Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Crédito: Foto de Aidan Roof de Pexels
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Sebastián García Báez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Holaaa, soy Sebastian un estudiante de la FCPYS que considera la amistad y a su gato como lo más importante en el mundo. Me encanta ver películas, leer y escuchar, música. De igual forma disfruto mucho de la escritura, aunque muchas veces me da pena compartir lo que redacto.

Último recuerdo

Número 15 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2024

Ese amor que consideraba tan cálido terminó por ceder ante la congelación, como un hielo…

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Sebastián García Báez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Se siente raro, todavía la extraño. Me acuerdo de lo brillante de sus ojos cuando les daba el sol, también de su sonrisa, tan blanca que irradiaba una especie de pureza. Me acuerdo de eso y todo lo demás. Imágenes constantes de ella que me persiguen, que me hacen volver al pasado.

Era junio, ya bien entrado el calor del verano. Nos encontrábamos en su departamento, sitio de tantos recuerdos recolectados juntos, el lugar donde nuestra intimidad se formó. Me había invitado a desayunar, cocinamos juntos, algo sencillo, pues éramos pésimos en ello. Una vez acabada la odisea que incluyó un huevo y arroz, decidimos sentarnos en la pequeña mesa que se encontraba al lado de la sala. Ahí empezó el extraño humor del ambiente, ese que se forma cuando sabes que algo no va del todo bien. Me mantuve callado, como hacía siempre que me siento incómodo, probablemente una costumbre derivada de mi cobardía. Comencé a comer tratando de evitar lo que me fuese a decir. Se percató de mi intento de evasión así que empezó a preguntarme cosas con respecto a lo que había estado haciendo en esos instantes de mi vida:

–¿Qué tal la universidad? –dijo con su tierna voz–. Supongo que bien, siempre te ha ido bien en lo que se refiere a los estudios.

–Sí, bien –respondí de manera áspera–. Aunque no me gustan mucho los grupos en los que me encuentro, me parece que la mayoría de mis compañeros se comportan de una manera demasiado infantil.

–Bueno, a ti todo el mundo te parece infantil. 

–Puede ser, pero es que no soporto a los adultos que se comportan como niños. Es como si vivieran encadenados a una manera de ser que ya no corresponde con las acciones que llevan a cabo, me parece terrorífico.

–Puede que lo sea… –dijo en voz baja–. Para el futuro…

Después de unos cuantos segundos callados logramos terminar nuestros platos, bueno yo logré terminar mi plato, pues me percaté que ella nunca tocó el suyo.

–¿Otra vez estás dejando de comer? Me parece que hace rato lo habías dejado, no me digas que nuevamente…

–¡Cállate, no tienes ni idea de lo que me está pasando! –me interrumpió gritando–. No tienes ni idea de lo que me está pasando.

De nuevo el silencio, tenía razón, no tenía la menor idea. Fui un hombre solitario la mayor parte de mi vida, al que le costaba seguir adelante y retrocedía constantemente solamente para ver el lamentable pasado. Me alejaba del presente, tratando de reconciliarme con mis pensamientos sobre el futuro. No apreciaba la presencia de los demás, no lograba entender su dolor, no me permitía abrirme porque tenía miedo a salir lastimado. Siendo ese imbécil me preguntaba: “¿cómo es que soy parte de la vida de ella?”, realmente no lo comprendía. 

Yo alguien tan ajeno a todo, ella tan abierta al mundo. Puede que siempre hayamos sido incompatibles, pero eso no importaba porque nos amábamos. Creía que, aunque me costara demostrar mi cariño, ella se percataba de lo mucho que la quería. Idiota de mi parte, sin duda, no es posible que los demás sepan lo que sientes si nunca lo dices o al menos lo haces notar. Es así de simple. Era, soy y probablemente seré un tonto. Al menos así lo parece. Fue entonces, cuando sus pupilas se volvieron cristalinas, como llenas de lágrimas, pero nada salió. Estaba mostrándome su fuerza, me enseñaba que no ella no era débil, que el débil era yo.

Ese lamento retenido cambió rápidamente. Parecía que iba a explotar, en cualquier momento iba a insultarme. Pero nuevamente se reprimió, la cara roja que tenía súbitamente se calmó. Suspiró fuertemente y fue a tirar su plato lleno al bote de la cocina. El frío me atacó, una ráfaga helada inundó mi cuerpo. Ese amor que consideraba tan cálido terminó por ceder ante la congelación, como un hielo, nuestra relación se volvió densa pero igual de frágil. La tensión era insoportable. El lugar que fue mi segunda casa me era extraño, estaba perdido. Mi corazón latía fuertemente, como si quisiera salir para encontrar un pecho vacío donde asentarse, un cuerpo en el que la mente estuviera tranquila y así poder bombear suavemente.

Una vez acabó de desechar el desayuno que tanto nos había costado hacer, se retiró a la sala, sentada en el piso al lado de la ventana, contemplando el paisaje, si así puede llamarse, de las vistas que otorga la ciudad. Al ver esto, me llené de alivio, empecé a moverme hacia ella, la seguí, probablemente invadiendo su tranquilidad me acosté a su lado, ella hizo lo mismo. Estábamos tirados en el suelo de su sala, viendo el techo. Una especie de ritual, que quién sabe dónde empezó. Volteé a verla, tan linda como siempre. Pasó el tiempo, no me atreví a decir nada. Solo escuchaba mis propios quejidos, esos que surgen cuando llevas mucho tiempo en lo mismo. Finalmente, una voz, su voz:

–Sabes, esto ya no es lo mismo.

Yo lo sabía, hacía rato que no era lo mismo, pero me limité a decir:

–Lo sé. 

Se puso de pie, dirigiéndose a la ventana. Me incorporé, sentándome para verla. Entonces una frase salió de su boca, no, de su alma:

–Esto se acaba hoy.

Me dolió, pero no me sorprendió. Me levanté, tomé mis cosas y me fui. Sí, así, sin decir nada la dejé o más bien me dejó. El tiempo pasó, como siempre lo hace. Ahora me encuentro en mi sala, tirado en el suelo. No paro de pensar en ella, pero ella ya no está.

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