Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Las ganas de llorar por la nostalgia de los recuerdos me encontraron débil aquella tarde dorada y vibrante en la que fui a visitarte al panteón Xoco. La quietud solemne del lugar me recibió entre lápidas de piedra llenas de flores delicadas y perfumadas que decoran las tumbas con su belleza -efímera- igual que la vida. El sol que se filtra a través de las ramas de los árboles proyecta rayos de luz suave y reconfortante que hace que el lugar parezca cálido y no tan malo.
El camino está envuelto de serenidad, el aire está impregnado con una calma profunda como si la vida y el tiempo se detuvieran ahí; no hay más que vidas vividas que se honran con versos grabados en las tumbas, como el que dice: ¨para tu tumba una flor, para tu alma la gloria y un altar en tu memoria. Recuerdo de tus familiares (1932-2015)¨
En este lugar la quietud eterna se convierte en fiel compañera, solo se rompe por el suave murmullo de las hojas, el canto de los pájaros y el aleteo constante del colibrí que, ajeno a mi presencia, parece acompañarme a donde vaya. Finalmente llegué a tu tumba, me detuve en silencio; y al mirarla no pude evitar recordarte sentado con la pierna cruzada en la sala de la casa, comiendo la nieve de limón que comprábamos en el mercado o la guayaba rosa de tu jardín que te gustaba; te recordé con el bigote pintado ¡más negro que nunca! y hasta creí oír de nuevo tu voz diciéndome ¨pachona”.
Cada recuerdo es un eco lejano de tu presencia, pero también es lo que ha alumbrado la oscuridad de mi dolor, es lo que me permitió seguir estos nueve aniversarios sin ti. Recordarte es mantenerte vivo porque hace que tu esencia siga impregnada del aire de mi existencia y constantemente me recuerde quien soy, de dónde vengo y adónde voy.
El sol se alza en el horizonte y solo el colibrí posado en tus flores, y mi madre, son testigos del duelo de mi alma que llora por lo que pudo haber sido y no fue, por los sueños perdidos, y por la promesa rota de no haber podido celebrar juntos el dia de la familia.
Hoy me sigues doliendo igual que el primer día de tu partida, pero después de tanto, entiendo que siempre estás conmigo, congelado en mis recuerdos, y apareciéndote en forma de pajarito cuando más te necesito.
El susurro del viento me recuerda la fugacidad de la vida y bajo la inevitable certeza de la muerte me consuela saber que no te vas porque sigo siendo parte de ti, porque te encuentro en los ojos de mi tía, en las pecas de las manos mi madre y en forma de pajarito colibrí.
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