://intervencionycoyuntura.org/el-debate-que-viene-sobre-la-guia-etica-para-la-transformacion-de-mexico/

Denvir, D. (12 de enero, 2020). Explaining our Morbid Political Symptoms. An interview with Wendy Brown [Explicando nuestros síntomas políticos mórbidos. Entrevista con Wendy Brown]. Jacobinhttps://www.jacobinmag.com/2020/12/neoliberalism-wendy-brown-interview-nihilism-political-theory

Derrida, J. (2 de diciembre de 2020). ¿Qué es la deconstrucción? Bloghemiahttps://www.bloghemia.com/2020/12/que-es-la-deconstruccion-por-jacques.html?m=1

Dussel, E. (2019). Hacia una nueva cartilla ético-política. Para Leer en Libertad A.C y Rosa Luxemburgo Stiftung.

Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad [PUEDJS]. (2021). Encuesta Nacional de Culturas Políticas y Democracia. https://puedjs.unam.mx/encuestas/

Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas [ENCUP]. (2003, 2005, 2008, 2012). Gobierno de México. www.encup.gob.mx

Garrido, L. (1993). La Ruptura. La corriente democrática del PRI. Grijalbo.

Gobierno de México. (2020). Guía Ética para la Transformación de México. Gobierno de México.

González Casanova, P. (1986). El Estado y los partidos políticos en México. ERA.

Mirón Lince, R. (febrero, 2014). La izquierda mexicana. Un desafío a la teoría clásica de los partidos. Gaceta Políticas, 250, 12-15.

Mouffe, C. (2014). Agonística. Pensar el mundo políticamente. Fondo de Cultura Económica.

Peschard, J. (1997). La cultura política democráticaCuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática. Instituto Federal Electoral.

Quintanar, H. (2017). Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional. Antecedentes, consolidación partidaria y definición ideológica de Morena. Ítaca.

Ramírez Zaragoza, M. (2022). Democracia, demodiversidad y cultura(s) política(s): una aproximación teórica. En J. Ackerman y M. Ramírez Zaragoza (Coords.). La cultura política de la CNTE. Democracia y educación para la transformación social. PUEDJS-UNAM-EÓN.

Ramírez Zaragoza, M. (2021a). El FRENAAA y la derecha como oposición: un análisis de la coyuntura electoral 2021. El Cotidiano37(229) 71-82.

Ramírez Zaragoza, M. (9 de septiembre, 2021b). La CNTE y el obradorismo. Tensa relación entre la 4T y los movimientos sociales. Tlatelolco. Democracia democratizante y cambio social. https://puedjs.unam.mx/revista_tlatelolco/la-cnte-y-el-obradorismo-tensa-relacion-entre-la-4t-y-los-movimientos-sociales/

Ramírez Zaragoza, M.  (2019). Los retos del gobierno frente a los movimientos sociales: la cuarta transformación y la organización popular. En J. Ackerman (Coord.), El cambio democrático en México. Retos y posibilidades de la Cuarta transformación (pp. 364-399). PUEDJS-UNAM, INEHRM, Siglo XXI.

Rodríguez Rejas, M. (2009). La construcción de alternativas políticas en México. Posibilidades y límites del movimiento popular. Estudios Latinoamericanos, 24(2), 57-88.

Rose Hill, S. (1 de diciembre, 2020). Hannah Arendt: Cómo la soledad alimenta el autoritarismo. Letras Libreshttps://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/hannah-arendt-como-la-soledad-alimenta-el-autoritarismo

Sandoval Ballesteros, I. (2 de diciembre, 2020). Palabras expresadas durante la IV Reunión de Ministras, Ministros y Altas autoridades de Prevención y Lucha contra la Corrupción de la CELAC [Imagen]. Facebook. https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=3838434979514575&id=100000443318420.

Sandoval Ballesteros, I. (2016). Enfoque de la corrupción estructural: poder, impunidad y voz ciudadana. Revista Mexicana de Sociología, 78(1), 119-152.

Sousa Santos, B. y Mendes, J. (Eds.). (2017). Demodiversidad. Imaginar nuevas posibilidades democráticas. Akal.

Sousa Santos, B. (2012). Una epistemología del sur. Siglo XXI.
Stefanoni, P. (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Siglo XXI.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

nineteen + six =