Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Ricardo Ortega

Facultad de psicología

Me gustan las ciencias conductuales y la literatura. En mis textos me gusta hablar sobre temas cotidianos, pues siento que lo extraordinario de la vida de cada uno son aquellos momentos donde hay una pequeña sonrisa, un encuentro casual o una tristeza y un pequeño llanto.

Una situación complicada

Número 14 / JULIO - SEPTIEMBRE 2024

Las historias de amor a veces pueden tornarse lúgubres y extrañas

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Ricardo Ortega

Facultad de psicología

Luego de colocar la maleta sobre el suelo, Favio despidió con la frialdad característica de la preocupación al conductor del taxi. Cerró la puerta del auto, dejando un sonido seco, y echó a andar por la banqueta. Le quedaban aún tres cuadras para llegar a su departamento, lugar en el que vivía junto a su novia, relación con un lustro de antigüedad. Cualquier persona con ideas sazonadas a las viejas costumbres creería que para ese momento ya deberían estar sobre la mesa todos los preparativos para el casamiento: Favio hacía un mes que había apartado el anillo de compromiso en la misma joyería donde su padre consiguió el propio cuarenta años atrás, y estaba a la espera del pago quincenal para liquidarlo de una vez por todas. Durante el trayecto, Favio venía cavilando todas estas cuestiones, aunque ya carentes de sentido para él. Temiendo llegar a casa, se quedó inmóvil detrás de la vitrina de un café, observando melancólico a las parejas que bebían y comían plácidos bajo las luces amarillentas de los LED. La noche exhalaba calor primaveral y al cielo lo decoraba, fija como estampa, una luna de arándano.

 

Se reprochaba a sí mismo la razón de sus acciones. La vergüenza le revolvía el estómago y advertía en los comensales miradas juiciosas, más bien incómodas por la presencia de aquel hombre que se tiraba los cabellos sudorosos. Uno de los meseros salió a la acera y antes de que pudiera encarar a Favio, él ya estaba cruzando la calle. En la siguiente cuadra se topó con el aparador de la tienda de figurillas de cerámica. En otra situación, el blanco impoluto de los personajes de caricaturas, hadas y cuanta cosa se le pudiera a uno ocurrir, no valdrían siquiera medio minuto de su tiempo, pero estando las cosas como estaban, le encontró encanto a los relieves, a los diminutos chipotes imperfectos de las curvas… Sin embargo, paró. ¿Para qué gastar tiempo escrutando la cerámica y vagabundear toda la noche de aparador en aparador buscándole interés a la cosa más fútil? En algún momento tendría que regresar a casa. Se enderezó. Acarició los gruesos vellos de la barba y comenzó a jadear de la desesperación. Sintió el corazón rebotando en los pulmones y la sangre se había transformado en hormigas que le caminaban por los brazos. Dio un paso en dirección a su edificio, luego otro, y otro, primero raudos y conforme iba aproximándose, cada vez más aletargados, casi ya sin levantar los pies del suelo. Los párpados se le anegaban y las lágrimas que le bañaban las pestañas distorsionaban la visión de las luces, haciéndolas largas y afiladas. En la puerta de la recepción se detuvo. Jaló la palanca con las manos temblorosas, despacio, y entró como si desconociera el sitio donde se encontraba. El guardia en turno siguió a Favio con discreción chismosa hasta la puerta del elevador.

 

En los escasos diez segundos que duró el viaje de la planta baja al piso del departamento, la mente de Favio fue bombardeada por un sinnúmero de pensamientos: imágenes, frases, voces inconexas. Algunos rememoraban lo ocurrido, otros vaticinaban el futuro y la mayoría, se preparaban para afrontar lo que en menos de un minuto Favio tendría que afrontar. Sonó un timbre agudo y las puertas del elevador se abrieron. Justo enfrente estaba la puerta del departamento número 802. Avanzó de puntillas, como en los dibujos infantiles, pensando que la discreción haría más fácil el trabajo. Sacó las llaves tomándolas todas en el puño, evitando hacerlas tintinear, e introdujo la indicada en la cerradura tan suavemente que el roce de los muelles no fueron perceptibles. La puerta emitió un breve gemido al doblar las bisagras. La luz de la habitación estaba encendida. Aún con el arrepentimiento presionándole la garganta y estrujándole el estómago, Favio llegó a ella. Dejó la maleta a un lado y miró con sus ojos cristalinos e hinchados a Leticia. Ella, recostada con la ropa de cama puesta y con el rostro blanco sonrosado, perdió la vividez pícara de sus mejillas, cambiándola por una expresión de terror al ver a su novio llegar tres días antes de lo acordado.

