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CRÉDITO: El Clarín | BBC News
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Pablo Andrés Hernández Meza

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

La rusofobia: un prejuicio alentado por intereses geopolíticos

Actualidad

Opinión

¿De dónde viene el rechazo hacia la cultura rusa?

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Pablo Andrés Hernández Meza

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

El miedo a la otredad no es propio del siglo XXI. El prejuicio hacia quienes poseen un color de piel, practican una religión distinta o mantienen costumbres e ideas diferentes a las que son mayoritarias en un territorio determinado proviene desde la antigüedad. Basta recordar las ideas que los europeos tenían sobre los pueblos que habitaban fuera de la zona de influencia de sus Estados, a los cuales veían como bárbaros, incivilizados e infieles (en relación con el catolicismo). En la actualidad una de las facetas que ha adquirido ese temor a lo desconocido es el rechazo hacia la cultura, idioma, tradiciones, expresiones artísticas, valores y formas de pensar provenientes de Rusia.

Desde que la Rusia de los zares se consolidó como una potencia militar y económica durante el siglo XVI, las élites de los Estados europeos como Francia, Polonia o Suecia comenzaron a percibir a este país como una amenaza a sus intereses; entre sus motivos para asumir tal actitud destacan la gran extensión territorial rusa (que por ese entonces equivalía aproximadamente al doble del actual territorio mexicano), así como las diferencias culturales y religiosas entre los rusos y la mayor parte de habitantes de Europa.

A diferencia de la mayor parte de los países europeos, en Rusia no se adoptó el catolicismo como religión mayoritaria, sino el cristianismo ortodoxo; lo anterior implicaba que los fieles rusos no obedecían al papa de Roma sino al patriarca de Constantinopla (actual Estambul); a partir de la caída del Imperio Bizantino en manos de los otomanos en 1453, se constituyó la Iglesia Ortodoxa Rusa.

A diferencia de las lenguas romances y anglosajonas, el idioma ruso no utiliza el abecedario latino para su escritura, sino que emplea el alfabeto cirílico creado hacia el siglo VIII por San Cirilo, un monje bizantino que se dedicó a introducir el cristianismo ortodoxo en las actuales Rusia y Ucrania. Para desarrollar este sistema de escritura, se tomó como base el alfabeto griego (utilizado en ese tiempo por los bizantinos), por lo que muchas de sus letras tienen similitud con caracteres helénicos.

A las diferencias religiosas y culturales se debe añadir que la caída del Imperio Ruso dio paso, tras la Revolución de Octubre dirigida por Vladimir Lenin, a la formación y consolidación del primer Estado socialista en el mundo: la Unión Soviética. Este hecho constituyó una amenaza para las élites capitalistas en gran parte de los países del mundo, puesto que la expansión de un modelo político, económico y social que beneficiara a las clases trabajadoras significaba una amenaza a sus intereses. Por lo tanto, la narrativa predominante en estas naciones fomentó el miedo irracional a todo aquello que tuviera origen en la entonces URSS.

Otra de las bases de la rusofobia se puede encontrar en las tensiones geopolíticas que este país ha mantenido con las potencias hegemónicas desde el siglo XVIII. En este sentido cabe mencionar la disputa entre los Imperios Ruso y Británico por el control de Asia y el Pacífico Oriental durante el siglo XIX conocido como el Gran Juego. De igual manera destaca la fuerte rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, un proceso conocido como la Guerra Fría y que sólo concluyó con la desintegración de la URSS en 1991.

Aunque la Unión Soviética y el bloque de países socialistas cayeron hace tres décadas, la rusofobia ha perdurado hasta la actualidad, mediante un discurso hegemónico impulsado principalmente por las élites de Estados Unidos y las potencias occidentales, el cual asegura que los rusos quieren conquistar al mundo y acabar con las libertades y el modo de vida occidental. Bajo este argumento, se busca que la población de estas naciones rechace avances tecnológicos o científicos, así como las manifestaciones artísticas y culturales procedentes de este país.

Un ejemplo de lo anterior fue el rechazo generado por las élites occidentales hacia la vacuna Sputnik V contra el Covid-19 desarrollada por el Centro Nacional Gamaleya. Sus creadores cumplieron con las tres fases de investigación para que un fármaco de esta naturaleza se aplique masivamente a las personas y la prestigiosa revista científica británica The Lancet avaló el trabajo de los científicos rusos. A pesar de tales circunstancias, distintos medios de comunicación afirmaron que se trataba de un producto de mala calidad con el que Rusia pretendía expandir su influencia en el mundo. En México, tales planteamientos encontraron eco en políticos y comentaristas de derecha como Lily Téllez y Jorge G. Castañeda.

