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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
TERCERO DÍAZ/CUARTOSCURO.COM
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Carol Flores Muñoz

Escuela Nacional Preparatoria-7, UNAM

La fuerza es superior al miedo

Número 1 / ABRIL - JUNIO 2021

Con este confinamiento me he perdido, me he encontrado, he cambiado, he descubierto materia que tenía, pero que desconocía, he pasado días enteros con gran optimismo, otros con pesimismo.

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Carol Flores Muñoz

Escuela Nacional Preparatoria-7, UNAM

Nerviosa, así me sentía al escuchar las primeras noticias sobre el concurso de selección a nivel medio superior que escuchaba en la secundaria. “¿A cuál te irás tú?”, “¿Está difícil el examen?”, “¿Cuántos aciertos pide la UNAM?” Eran las preguntas que todos los de tercer grado nos hacíamos. Todos sabían que yo tenía un letrero pegado con las letras “UNAM”, además, los cursos de apoyo estaban de promoción, y entré en uno. Todos estábamos al pendiente de cualquier aviso. Nuestros días tenían desvelos, tareas, trabajos, obligaciones familiares.

Y ¡Pum! Desde el lunes 16 de marzo de 2020, dejé de ir a la escuela. Los directivos habían dado un plazo de 20 días para regresar, ya que había empezado una “cuarentena” por una enfermedad originada en China. Las primeras dos semanas no tuvieron un rastro de preocupación, sino de descanso y tiempo para mí, recuerdo que fue divertido no tener clases por un largo tiempo. Me mensajeaba con mis amigos o hacíamos videollamadas: extrañamos lainteracción social. Al fin tenía un poco de tranquilidad, la cual se esfumó con el aviso de días después sobre las tareas que debía enviar a través de una plataforma educativa. Continúe estudiando arduamente, mañana, tarde, noche y madrugada. Entrar en la UNAM era mi mayor sueño desde pequeña. Por otra parte, tenía un atisbo de esperanza en la preparatoria, porque creía que conocer a más personas como yo me ayudaría a descubrir la carrera que estudiaría.

Tenía un tiempo definido para mi examen de admisión: 21 de junio de 2020. La inquietud adornó mis pensamientos cuando caí en cuenta de que lo contestaría un día antes de mi cumpleaños número 15. Tras el disgusto de desconocer cuándo regresaría a la escuela y el desagradable encierro, me dispuse a hacer algo fructífero, como escribir, leer, ¡por fin saqué mis libros empolvados! ¿Y dónde quedaban mis amigos? Esos lazos que se forjaron toda la secundaria se rompieron con la distancia.

Desde ese momento descubrí el amor a la lectura. Pensaba en estudiar algo relacionado con las letras y la escritura castellanas. Todo podía ser, la frustración de no establecer mi carrera dificultaba mi existencia hasta un punto emocional polarizado. Prácticamente, mi tiempo se dividía en mi casa, mi escuela y la lectura. Después de ayudar con las tareas de mi casa y de entregar mis actividades escolares, reproducía mis canciones favoritas de ese momento y dejaba volar mi imaginación en una hoja con ayuda de un bolígrafo. Tiempo después, quise realizar más actividades… Tenía que cambiar la rutina que había inventado yo sola. Tomé mis mejores habilidades en el ejercicio y en la danza y las introduje en el buscador de YouTube.

Cientos de videos llamaron mi atención. ¡Quería hacer todo eso! Ganaría flexibilidad y así moverme con esa espectacular liviandad. A finales de abril podía hacer mi lista de metas:

-Escribir

-Leer

-Ejercitarme

-Bailar

-Entrar en la UNAM

-Cuidarme de la nueva Covid-19 o coronavirus

Todo iba según lo planeado, el 21 de junio estaría lista para las 128 preguntas que me esperaban, haría mi primer poema y podría bailar una coreografía completa. Sin embargo, mi incertidumbre se aplazó al ver una bonita infografía sobre el cambio de fechas para el examen en las últimas semanas de mayo.

Mi graduación de la secundaria estaba cerca, las guías anchas y pesadas del curso extracurricular estaban llenas de apuntes y subrayados. Aun así, seguí en busca de mis metas. Después, las nuevas y exactas fechas sobre el examen se publicaron: el 16 de agosto de 2020. Pasó junio, celebré mi cumpleaños, había acabado las guías, así que descansé un momento. Me enfoqué en la escritura y la danza. De esta manera pasé a julio. Dos meses de completo descanso, puesto que ya me habían entregado mi certificado de secundaria sin graduación alguna. La monotonía se había vuelto tediosa, nada me complacía, nada me emocionaba, estaba enojada todo el tiempo. Además, mi examen pasó a segundo plano, conocer la guía completa me hastiaba, las peleas con mi familia me volvían extremadamente sensible.

No sabía qué estaba sucediendo conmigo.

Una semana antes del 16, repasé un poco de matemáticas, releí las secciones de geografía, física, biología, y química. En un pestañeo, mi familia y yo nos dirigíamos al lugar de destino, mi destino. Horas antes de salir, estaba tranquila y mentalizada, nada comparado al manojo de nervios que viajaba en ese carro, atemorizada por las posibles equivocaciones que tendría al presentar mi examen. Dos horas y media contestando el cuadernillo de preguntas, recordando todos mis aprendizajes de años pasados, amedrentada cuando desconocía alguna respuesta, soportando el ahogamiento del cubrebocas, el dolor en mis orejas por cargar mis lentes y los resortes rígidos de la mascarilla. Mi experiencia fue muy diferente a lo que imaginé antes de la Covid-19.