—¿Y…Y tu conferencia?  —dijo Leticia, acomodando el cuerpo—. ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así? ¿Pasó algo? ¡Favio, me estás asustando! ¡Dime algo!

Y Favio, sin emitir palabra alguna, se acurrucó en el pecho de Leticia y ahí se soltó a llorar.

—Mi amor. Mi corazón. Mi vida…

Leticia, sin comprender nada, le acarició el cabello a Favio, preocupada y disgustada. 

—¿No darás la conferencia?

Favio negó con la cabeza y se hundió aún más en el pecho de su amada.

—Pero dime qué pasó. En serio, me estás asustando.

—Yo… Yo… ¡Ay! Fue saliendo de la universidad. Alejandro, Marta y Gilberto quisieron que los acompañara a una fiesta. Acepté, aunque realmente estaba cansado luego de exponer mi cartel. Tome una botellita de cerveza. Trajeron otras tantas más y… ¡Amor, te lo juro! De no haber sido por ceder a la terquedad… ¡Pero compréndeme! No estaba en mi estado habitual. No era capaz de controlar mis actos. De una de las barras se me acercó una mujer… ¡Yo no quería! Eso debes saberlo. De no haber sido por ceder a la terquedad.

Favio se sujetó con fuerza a la blusa de Leticia. 

—Shhh. Shhh. Te comprendo. En ocasiones nos ganan los impulsos. Hay cosas ante las que, por más que queramos, no nos podemos controlar. Tranquilo, ¿sí? ¿Qué pasó después?

—Que… Que… —Favio miró a los ojos a Leticia. Tenía los labios caídos. Las lágrimas le humedecían el rostro y la respiración comenzaba a entrecortársele— Pues la besé. Así, solo eso. Le di un beso. Uno pequeño. Cuando terminamos sentí tanto asco… Salí corriendo. Llegué al hotel como pude, pues en mi desesperación olvidé el saco con la cartera ¡Me comprendes! Cometí un error. Uno muy grave. En la mañana no pude más con la culpa. Hice la maleta y compré el boleto del autobús más próximo a salir. 

—Te comprendo, vida mía. Te comprendo. De veras que sí. Agradezco que me lo hayas dicho porque eso refleja la confianza que nos tenemos, ¿o no? —dijo Leticia, sonriente. Retiró con los dedos dos gruesas lágrimas que se deslizaban por las mejillas de Favio.

—Perdóname, en serio. Te juro que no volverá a pasar.

—Te creo, te creo. Llevo cinco años contigo y sé perfectamente que no eres de los que tienden a engañar.

Del fondo de la habitación, una mujer apareció. Apunto estuvo de desanudarse la bata y decir alguna cosa, pero se contuvo a tiempo. 

—¿Dónde dejaste los pañuelos? —dijo Favio, girando la cabeza.

—¡No! Es decir, no me molesta que te limpies en mi blusa —dijo Leticia y apretó la cabeza de Favio contra su pecho. Le hizo un ademán a la mujer de que se marchara. 

Aquélla fue a por su ropa al baño, recogiéndola en un bulto, y salió, cerrando la puerta con la destreza del amante experimentado.

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Una situación complicada

Una respuesta

  1. No puede serrrrr
    Dejando de lado la INCREÍBLE forma de escribir, las maravillosas metáforas color arándano y la precisa descripción que hace temblar al mismo lector para al final quedarnos con el corazón en un puño tratando de decantarnos por una de la inmesa cantidad de emociones que arrastra ese final, el desarrollo de la historia es genial, sencillamente genial.
    Sigue sacando más cuentos pufis

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