Por otra parte, desde las élites occidentales se difunde la idea de que Rusia constituye un régimen bélico con pretensiones de agresión militar y conquista en contra de sus vecinos. Este prejuicio surgió como respuesta a la independencia de la península de Crimea de Ucrania y su posterior incorporación a la Federación Rusa hacia mediados de 2014; tal narrativa ha cobrado vigor tras el inicio de la así llamada operación militar especial en ese país de Europa Oriental en febrero de 2022. Como dato curioso cabe mencionar que los ministros de defensa rusos desde 2012 (Serguéi Shoigú y Andrei Beloúsov) han sido funcionarios de origen civil con formación universitaria.

El prejuicio creado en Occidente contra Rusia se encuentra alejado de la realidad. El territorio ruso ha sido blanco de distintas incursiones militares a lo largo de su historia debido a su posición geográfica: desde la expansión del dominio de Gengis Khan, pasando por las guerras contra el Imperio Otomano, Suecia y la Mancomunidad de Polonia y Lituania, hasta las campañas de Napoleón Bonaparte y la experiencia más reciente y más dura para este país, la agresión de la Alemania Nazi durante la Segunda Guerra Mundial, cuando 25 millones de soviéticos perdieron la vida entre 1941 y 1945 defendiendo a su país en un conflicto y cuyo episodio más duro y prolongado fue la defensa de Leningrado (actual San Petersburgo) entre 1941 y 1944.

El 9 de mayo se conmemora en Rusia el final de la Segunda Guerra Mundial con la rendición de las fuerzas alemanas ante el Ejército Rojo. En recuerdo de los combatientes que participaron en el conflicto y como un mensaje de lo que implica la guerra dirigido a las generaciones más jóvenes, la gente sale a las calles de pueblos y ciudades portando los retratos de sus antepasados que fueron movilizados hacia la defensa del país. Este desfile que con los años se ha vuelto una tradición del pueblo ruso se denomina como el Regimiento Inmortal y en Moscú es encabezado cada año por el presidente Vladimir Putin.

La rusofobia que impera en los países occidentales durante los últimos años se explica (al igual que en el pasado) por las tensiones geopolíticas del primer cuarto del siglo XXI, en las cuales se enfrentan los países de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza, contra Rusia. En este sentido, es pertinente señalar que desde la caída del bloque socialista Washington se comprometió a no expandir la Alianza Atlántica hacia Europa del Este y las nacientes ex repúblicas soviéticas, promesa que no cumplieron los presidentes estadounidenses.

Por su parte, los líderes rusos (Boris Yeltsin y posteriormente Vladimir Putin) han exigido en reiteradas ocasiones el cumplimiento de la promesa inicial de no ampliar la OTAN hacia las fronteras rusas. Lo anterior se debe a que la inclusión de países como Letonia, Estonia, Lituania o Polonia en este bloque militar abriría la posibilidad de que el ejército estadounidense pueda colocar misiles que apunten hacia el territorio ruso, así como preparar una eventual invasión al país. Desde 2013 los distintos gobiernos de Ucrania estrecharon su cooperación militar con Estados Unidos sirviendo a los intereses expansionistas de esta potencia, cuyo objetivo consistía en utilizar el territorio ucraniano como base para un ataque eventual contra la Federación Rusa.

En suma, la rusofobia no es un fenómeno actual. Tiene sus orígenes en la época misma en que Rusia se consolidó como Estado hacia el siglo XVI, fomentada por las disputas territoriales, así como por las diferencias culturales, religiosas y lingüísticas que este país tiene con respecto de Europa Occidental. Sin embargo, las características que ha adquirido este problema en la actualidad obedecen a los intereses de las élites estadounidenses, las cuales fomentan el odio hacia este país en respuesta a la firme defensa de los intereses estratégicos de la Federación Rusa que ha realizado el gobierno de Vladimir Putin durante las últimas dos décadas. Ojalá que en el futuro, los dirigentes de Estados Unidos adopten una posición de cooperación y no de confrontación hacia Rusia en beneficio no sólo de este país, sino de la humanidad.

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