Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente
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De un instante a otro, las manchas de mi pantalla comenzaron a cobrar forma y fueron tomando nitidez, que luego cálida y efusivamente saludaron. Aquellos personajes eran nada más y nada menos que el Hegel Pedroza Trío.
Esta es una formación de primera que tiene a Reona Sugimoto en la batería, Ulises Peña en el Contrabajo, y por supuesto a Hegel Pedroza en la guitarra. Todos ellos son parte fundamental de la escena del jazz en la Ciudad de México.
Su música no obedece límites ni fronteras, es subversiva y rebelde, etérea y caótica. Son dueños de un interplay que no había visto en mucho tiempo, y sobresale entre sus similares. Se asemeja a lo que hizo Bill Evans con Paul Motian y Scott LaFaro durante la década de los 60; quizá por su sonido tan íntimo y sensible o tal vez por su comunicación y control.
Ellos ponen la música como protagonista. Son las piezas, todas y cada una de ellas, las que transmiten la identidad mexicana sin ser cliché. No son solo miles de intervalos, escalas extrañas y ritmos ternarios, sino que los patrones rítmicos y armonías están a propósito allí, con plena conciencia para permitir crear y jugar más.
Malabareando con desequilibrios y miras a equilibrio. Ejecutan una improvisación que se transforma en composición colectiva inmediata. Es ahí donde se entretejen las ideas. También, algo característico de su sonido es que los ostinatos son la piedra angular de su improvisación.
Tienen una estructura constante, reiterativa y con peso en la realidad; esta mezcla resulta en un espacio de amplia libertad, donde los músicos pueden explorar a través de un estira y afloja con la armonía, los cambios y el ritmo. Siempre coqueteando con sus límites y con audacia desdibujando las líneas de lo seguro. Así terminan creando un diálogo democrático, horizontal y sin protagonismos.
Igual que el girar de un caleidoscopio, su música se va transfigurando en cada momento pero no se aleja de su hilo conductor que está atado a una misma lógica. Los temas son tótems inamovibles. Este trío ayuda a la audiencia a cambiar el ángulo perceptivo, dando así una perspectiva fresca con cada movimiento.
En vivo y en directo
Cuando los vi tocar en el Centro Cultural Ollin Yoliztli estaban enérgicos, prístinos e inmersivos. Emitieron un aura particular, de ensueño y duermevela. Esto hizo que todos los presentes en la sala nos preguntáramos si estábamos soñando despiertos. Cada nota es una epifanía y cada canción una revelación.
Aquellas pulsaciones casi palpables y el golpeteo titilante, constantemente nos arrastraban desde el mundo de la vigilia a un sentimiento supramundano, portentoso y fugaz.
La dinámica en la que participan me recuerda a un tendencioso problema de mecánica orbital, conocido como el problema de los tres cuerpos: donde en un sistema cerrado de dos cuerpos, como por ejemplo un planeta y su luna, sus interacciones son predecibles y su órbita es estable y regular. Sin embargo, al introducir un tercer cuerpo, la situación cambia drásticamente, el sistema se vuelve impredecible y caótico, aunque sigue siendo estable en un sentido global.
De manera similar, este trío opera en una dinámica compleja y fascinante. Cada músico se desempeña con una identidad clara y bien delimitada, pero juntos crean una interacción que es impredecible y llena de sorpresas.
Al igual que en este fenómeno físico, es imprevisible y no conlleva desorden sino una forma de estabilidad superior. Verlos tocar es formar parte de algo más grande, de algo ritualístico y auténtico, de algo nuevo y maravilloso. Es ver la magia suceder.
Tres voluntades hechas realidad. Juntas pero no mezcladas, contiguas pero no continuas, tan pequeñas y a la vez tan grandes, tan brillantes y cálidas. “Cómo un pulso que golpea las tinieblas”1
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