Salí tan ¿sorprendida? ¿tranquila? He de admitir que había un poco de miedo en mis manos que todavía temblaban, pero después de tantos meses me sentí aliviada de un gran peso que tenía todos los días a todas horas.  Así como salí, regresamos a casa. En el camino compraron mi comida favorita, postres y festejamos con una película. Estaban orgullosos de mí. Yo estaba felizLo que restó de agosto y mayor parte de septiembre se fue con la espera de los resultados, y de actividades que me inventaba para erradicar el aburrimiento y la pereza que vivían en mí, entre ellas el fuerte entrenamiento al que me sometí. Desafortunadamente, por la falta de descanso, me lastimé la rodilla izquierda y dejé de hacer ejercicio. En esos momentos lo único que me quedaba, aparte de limpiar mi habitación y la casa, eran la escritura y la lectura, puesto que era descanso total, y cuando disminuyera el dolor, movimientos con poco esfuerzo físico.

Con este confinamiento me he perdido, me he encontrado, he cambiado, he descubierto materia que tenía, pero que desconocía, he pasado días enteros con gran optimismo, otros con pesimismo. Mi ánimo fluctúa entre la línea del estado ecléctico.

A veces, blasfemo contra ella; a veces, la agradezco.

Mi inspiración para escribir esto fueron las situaciones muy delicadas que he vivido junto a mi familia, aquellas que me dejaron una cicatriz emocional y las que me impulsaron para seguir con los días insípidos (risas, bromas y tardes de procrastinación pura), los momentos de estrés escolar, los cuales me hacían cuestionar mi potencial y me volvían insignificante, aunado a los problemas de autoestima que supongo todos los adolescentes tenemos, mas no expresamos. Digo con un poco de vergüenza que blasfemé contra ella, porque me restringió de muchas oportunidades que había esperado por mucho tiempo, porque rompió mi ilusión.

Entre la incomprensión de la soledad

Tan pronto como te fuiste,

admiré tu manera de exhibirme

ante la incógnita de mi ser.

Ahora, mi alma se ahoga

en el mar de lo perdido;

me devuelve al desdén

de la realidad y la ilusión.

Cuando el ocio se apodera de la mente y el cuerpo, estos entran en un estado de desconocimiento, en el que nada se siente a gusto. En mi caso, ante la inmadurez de pensamiento, me hundí en la depresión, en la que poco a poco me recriminé la falta de habilidades en muchos aspectos, una de ellas fue en la danza. Yo, que amo bailar, me reprendí por vivirla con pasión al fracasar en una maniobra de alto nivel, porque el dolor de mi rodilla izquierda seguía latente. También me reñí con dureza por cambiar constantemente de ideas para crear otra historia. La indecisión era tan grande que dejé de bailar y escribir. Pensé que no merecía vivirlas porque era ignorante e incapaz, dejé lo que amaba por un buen tiempo. Y desde ahí, me ofusqué en la utopía y distopía, lugares a los que llevaba mis experiencias de la realidad. Como una forma de “hablar con alguien”, grababa videos en los que hablaba de la recapitulación completa de mis días o de mi semana. Tenía insomnio, despertaba inundada de lágrimas, tenía ansiedad que saciaba con comida, y marqué una distancia enorme con mi familia. Me sentía débil y furiosa.

Poco tiempo después salieron los resultados para la UNAM: había entrado en mi segunda opción. Tuve que haberme puesto feliz, ya que estaba dentro de la mejor universidad de México, sin embargo, todo se desmoronó cuando supe que mi segunda opción no estaba entre el conocimiento de mis padres. Me llevé una gran reprimenda y recriminaciones por mi inmadurez (otra vez). Me había faltado un solo acierto para mi primera opción, punto que, después de una revisión, había sido la pregunta de geografía que cambié al final. Me sentí la peor estudiante y persona del mundo. No tuve más que inscribirme en el plantel que tenía un lugar para mí, ya buscaría el cambio de plantel. Todo sucedió tan rápido que la resignación me acompañó hasta mi primer día de clases: un 28 de septiembre en el que ya tenía tarea. Conocí a mis nuevos compañeros, maestros y me hice de mi primer y única amiga gracias a los equipos de física. Conforme se acercaba el cierre del periodo, los profesores nos llenaban las plataformas de tareas y actividades, fue una locura nueva, así como tomar clases en cama. Sí, estaba cansada debido a los constantes desvelos, pero me sentía mejor a comparación de meses atrás.

A punto de terminar mi primer año en la preparatoria y de cumplir un año de confinamiento, escribo con seguridad que los tiempos duros forjan personas fuertes, y aunque hay momentos irreversibles o sin alguna solución, al amanecer, poco a poco se disiparán. El distanciamiento social y la enfermedad por Covid-19 ha sido un tiempo lleno de incertidumbre, temor y melancolía que ha afectado a niños y adultos, empero, siempre nuestra fuerza será superior a nuestros miedos. Faltan muchos aspectos que recalcar, pero este es el más importante para mí. Con sumo cariño y entusiasmo, espero que se sientan identificados y apoyados con una pequeña parte de mí.

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