Facultad de Filosofía y Letras
Facultad de Filosofía y Letras
Salir es un riesgo. No debería serlo, pero lo es. Todos los días, en el camino a clases, al trabajo o a alguna reunión social, somos propensos a sufrir algún tipo de daño. Quizá alguien robe las pertenencias en el metro, un asaltante que pueda quitarnos la vida, o un auto en descontrol que amenaza con estamparse contra nosotros. Más aún, un día puedes tener un trabajo estable, una familia que depende de ti, y al siguiente, un jefe inepto o incapaz de la empatía decide despedirte sin previo aviso. Las posibilidades son vastas. Aun así, estos son los males menores. ¿Qué hay de las guerras? Las amenazas de un par de locos, en extremos contrarios del mundo, que por puro ego y narcisismo colectivo dicen estar dispuestos a someter al mundo al apocalipsis. Dicen estar listos para borrar la vida del planeta con destructivas bombas atómicas. Cuando algo así sucede, tendemos a la resignación. Algo lógico, pues, ¿qué podríamos hacer? Después de todo, solo somos uno.
Es bajo este panorama que los superhéroes en las ficciones son tan importantes para nosotros. Más allá de la narrativa, me parece que su popularidad se debe a que la gente común encuentra en ellos un necesario placebo. De alguna forma, es la idea de que, por lo menos en nuestra imaginación, estamos a salvo. Si alguien intenta hacernos daño, por lo menos existe la posibilidad de que un misterioso enmascarado venga a salvarnos.
Muchas de estas historias me vienen a la mente. En My Hero Academia, pienso en All Might salvando a la gente con una sonrisa, sin importar cuál sea el reto. Cuando estoy frente a la pantalla, siento esa emoción. Sé que es falso, pero por un breve instante, el pacto ficcional me protege. Entonces imagino que existe alguien así, capaz de mover montañas y, al mismo tiempo, incorruptible. Alguien que, con una risa, puede hacerme pensar: “Todo estará bien”, incluso cuando el mundo a mi alrededor se desploma. Sin embargo, no me pasa eso con los héroes estadounidenses. Con ninguno, en realidad.
Al final, estas figuras no son más que reflejos del imaginario colectivo; actúan como modelos éticos, morales y políticos de la sociedad que los articula. Esto lo entiendo, pero en este caso es precisamente lo que me hace verlos con recelo. Es seguro que se debe a que no pertenezco a esa comunidad. Sin embargo, y aunque los intenten vender como seres que protegen al mundo hasta de invasiones extraterrestres, me parece seguro decir que es una mentira. Ellos protegen su tierra y nada más. ¿De quién? De todo lo que no sean ellos. Cuando no hay un dios de otro mundo atacando Nueva York, es seguro que los encontraremos peleando contra los rusos, chinos, algún terrorista en Medio Oriente o un caudillo africano. Honestamente, yo solo estoy esperando el momento en que en los estelares se anuncie: Los Vengadores: la amenaza del sur. Estoy listo, pagaré mi boleto para ver a héroes americanos hacer pedazos a los mexicanos y latinoamericanos en la frontera que dibuja el Río Bravo. O tal vez me equivoque y la película más bien se trate de la odisea para librar a Nueva York de la bestia fentanilo. Sea como sea, no puedo esperar.
Por otro lado, ¿qué hay de Superman? Un ser tan débil y mezquino que está a una Lois Lane en peligro de convertirse en un arma de destrucción masiva. ¿En qué es diferente él del hombre que lo perdió todo cuando valientemente se enfrentó a Doomsday destruyendo Metropolis? En nada, excepto en los medios para vengarse. También está Batman, sentado en su suntuosa mansión, después de una fiesta con los inversores de la empresa de su padre. Sale a las calles y valientemente se desquita con aquellos criminales, víctimas de su situación. Por supuesto, él no mata. Eso sería cruzar una línea. Sin embargo, quebrar todos los huesos hasta puntos irreparables, eso es aceptable. Suena un poco hipócrita, yo lo sé. Después de todo, fui yo quien dijo que quería a alguien que me salvara de los asaltantes. No me molestaría que el ciclista sin licencia de One Punch Man lo hiciera. Lo que me molesta es que Batman, siendo Bruce Wayne, podría hacer mucho más. Podría atacar el problema de raíz, en vez de vestir un presuntuoso traje de murciélago y dejar a un hombre hasta el filo de la muerte.
En este sentido, prefiero The Boys. Me parecen más honestos. En mi inocencia, me gustaría que si existieran los superhéroes, fueran como en My Hero Academia, comprometidos con su trabajo, responsabilidades y preocupándose por los daños colaterales. Sin embargo, creo que sería más posible que fueran como Homelander, corruptos por un poder que, en casos prácticos, los hace indistinguibles de un dios. En esta serie se les puede ver yendo al talk show de Jimmy Fallon, cometiendo genocidios, abusando de su lugar en la sociedad y pavoneándose en las calles como si su poder los hiciera mejores que el resto. Son muy similares a las celebridades, pues cuando vemos a figuras como Robert Downey Jr., Chris Pratt o Chris Evans los admiramos y aclamamos. Estamos dispuestos a perdonarles todo. Eso no cambia nada, siguen siendo productos de consumo, donde el ser humano se desdibuja, volviéndose indistinguible del personaje que interpreta.
Quizá este breve escrito parezca el nacimiento de un supervillano. Es mi culpa, no puedo negar que hice mi catarsis. Como sea dudo que tengan que preocuparse de un aspirante a escritor que apenas entiende su lugar en el mundo. En realidad, no es así. Creo que la admiración del colectivo vale mucho e incluso, en la ficción, deberíamos tener cuidado a quién se la damos. Si bien el personaje en pantalla no es real, lo que representa lo es. Construir nuestra ficción personal con las narrativas correctas transforma nuestra forma de ser. Es uno de los efectos del arte que conmueve, ya sea para bien o para mal. Al final, aunque también disfruto algunas de estas narrativas de superhéroes, creo más en los que no son super. En los héroes reales del día a día.
Esos seres, fuera de serie, que deciden hacer lo correcto incluso cuando no les conviene. Esos que te avisan cuando un billete se sale de tu cartera, los que te dan el paso en un semáforo descompuesto, los que dedican su vida a la docencia, los que educan con amor. En estos casos, recuerdo aquella frase de Gandalf y recuerdo que quizá, pese a mis limitaciones humanas, yo también pueda ser uno de estos héroes:“He descubierto que son los pequeños actos de bondad y amor de seres comunes y corrientes lo que previene el avance de la oscuridad”.
Por: Isaac Cruz Zurita
¿Qué se oculta detrás de la juventud que delinque?
Por José Gerónimo
¿Qué lecciones nos deja lo ocurrido en el AXE Ceremonia?
Por José Gerónimo
La controversia sobre las imágenes creadas con Chat GPT al “estilo” Studio Ghibli
Por Valeria López Estévez
Ven y conoce la grata experiencia culinaria que ofrece Sofitel