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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Omkar Patyane/Pexels
Picture of Kenya Michelle Robles López

Kenya Michelle Robles López

Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza

Kenya Robles, mujer-ceiba. La encuentras en problemas bioéticos, leyendo un libro o escuchando k-pop. .

Publico, luego existo

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Omkar Patyane/Pexels “¿Para qué publicamos? ¿Para quién publicamos? Pero, sobre todo, ¿quién está detrás de nuestras publicaciones?”

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Kenya Michelle Robles López

Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza

“No es lo mismo que tú, en este salón de 4×4 me digas que lo hice bien, a que lo publique en
Facebook y reciba 30 likes”
Lucía, amiga

El neurólogo Antonio Damásio nos explicó ya desde 1994, que las emociones y sentimientos no son procesos separados de actividades, por ejemplo, como la de tomar una decisión ética. En su obra, El error de Descartes, nos detalla porqué el “pienso, luego existo”, es un craso error. Imaginemos el cuerpo humano como un árbol. Las flores no están separadas de los frutos, y las hojas son necesarias para captar la luz que a su vez será utilizada para la fotosíntesis, que finalmente dará energía al árbol, a sus flores, frutos y hojas.  En otras palabras, todo está conectado. No podemos pensar –a estas alturas de la ciencia–, como explica Fowler, que el cerebro está separado en un lado “emocional” y otro “lógico-matemático”.

Los humanos somos seres sociales y estamos inmersos en intrincadas estructuras sociales. Las características de la red social de un individuo pueden afectar cómo se siente, comporta e incluso y más recientemente, hasta su postura política.

Claramente, los atributos de las redes sociales influyen significativamente en la cognición, el comportamiento y el afecto de las personas. Sin embargo, los mecanismos que subyacen a estos efectos siguen siendo poco conocidos. Pero este escrito no pretende ser una tesis que explique el trasfondo de ello, más bien desea que usted, lector, lectorx, se cuestione, recuperando a Damásio, (porque es el tema central –a mi parecer– de las redes sociales: el impulsarnos un sentimiento y una emoción), ¿para qué publicamos?, ¿para quién publicamos?, pero, sobre todo, ¿quién está detrás de nuestras publicaciones?

El iceberg de las redes sociales comienza con lo más bello: la generación del amor propio, ser tu propio museo (tener la mejor versión de ti en Instagram, por mencionar una red social), acceder a la vida privada de otras personas que admiramos, y la creación de un nuevo lenguaje, en pocas palabras: Wittgenstein, Instagram, Bad Bunny, TikTok y los emojis están al mismo nivel.

Me explico, Wittgenstein fue un filósofo conocido por sus estudios en el lenguaje y por su famosa frase: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”. Imaginemos que no existiera una palabra para la luz que pasa verticalmente a través de las hojas de los árboles, dejando esas bellas formas de luz y sombra, bueno, pues no haría falta inventarla, porque ya existe y es una palabra japonesa: komorebi.

Instagram nos permite presentar nuestra vida, pero mejorada, ¿a quién no le gustaría tener mariposas volando alrededor de la cabeza todo el tiempo con una estética impecable? Somos, como diría Ter (youtuber ALTAMENTE recomendada), nuestro propio museo de Louvre.

Siguiendo por ese camino, escuchar un “dime dónde tú está que yo por ti cojo un vuelo y a Yonaguni le llego” de Bad Bunny, o escuchar una entrevista muy personal, es algo que sin las redes sociales no tendríamos acceso, y por ahora es TikTok quien nos mantiene actualizadxs.

Finalmente, pero no menos importante, los emojis son una extensión de nuestro lenguaje. Todx quien me esté leyendo sabrá perfectamente a qué se refiere una persona cuando manda el emoji de flamita, y no, nada se está exactamente incendiando.

Bajando en el iceberg, ¿realmente publicamos sólo para compartir? ¿O existe una necesitad de ser reconocido? Me contaba Lucía, “es que a quién no le gusta recibir 30 likes en algo que publicó”, y claro, no es que ella demerite mis halagos o cumplidos, simplemente que somos, como ya lo mencioné, seres sociales.

Supongamos la siguiente situación. Si un árbol en medio de un bosque cae y nadie lo escucha, ¿realmente hizo ruido? Lo mismo sucede con mis publicaciones: si subo una foto a Facebook, Instagram, Snapchat, etc., y nadie la ve o reacciona a ella, ¿realmente publiqué algo? ¿Realmente existe siquiera esa publicación?

El fondo de nuestro iceberg se llama capitalismo y neoliberalismo, pero tampoco ahondaremos en ello, solamente diremos que nosotros somos –una vez más– el producto. Le enseñamos al algoritmo lo que nos gusta, pero (aquí inserte a Mr. Increíble en blanco y negro), eventualmente el algoritmo nos enseña lo que nos debe gustar y, por lo tanto, lo que debemos consumir.

Para cerrar, me gustaría encarar al lector o lectorx: ¿por qué querría una gran empresa multinacional incurrir en los enormes costos de desarrollar una red social, una plataforma de streaming, un sistema de correo electrónico para que lo usemos gratis? Si no estamos pagando con dinero, ¿de qué otra forma estamos pagando?

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Publico, luego existo

2 respuestas

  1. Excelente artículo, las redes sociales son un fenómeno que avanza a pasos agigantados, tanto que ni tiempo hay para analizar, estudiar y experimentar todo lo que ellas implican, que bien que existan científicos que esten interesados en esta problemática

  2. Las redes sociales es una forma de socializar a nivel macro, aunque es un arma de dos filos, seria muy interesante conocer el impacto a corto y largo plazo en lo emocional, social, y económico,

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