Facultad de Derecho
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No tenía nada, lo había perdido todo. Dejé de ser aquello que creía que era, pero que ni siquiera estaba seguro de haber sido. Es cierto, es verdad, siempre tuve la certeza de que nada de esto es real.
– “Recuerda los buenos momentos. No olvides a las personas que te queremos Organiza tu vida. Replantea tus metas. Mira hacia el futuro”– me decían.
Pero sabía que no iba a poder. Y es que ya no contaba con las energías ni las ganas suficientes para querer regresar, recordar, organizarme y volver a comenzar. Antes quizá lo hubiera hecho. Probablemente ayer todo esto lo hubiese visto como un juego. Respirar profundamente y avanzar era lo único que necesitaba para continuar. Sin embargo, esto perdió el sentido, y entonces tropecé, caí al abismo. En esta caída pude ver lo absurdo e irregular en su forma, pude ver que todo este tiempo invertido –y que ahora consideraba perdido–, había gateado, caminado e incluso, corrido. Sin pensar en ello, sin preocuparme por el por qué, simplemente lo hacía. Cuando caí llegué a sentir alivio, pues entonces noté que todo este tiempo, no me gustaba a dónde me dirigía…
En todo esto se encontraba pensando Víctor mientras iba camino de regreso. Estaba en el último vagón del tren de aquella ciudad. Mirando hacia la puerta de donde entraban y salían cientos de caras, cientos de vidas, cientos de historias… cientos de pequeños universos.
–¿Qué estará pensando aquella señora? ¿Estará cansado aquel hombre? ¿Tendrá algún problema aquel joven? ¿Será feliz aquel niño? – Se preguntaba.
Esa necesidad constante de ubicuidad hizo que, en medio del calor, temperaturas ajenas y sudores compartidos, absurdamente comenzara a tener un enorme escalofrío. Su cuerpo empezó a congelarse, sus manos temblaban, sus dientes chocaban unos con otros, su aliento se sentía tan pero tan helado que causaba cierta impresión verlo ahí parado, viendo posible lo imposible que estuviera tratando de sostener su propio peso. Su mente comenzó a disociarse, su vista se nubló como en otras ocasiones, su corazón parecía acelerar más fuerte que el tren en donde viajaba.
Las personas, por irónico que pareciera, a pesar de que el rostro de Víctor expresara a gritos necesitar ayuda, simplemente se alejaban. Miraban de reojo al melancólico aspecto del Joven y se apartaban, lo dejaban solo. Esto únicamente hacía que Víctor se preguntara más cosas, que le llegaran pensamientos intrusivos, preguntas negativas con respuestas destructivas. El agente originador del sentimiento que había estado experimentando desde el año pasado lo podía hallar en todos lados, lo veía en todas partes, los perseguía a donde quiera que fuera o se encontrase. En aquel gesto despectivo, quizá un tono de voz indiferente, probablemente una mirada de rechazo, eran detonantes suficientes para que Víctor se hundiera más y más en el abismo.
Llegó a la estación en donde tenía que bajar. Tomó su mochila fuertemente, se puso firme, preparó su cuerpo para soportar los empujones de las demás personas. Pero de pronto, las ganas se le fueron. Decidió quedarse ahí, en aquel tren, en aquel vagón. De pronto perdió el sentido de donde se encontraba, perdió las ganas de preguntárselo, se olvidó de sí mismo. Pocas energías quedaban para ayudarlo a luchar y con esto poder moverse. Simplemente se quedó mirando la salida del vagón, escuchó la alarma que anunciaba el cerrar de la puerta y continuó viajando.
Pasaron las estaciones hasta que llegó a lugares que jamás había pensado visitar. Miraba el paisaje subterráneo, a pesar de que sólo existiera la luz del vagón que iluminaba y que al mismo tiempo era consumida por la oscuridad del subsuelo. Podía ver paisajes hermosos, horizontes luminosos, praderas felices en donde solo había oscuridad. Así estuvo viajando durante todo el día, mirando la ventana, mirando todo ese arte que se dibujaba en su mente.
Cuando el día estaba llegando a su fin, en la última vuelta del tren, el chofer pidió a todos los pasajeros bajar en la estación final. En el momento que llegaron a ella, Víctor tomó sus cosas y bajó. Sin embargo, cuando el tren avanzó para dirigirse a los almacenes, Víctor se quedó mirando aquellas vías, que venían o iban dependiendo del punto en que uno las viese, pero siempre dirigiéndose hacia aquel paisaje hermoso. Se quedó mirándolas mucho tiempo, quizá el tiempo suficiente para saber lo que tenía que hacer.
Ahí dentro nadie lo miraría mal, ahí dentro por fin sentiría encajar. Probablemente ahí dentro ya no tenga que depender de nadie más. Quizá ahí por fin sería feliz, no vería a las demás personas, ni se preguntaría sobre ellas, sobre lo que piensan de él, sobre cómo debe comportarse, sobre cómo debe pensar, sobre lo que tiene que hacer, sobre cómo debe vestirse. No se preocuparía por ser querido, apreciado, amado. Tampoco tendría ansiedad por alguna vez ser olvidado, porque ahí dentro, no conocería a nadie que lo llegase a extrañar.
El deseo por bajar a las vías y dirigirse hacia su hermosa oscuridad se acrecentaba cada vez más. Él solo quería dejar de sentir tanto, él solo quería dejar de sentirse un extraño, no quería pensar como pensaba, no quería ser visto como era visto. Probablemente si los demás se hubieran acercado a él, o palpado su hombro… si no se hubiese marchado nadie, si no lo hubiesen despreciado. Quizá si todo el mundo hubiese sido un poco más empático con personas como él. Si todo eso hubiese salido como en teoría deben salir las cosas, quizá Víctor no hubiese bajado a las vías. Si se hubiese sentido bien, quizá Víctor no hubiese bostezado. Si remotamente lo hubiese entendido alguien, quizá Víctor hubiese notado la luz.
Si remotamente alguien lo hubiese escuchado; si lo hubiesen acompañado, si no lo hubieran dejado solo, quizá Víctor hubiese regresado al andén. Si tan solo Víctor hubiera recordado que el tren en donde viajaba no era el último, si no el penúltimo. Si hubiese recordado que los trenes en su ciudad no frenaban tan deprisa. Si tan sólo hubiese recordado que la oscuridad no siempre es bella. Si tan sólo no hubiese querido ir nada más que hasta el fondo, probablemente él seguiría aquí. Si eso no hubiese pasado, probablemente yo no hablaría de él, probablemente seguiría despreocupado, probablemente me continuaría importando poco su vida, probablemente continuaría siendo apático con y como los demás.
Si Víctor no hubiese querido ser consumido por la luz del tren, para parecerse más a su hermosa oscuridad, quizá lo tendría a mi lado, tomando juntos un café. Pero ahora estoy solo, escribiendo sobre cómo se pudo haber sentido en su despedida. Quizá egoístamente, pero cumpliendo con el duelo, ahora necesito crear la historia de lo que pudo haber visto. Sobre lo que pudo haber sentido tan atractivo para hacer lo que hizo.
Quizá esta mañana pueda sentirme un poco mejor, pero si no llega a ser así en un futuro cercano, probablemente tome el mismo tren, probablemente me dirija al mismo vagón, probablemente baje del andén, probablemente retrate esa oscuridad, me acerque a ella y probablemente note lo que Víctor pudo haber visto… y entonces entienda.
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